Capítulo 1: Una pequeña posada

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Había una vez, una pequeña posada en las afueras de un pequeño poblado del gran reino de las cuatro regiones, la cual, en menos de lo que cantaba un gallo, comenzaba a llenarse de gente.

La posada no era grande, a lo sumo podía permitirse el acceso a unas veinte personas dentro de la sala de espera, que funcionaba como comedor, y unas cuantas más distribuidas en habitaciones individuales.

¿A qué se debía que esta pequeña posada en medio de un pueblo abandonado se llene tan rápido?

Hace ocho años aproximadamente comenzaron a hacerse, en el pueblo de Kunturani, el encuentro. Un duelo esperado por cientos de jóvenes y tontos de todo el reino de las cuatro regiones. Un encuentro para entrar al ejército como un soldado regular.

—¡Hey casera! ¿A qué se refiere con que no hay habitaciones?

—¡Llevo días buscando un sitio para quedarme!

—¡Exijo hablar con el dueño!

Las voces iracundas de jóvenes llenaban el sitio y pronto, si nadie hacía algo, podría llegar a algo peor.

—¡Lo que dije es lo que hay! —Dijo una voz femenina, firme e inflexible, con la voz de una pequeña princesa arrogante, entonces continuó: —No hay habitaciones, no es mi culpa que lleguen tarde, si quieren los dejo dormir en la puerta a mitad de precio.

—¡Eso es injusto! ¿Dónde está el dueño? —Dijo una voz masculina bastante fuerte y ronca.

—¿El dueño? YO soy la dueña, si vas a hablar con alguien ¡es conmigo!

—No me creo que semejante niña sea dueña de este sitio de cuarta.

Entonces echando leña al fuego, otra voz más relajada también dijo: —Yo si lo creo, es una mujer después de todo.

La dueña de la posada no era precisamente alta, tenía una estatura normal para alguien joven, vestía un vestido largo de color café bastante humilde y andaba siempre con un delantal sucio y una pañoleta con el cabello recogido, era claro que se encargaba de limpiar y cocinar en el lugar.

Sin que nadie lo note, la dueña simplemente estaba a un paso de quien había osado insultarla, un golpe rápido en el estómago y una patada en la cara fueron suficientes. El cuerpo del tipo, que probablemente la doblaba en estatura, estaba volando por los aires como si se tratase de una pequeña piedra siendo lanzada por un niño.

Un ruido fuerte se escuchó en la posada, y entonces, el chico salió volando por la puerta. Curiosos aparecieron acercándose a ver lo que había ocurrido.

Pero a pesar de ser delgada y aparentar ser débil, esas palabras mostraron a los presentes lo equivocados que estaban.

—Ah... La molestaron ¿no?

—Sip... la molestaron.

El joven tirado en el piso estaba tan atontado que simplemente no podía responder las preguntas.

Un hombre de avanzada edad, tranquilamente entró en la posada y preguntó: —¿Todo bien?

—Si preguntas por ella... diría que está bien. —Respondió uno de los presentes.

—No pregunto por ella, pregunto por ustedes.

Inmediatamente todos quedaron callados. Mirándose unos a otros para luego fijarse en la casera.

—¿Eh?

Fue lo único que pudieron decir algunos.

—No me molesten, si dije que no hay habitaciones es que no hay habitaciones, punto.

El reino de las cuatro regionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora