Capítulo 7

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[ Á n g e l  O s c u r o ]

Me separé del momentáneo abrazo lentamente. Sin  darme cuenta estar en los brazos de esa chica, me había echo sentir bien, sacar el sufrimiento que venía trayendo desde el trayecto de mi casa hasta aquí, de todo eso que me hace derrumbarme una y otra vez, tal vez solo necesitaba sacarlo, deshacerme de él una vez por todas.

—¿Quieres entrar por un té?—Beatrice me sonrió mientras apretaba levemente mi brazo y yo secaba mis lágrimas.

—¿Sería mucha molestia?—mi voz ronca me hizo darme cuenta que el frío estaba calando en mí, incluso las dos sacábamos calor de nuestras bocas.

—No, para nada. Pero debemos ser silenciosas, si descubren que te metí a mi camerino estaré en problemas—se disculpó con una mueca y empezó a caminar por el oscuro y reducido callejón del que salió—Es un bar y prostíbulo enorme y bastante famoso por aquí... supongo que no eres de por aquí ¿verdad?—mientras la seguía mirando por donde pisaba me miró por encima de su hombro.

Agradecía que esta chica fuera sumamente linda al arriesgarse en meterme hasta su camerino, no quería meter a alguien en problemas por mi culpa, ni siquiera quería intentarlo, pero el frío traspasaba la pesada tela de mi gabardina y leggins. Y todavía me preguntaba cómo ella no estaba muriendo de pulmonía por su corta ropa, sabía que tenía frío pero parecía acostumbrada, quise pensar que por aquí llovía mucho.

—No, de echo venía manejando y me quedé sin gasolina, estaba... viajando—le sonreí pero rápidamente baje la cara para que no viera que estaba sumamente angustiada. Me preguntaba si ella no me conocería, mi padre acostumbraba a llevarme con él a las sesiones de fotografía para las fotos de las revistas que le pedían que él saliera en la portada, pensé que no, tal vez solo no las vio...

—Oh ya veo—habló volteada pero por su tono de voz había duda, sabía que mentía pero no preguntó.

Llegamos a una enorme puerta de fierro oscuro, ella la jaló con tanta fuerza que pensé que se quebraría el brazo, pero afortunadamente no, solo lo hizo por que parecía ser muy pesada, mientras me hizo entrar y ella iba detrás de mí, miré un largo pasillo de cojines rojizos, eran de terciopelo, la luz alumbraba lo suficiente para mirar el suelo de color dorado, el lugar parecía elegante.

La mano de Beatrice tomó mi hombro mientras me guiaba por el pasillo y me hacía una seña con el dedo de que guardara silencio.

Mientras me llevaba al final había tres pasillos, uno al fondo, otro a la izquierda y el tercero a la derecha, vislumbré al fondo el lugar, habían luces de colores iluminando el lugar, chicas subidas en tubos, incluso desnudas, alrededor habían hombres sentados en cómodos sillones absortos mirándolas mientras aventaban dinero, otros estaban apretados con otras chicas, en las esquinas habían pequeños bares, con chicas que servían copas. Tragué duro al mirar todo aquello, ¿eso era la realidad? Había escuchado de estas chicas, pero nunca las había visto en su zona de trabajo, de echo no las juzgaba, fuera cualquiera su intención, si por el dinero o por placer. Alrededor del lugar habían más pasillos como este, Beatrice me sacudió un poco para que avanzara y tomamos el camino a la derecha, mientras caminábamos habían varias puertas a los lados, conté cinco cuando ella se paró en una y la abrió con una pequeña llave que sacó de su bolsillo.

Cuando entré el lugar era pequeño, solo había unas cuántas mudas de ropa llamativas colgada en un perchero al lado derecho, un sillón para dos personas al fondo, una pequeña mesita con una espejo con focos rodeándolo en el otro extremo; en esta había un poco de maquillaje regado, noté también un pantalón roto de mezclilla tirado en el suelo con un suéter y una bolsa de lazo. A lado del perchero justo enfrente del espejo había otra mesa un poco más larga con un topper pequeño lleno de frutas, una bolsa de galletas y una pequeña tetera.

Ella camino hacia la mesa y tomo un vaso para echar un poco de agua y poner un sobre de té en él.

—¿Cuantas cucharadas de azúcar?—me miró con duda desde su lugar mientras yo solamente la miraba.

—Una, por favor—dije débilmente mientras me dirigía hacia el sillón—¿Puedo...?—señale el sillón mientras ella se volteaba a verme.

—¡Claro!—Ella río mientras tomaba el vaso y me lo daba, se sentó a lado de mí—¿Te gusta mucho los modales?—preguntó divertida y a la vez apenada mientras arrancaba un brillante de su short.

—Bueno de gustarme no lo sabría, desde pequeña me enseñaron muchos modales, mi madre y una maestra—respondí con voz lejana, recordaba a mi madre desde pequeña enseñarme todo lo que una señorita hacía, desde cómo sentarte hasta como hablar, incluso tenía una maestra para eso, otra para clases de piano... Aleje esos pensamientos con un nudo en la garganta y miré a Beatrice, ella me miraba atentamente.

—Sabes...—comenzó ella con voz sorprendentemente suave mientras se lamía los labios— sé qué tal vez no puedo ser de gran ayuda, pero desde hace poco trabajo aquí, de echo me obligan a trabajar aquí, mi madre y mi hermana me esperan en casa con el dinero que consiga de este trabajo, desde que tenía dieciséis no pude ir a la escuela, por que mi madre empezó a enfermar, desde ese momento entendí que ahora yo debía traer el dinero y lo haría, todo por ver a mi madre mejorar. Entonces mi Jefe me encontró buscando trabajo y me obligó a estar aquí, todo por que le parecía linda, y aseguró con hacerle daño a mi familia. Desafortunadamente acepte pero no pude pagar la escuela de Cristi, mi hermana, y ella está en casa cuidando a madre, de vez en cuando le compro un libro para que se distraiga pues casi no puede hacer nada en casa. No debería decirte mis problemas por que a la mejor ni te interesan pero veo que estás sumamente triste y me parte verte así...—terminó con sus ojos llorosos mientras me sonreía, a pesar de todo, de todo aquello que me había dicho con profunda tristeza, sonreía, así fuera triste, ella intentaba afrontarlo.

La imagen de ella siendo obligada a estar aquí, lo que me había contado pasaba una y otra vez repitiéndose en mi cabeza, todo eso que me había contado parecía tan... cruel, tan doloroso, el haber dejado de estudiar por ayudar a su madre. Su hermana tan pequeña dejar la escuela por cuidar a su madre. Recordaba no hace mucho como una de mis amigas me había dicho que dejaría la escuela por ir a un viaje a Canadá, me preguntaba si en verdad mi amiga regresaría a estudiar algún día. Pero ahora comprendía algo, teniéndolo todo y personas mucho más inteligentes necesitaban algo más que nosotros. Me sentía fatal, mientras yo lloraba en mi cuarto, miraba las fotos de mi madre faltando a clases, ella, Beatrice deseaba con todas sus fuerzas poder pagar la escuela de su hermana, cuidar a su madre y ella poder estudiar.

—No puedo creer todo ello—susurré mientras mis ojos picaban una vez más—¿te obligan a trabajar aquí?—Eso era tal vez la peor parte, donde ella era obligada a estar aquí, sin su consentimiento, a estar bailando, a estar con hombres... ¿Que era todo aquello que no veía?

—Si—Beatrice suspiró fuertemente y intentó arreglar su maquillaje levantándose para ir al espejo de la esquina—Pero no te preocupes por ello, tengo un amigo que conocí hace poco, me ayudó a solo estar bailando sin que nadie me tocará—sonrió frente al espejo como si recordara algo tan maravilloso—Realmente fue como un ángel... como un ángel oscuro que llegó sin pedirlo, que me salvó...—la miré curiosa preguntándome quién sería esa persona que parece ser un ángel para ella y que sería capaz de salvarme a mi...

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cerezaytristeza

Él es más que un chico malo. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora