Capítulo 59.

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CASTIEL

Llegué a mi habitación con ese nudo en la garganta que me tenía hasta los cojones. No quería sentirme así cada vez que me peleara con Maddie, pero, joder, habíamos estado tan bien estos días en casa de mi abuelo y ahora todo se había ido al garete.

Era consciente de qué haber reaccionado de esa manera solo por verla frente a frente con su ex no había sido lo más maduro ni sensato, pero no había podido evitarlo y, además, ese hijo de puta se merecía un par de hostias bien dadas. Se le notaba a la legua que solo la quería para tirársela, se le veía en los putos ojos. ¿Y cómo lo sabía? Porque yo llevaba mirando a las mujeres así desde qué perdí la virginidad... aquella noche, y llevaba devorándolas con los ojos hasta que conocí a Maddie.

Esa maldita rubia de ojos azules iba a acabar conmigo, y ahora sí que lo decía totalmente en serio. Ella no veía la gravedad de la situación, no veía como me tenía en la palma de su mano, no se daba cuenta, mierda, no se daba cuenta y el día que lo hiciese ya sería demasiado tarde.

Cerré la puerta de un portazo a mis espaldas, haciendo una mueca enfurecida y tirando las maletas por cualquier lado.

Tenía una angustia en el corazón que estaba pudiendo conmigo. Pocas veces me veía capaz de decir que me sentía mal, pero, joder, ahora mismo sí que me estaba sintiendo como la mierda.

Apoyé con los codos en la ventana para que me diera el fresco en la cara y me relajara, pero no podía.

Las imágenes de Maddie sufriendo un ataque de pánico por mi culpa me estaba matando. ¿Cómo había podido hacerle eso? Ah, ya sé, porque soy un jodido hijo de puta y siempre lo voy a ser.

Un puto llorón de mierda, eso es lo que soy...

No, mierda, no.

Me deslicé por la pared hasta caer al suelo con las manos en el pecho intentando poder adentrar algo de oxígeno a mis pulmones, aunque ahora mismo esa me parecía la tarea más complicada de toda la historia.

Ahora no, coño, ahora no.

—¡Mierda! —grité impulsivamente dando un golpe en el suelo, con rapidez me levanté arrugando la nariz con cabreo en una inspiración.

Corrí hacia uno de los muebles y tiré sin pensar en nada todo lo que había sobre esta. El sonido de los cristales rompiéndose contra el suelo y de alguna u otra cosa cayendo resonaron por la habitación causando un fuerte estruendo.

Grité pegándole una patada a la madera de la cama consiguiendo moverla algunos metros. Algo de aire entró en mis pulmones en ese instante y vi una salida. De dos zancadas llegué hasta el lado de la cama y agarré sin esfuerzo el colchón, levantándolo y tirándolo hacia el lado contiguo.

Otra bocanada de aire entró en mis pulmones.

Carcajeé sonoramente y mis ojos se llenaron de lágrimas.

—¡No vas a poder conmigo! —grité riendo o llorando, ya no sé qué estaba pasando, aunque mis mejillas seguían secas pero empezaban a arderme.

Corrí hacia la pared y empecé a darle puñetazos tras puñetazos, no podía parar y tampoco quería hacerlo. Mis puños ardían, mi garganta escocía de los gritos que estaban saliendo por mis labios.

Pero por lo menos podía respirar...

—¡Castiel, por favor, detente! —un grito resonó por la habitación, pero no le hice caso y seguí. No tenía el control sobre mi cuerpo.

—¿¡Qué hago!?

—¡No lo sé! ¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío!

Una mano se posó con suavidad y tranquilidad sobre mi puño en uno de los tantos golpes que propiné contra la pared. Miré a la mujer a mi lado que me sonrió cogiéndome la mano y una descarga eléctrica me recorrió la columna vertebral.

Un perfecto verano © (Completa, en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora