Capítulo 1

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"Mis ataduras no son de metal, no presionan mis muñecas o tobillos, ni laceran mi piel. Mis grilletes no son visibles, pero claro que están allí, están desde antes de que se me obligara a usar corset. Mis grilletes me fueron puestos el día que la vida o Dios decidió que fuera mujer. Y después de tanto, algo sé, amo ser mujer, aunque detesto los grilletes que ello conlleva".

11 de junio 1871. Morpeth, Inglaterra.

¿Podía culpar a Emely por estar comiéndose las uñas? No, estaba consciente que la idea era nefasta, pero, ¿qué otra cosa podía hacer?

Miró su reflejo en el espejo, pasó los dedos por esos largos cabellos castaños que pronto dejarían de ser parte de ella. Suspiró y se irguió, era el colmo estar más acongojada por eso que por la muerte de su padre.

—¿Acaso piensas quedarte allí con las tijeras en las manos? Comienza —ordenó echando el último mechón de cabello hacia atrás. Por el espejo podía observar la gran tristeza que Emely estaba teniendo—. ¡Empieza!

—Pero señorita —lloriqueó. Ella había cuidado con tanto esmero el cabello de su señora. ¿Cortarlo? Era inimaginable.

—Es una orden. ¿Qué prefieres? ¿Un largo cabello y morirnos de hambre, o, un cabello corto y seguir disfrutando de todo?

—Esto es una locura. ¡Señorita! Usted es demasiado hermosa, ¿cómo cree que va a poder convencer a todos de ser un caballero?

—Lo haré. No dejaré que nadie me quite la fortuna que me corresponde. Si por ser mujer no puedo ser heredera a la fortuna que yo ayudé a construir, entonces, seré un hombre. Empieza a cortar.

Quiso cerrar los ojos para dejar de ver el horror en el rostro de Emely, pero sobre todo para no ver el propio terror en sus ojos, después de todo, ¿qué dama no amaba su cabello? Sin embargo, mantuvo sus ojos cafés abiertos, debía ser fuerte, afrontar su realidad. Y el primer mechón fue cortado, eso era todo, ya no había vuelta atrás.

***

Ella sentía que no era una versión tan fea de un hombre, pero la cara de Emely demostraba todo lo contrario. ¿Acaso ya no había llorado lo suficiente? Incluso continuaba abrazando la trenza que había quedado de sus cabellos. Emely había llorado lo suficiente por ambas.

—¡Ay, señorita! ¡Ay, señorita! Mejor cásese.

—¡Ya no hay cabello!

—Existen las pelucas.

—No hay tiempo, mi padre murió. ¿Cuánto tiempo crees que pasará antes de que mi primo lejano llegue? ¡Casarme! Y ser la esclava de alguien más, depender de que me den las limosnas de mi fortuna. No, yo manejaré mi dinero.

Se subió un poco más el pantalón, para ser honesta, ser hombre no era para nada malo, la ropa era mil veces más cómoda, tendría todo cuánto quisiera, podría votar, discutir, y su voz sería escuchada.

—Si va a ser un hombre, no podrá casarse, ni tener hijos. ¿Qué es la vida de una mujer sin hijos y sin esposo?

—Una vida muy feliz. Ya basta de quejas, no hay vuelta atrás, esta es mi nueva vida.

—¡Señorita!

—Desde este momento soy, señor.

—¿Cuál será su nuevo nombre, señorita Lizbeth?

—Louis, me llamaré Louis —Lo había decidido desde hace tiempo, no podía llamarse diferente. Louis era todo lo lindo que tenía en la vida.

—¡Louis! ¿Cómo...?

—Cómo nadie, como yo.

Emely no tuvo tiempo a agregar nada, o Lizbeth de esconder la verdad tras su nuevo nombre, la puerta de la casa de pronto fue tocada con mucha fuerza.

—¡Oh por Dios! —exclamó Emely al borde de un desmayo, su blanca piel nunca había palidecido tanto.

—Llegaron demasiado pronto. Mi padre era un ermitaño, no esperé que las condolencias llegaran tan rápido.

—¿Qué haremos? Si la descubren capaz y la envíen a la horca creyendo que es una mujer... perturbada —susurró bajo.

—Si me descubren será gracias a tus nervios. Ve, abre la puerta y di que le avisarás al patrón de la visita, solo eso.

El reflejo que le daba el espejo era el de un hombre joven, demasiado delicado y femenino, pero claro que iba a ser femenino. No importaba, después de todo su padre debía tener una razón para tener a su hijo escondido de la sociedad. Aunque había una razón más poderosa por la cual nadie conocía a su hija.

—¿Quién es? —preguntó ante la entrada de Emely.

Aparentaba serenidad, lo cierto es que no tenía idea de cómo comportarse como un hombre.

—Solo un mensajero. Trajo una carta.

—¡¿Carta?!

Rompió el sello antes de detallarlo y comenzó a leer.

—¿Qué es, niña?

—Mi primo lejano parece que está aquí. La invitación es para mi padre, al parecer no saben que murió. Así que los Yorks vinieron. Bien, se llevarán una sorpresa al saber que no recibirán un chelín.

—¿Los Yorks, no son grandes terratenientes?

—A esas personas el dinero no les cae mal, les obsesiona. Lo más valioso de la herencia de mi padre no es el dinero, son los inventos.

—Pero usted es la que...

—No importa, por ser mujer ellos podrían quedárselos, y claro que no. Emely, prepárate, es hora de practicar ser el hombre más idiota del mundo.

—¿Idiota? ¿Por qué quiere ser idiota, niña?

—Porque otra razón mi padre no me presentaría. Vamos, es hora de ganarle a los buitres de los Yorks y a toda la putrefacta sociedad. Yo seré de ahora en adelante, Louis Loubtwell. 

Continuará...

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Ya saben dejen sus comentarios, yo me alimento de ellos. Hasta prontito. 

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