Capítulo trece

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—¿Te vas a calmar de una vez? No puedo concentrarme si no paras de gesticular todo el rato, maldición.

Lovino se apoyó contra la pared del jardín intentando ocultarse de las miradas del resto de los invitados en el salón y se llevó un cigarrillo a los labios teniendo que cubrirse del viento para lograr encenderlo. Todo aquello lo ponía bastante nervioso como para que además Antonio no dejara de pulular detrás de él buscando llamar su atención y distrayéndolo de las negociaciones en curso.

Habían llegado al hotel donde se celebraba la cena de beneficencia que no era más que la tapadera para lavado de dinero y una reunión entre las familias más poderosas de la mafia para cerrar varios asuntos que se estaban entretejiendo en el bajo mundo. Al principio Feliciano no había estado muy contento con la noticia de que Antonio iría con ellos, pero no había puesto ningún reparo. El plan era terminar de resolver todos los asuntos pendientes lo antes posible y subirse al auto los tres para escapar a la casa en el campo y así borrar todos sus rastros. Se sentía ansioso solo con la perspectiva de estar escapando junto con Antonio hacia un futuro incierto.
Desde que habían llegado al lujoso hotel, Antonio se había pasado todo el rato insistiendo en que debían irse. No había seguido ninguna de sus indicaciones de que debía pasar desapercibido e insistía en estar detrás de él todo el tiempo. No quería que nadie allí supiera de su relación y menos que anduvieran indagando sobre el pasado de Antonio y su relación con la policía, porque aquello llevaría sólo a problemas.

Le echó una mirada molesto inhalando el tabaco antes de relajar el ceño fruncido. En el pequeño jardín del hotel estaban lejos de las miradas inquisidoras de todos y podía respirar con mayor tranquilidad. Antonio, frente a él, parecía nervioso e incómodo en el traje que le había regalado esa mañana para que usara y no pareciera un vagabundo. Sabía que normalmente era pesado pero algo estaba perturbando su mente que lo tenía con aquella expresión de preocupación.

—No entiendo qué te pasa hoy pero debes quedarte quieto y callado por un rato. Cuando toda esta mierda termine nos iremos pero debes mantenerte a un lado hasta que acabe con mi trabajo —insistió menos agresivamente que antes—. A mi tampoco me agrada estar rodeado de todos estos hipócritas bastardos, pero debemos aguantar un par de horas más.

—¿Horas? ¿No podemos irnos ya? ¿No puedes ehm... firmar e irnos?

—¿Pero qué te pasa, Antonio? —suspiró con frutración terminando la última calada del cigarrillo— Entiendo que esta gente pueda ponerte un poco nervioso pero no estás actuando normal ¿Qué te pasa? Oh... —por su mente cruzó la idea de que Antonio quizás se estaba arrepintiendo de huir con él luego de ver el círculo de personas en las que se movía— ¡Puedes irte tú si quieres! No me importa.

—No, no, Lovi —tomó su mano debatiéndose internamente entre guardar el secreto o confesarlo todo—. No me iré a ningún lado sin ti pero... ¿Crees que de alguna manera puedas apurar este asunto? Debemos salir de aquí de inmediato.

—¿Pero por qué, maldición? —lo miró a los ojos empezando a enfurecerse con aquella actitud, él quería con las mismas ganas mandar a todos a la mierda e irse en ese instante pero debía cerrar en buenos términos las relaciones con esa gente para evitar problemas en el futuro. Los ojos verdes de Antonio demostraban el debate interno que estaba teniendo y la ansiedad que le producía seguir un segundo más allí— Dime qué te pasa, Antonio —suavizó el tono acercándose un paso a él contagiado con la misma angustia y empezando a preocuparse.

—¿Confías en mí? —Lovino lo observó confundido pero asintió con un leve gesto— Entonces vayámonos ya, por favor, Lovi, es importante.

Lovino lo pensó un instante y bufó molesto consigo mismo.

—¡Bien! Dame unos minutos para avisarle a Feliciano que...

El lenguaje de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora