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Era pasado del medio día y el aun seguía esperando aquella llamada.

Su cuerpo comía demasiadas ansias, estaba añorando a que la pantalla de su celular se encendiera y mostrara el contacto del pelinegro. Sabía que cuando uno pedía algo continuamente, este se esmeraba en no llegar, por eso decidió olvidarlo un poco y levantarse de la cama, para dirigirse a la pequeña mesa de madera que tenía en su habitación.

Arriba de aquella plataforma tenía una parrilla eléctrica, al igual que un par de alimentos en lata. En su recamara era donde cocinaba para su hijo y para el.

Desde el día que le dio la noticia a sus progenitores de que iban hacer abuelos, las cosas en la casa cambiaron drásticamente. Sus padres le dejaron de apoyar en el colegio, al pasar de unos meses tuvo que dejarlo, porque la cuota que se pagaba cada mes era muy alta, y el no podía solventarla.
También sus progenitores se negaron a comprarle cosas, como ropa y accesorios.

Le restringieron todo en el hogar. Para el ya no había comida bajo ese techo, si quería ingerir alimentos tenía que trabajar y comprarlos por el mismo.

Los nueve meses que estuvo embarazado, se los paso trabajando, ayudando en locales y establecimientos para asi tener dinero para el parto.

A sus quince años sentía que la vida le odiaba demasiado, y ahora que tiene diecisiete lo sigue pensando.

En aquellos tiempos no dormía por preocupación, en verdad necesitaba tanto de sus padres, pero ellos ya no estaban para darse vuelta y brindarle una mano, o un lomo en el cual apoyarse. Los mayores ya casi no existían en su vida.

Solo los miraba en las mañanas pegado a la ventana de su recamara, observaba como sus progenitores se marchaban al trabajo.

Ellos le habían dicho que sólo tendría techo en esa casa hasta que fuera legal, después de que cumpliera los dieciocho tenía que hacer su vida por afuera. Pues ellos consideraban que dándole un pedazo en donde vivir era razonable.

En momentos detestaba demasiado a ver empezado su vida sexual a temprana edad, odiaba con todo su ser a verle abierto las piernas a ese chico, que le dijo a la semana de gestación qué le ayudaría y se haría cargo de aquel bebé. Pero por supuesto, todo fue una mentira.

Aquel joven de familia adinerada se desapareció, y esa fue la última vez que le miró a los ojos. Donde creía que el brillo que desprendían las pupilas contrarias era de amor, de un puro e insasiable amor, y no de una mentira tan mortificante.

Cuando nació su pequeño de cabellos rubios, lo miró todo difícil. Su hijo contraria muchas enfermedades, las gripes le duraban más de una semana, y la temperatura en su cuerpo por las noches no era normal.

Y aunque siempre dijo que nunca lo haría, lo termino haciendo, vendió más de dos veces su cuerpo, a hombres de edades muy grandes, aquellos tipos le dejaron suficiente dinero, como para poderse comprar unos cuantos electrodomésticos, y pagar todos los medicamentos e infracciones en los hospitales.

Pero ya no llevaba acabo eso, la prostitución solo le duro un mes. Ahora se encontraba trabajando en un establecimiento que permanecía las veinticuatro horas abierto, el turno que le asignaron desgraciadamente tocaba en la noche, y no podía negarse a él porque necesitaba el dinero.

De ese trabajo que era mal pagado, sobrevivía con su pequeño. Y aunque había días en los que apretaba la tripa de su estómago, vivía feliz. Con tal de que el pequeño Kwan se mirara contento a su costado.

Con sólo sus recuerdos había logrado lagrimear. Volviendo a la realidad retira las lágrimas de sus mejillas y observa a su pequeño, quien se acerca a pasos lentos y torpes con una sonrisa.

Amorette ➸ HopeMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora