Los 7 Pecados Capitales

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Herberto era un arqueólogo novato, de dudosa procedencia, este hombre poseía la gran mayoría de los pecados capitales, entre ellos estaba la envidia, envidiaba a el resto de los arqueólogos por saber tanto y tener mucho dinero, Herberto necesitaba descubrir algo magnífico para que la atención se girara hacia él, la avaricia se había apoderado de su cuerpo desde hace ya bastantes años.

La pereza estaba en él todos los días, aquel día se encontraba en una playa muy bonita, según él ''despejando su mente''.

Después de 1 hora despejando su mente escuchó ruidos, ruidos en la orilla del mar, Herberto era muy curioso así que se acercó al lugar de donde provenían aquellos ruidos.

Y lo que se encontró se veía tan irreal que no se lo pudo creer en un principio, observo a un pescado y cuerpo de hombre muy grande salir del mar, era un tritón, con un cuerpo muy sensual y precioso, un personaje de la mitología griega.

-Al fin te veo – dijo de repente aquel tritón – mi nombre es Mefistófeles, me alegra que me un humano me haya encontrado.

Herberto estaba perplejo ya que nunca había visto tal cosa con sus propios ojos.

- ¿Los humanos son mudos? – preguntó Mefistófeles – acércate mas a mi humano, quiero verte más de cerca.

Herberto obedeció al instante y se acercó a Mefistófeles, logrando ver su figura y su aleta de pez.

- ¿Quién eres? – Herberto tontamente preguntó.

-Ya te lo dije – el tritón lo miro a los ojos – soy Mefistófeles, hijo de Poseidón, subí a la superficie a ver un poco al sol, un gusto, ¿quién eres tú?

-Herberto – respondió él.

-Un gusto hombre – respondió Mefistófeles mientras acariciaba el brazo del humano.

- ¿En verdad existen? – pregunto Herberto más calmado, disfrutando el estímulo de Mefistófeles.

-Claro que sí, ¿quieres ver?

Enseguida todos los sentidos de Herberto se activaron, la envidia volvió a apoderarse de él.

-Quiero ver – dijo Herberto maliciosamente.

Herberto por fin pensó, pero de una manera maliciosa: si aquel tritón lo lleva, Herberto habrá descubierto un nuevo lugar, un nuevo lugar por explorar, mataría a Mefistófeles como muestra, sería reconocido como un gran arqueólogo y se apoderará de muchas riquezas y bienes que no compartiría con nadie; según él era un plan perfecto y sin errores.

Mefistófeles sonrió victorioso mientras se acercaba más a Herberto.

-Tengo que convertirte en tritón para poder enseñarte – dijo Mefistófeles.

-Claro, estoy dispuesto.

Mefistófeles sin decir nada acercó sus manos al rostro de Herberto mirándolo a los ojos en todo momento y uniendo sus labios con los del arqueólogo para formar un beso.

Herberto sintió cosquillas en todo su cuerpo, no se separó de los labios de Mefistófeles hasta que se quedó sin aire.

Las sirenas y tritones tienen un pequeño secreto: cuando éstos besan a algún humano, aparte de convertirlos en mitad peces, también hacen que esa persona quede muy enamorada de ellos y quieran más, la lujuria se apodera de sus cuerpos.

Cuando Herberto abrió los ojos se había convertido en tritón, con una gran cola y branquias para poder respirar bajo el agua.

Después de eso Mefistófeles se adentró al mar, Herberto lo siguió sin dudarlo, al entrar al mar sentía que se ahogaba, la magia de Mefistófeles no funciono por completo; afortunadamente Mefistófeles se dio cuenta y volvió a besar a Herberto, uniendo más sus cuerpos.

-Mi región está cerca, llegaremos pronto – dijo Mefistófeles al separarse de Herberto.

Se tomaron de la mano y siguieron nadando más profundo, cuando llegaron Herberto no lo podía creer, era tal y como lo estaba imaginando: estaba viendo la región de Poseidón con sus propios ojos, miles de sirenas y tritones vivían allí, Herberto tendría más de una prueba para mostrarle al mundo entero su gran descubrimiento.

Herberto no se había dado cuenta que una sirena se acercó a Mefistófeles y le susurro – la trampa esta lista – Mefistófeles solo asintió.

-Mi padre ya sabe que estas aquí, me acaban de decir que te prepararon alimentos para que comas.

Herberto no dijo nada, estaba más que feliz al saber que comería algo de esta región, de SU región y SU hallazgo.

Herberto era algo tonto, ya que no preguntó que le darían de comer ni porqué, estaba tan delicioso que se metió aquella alga misteriosa al estómago sin parar.

Mefistófeles lo observaba en todo momento, admirando la figura de Herberto mientras comía.

-Mi padre nos espera – le dijo a Herberto y le tomo de la mano, Herberto estaba tontamente hipnotizado (por no escribir estúpidamente enamorado) con Mefistófeles, que se dejó agarrar.

En un momento dejaron de nadar, Mefistófeles comenzó a besar el cuello de Herberto mientras lo tomaba de las manos, la lujuria de Herberto no lo dejaba abrir los ojos, solamente disfrutaba, quería más antes de traicionar la confianza de Mefistófeles.

Mientras el hijo de Poseidón besaba el cuerpo de Herberto, una sirena ató los brazos del arqueólogo, Herberto quedo crucificado, en la misma posición que Jesucristo alguna vez quedó.

Herberto no se había dado cuenta, claro está, no fue hasta que Mefistófeles se separó lentamente de él, Herberto abrió los ojos y ¡oh sorpresa! no se podía mover.

- ¿¡Que hago atado!? – grito furioso Herberto.

-Cada cien años – comenzó a hablar Mefistófeles – necesitamos un sacrificio en esta región, tú – señaló a Herberto mientras nadaba alrededor de él– nos traerás paz y seguridad cien años más, por eso te traje aquí, te hice comer y algún pecado capital te hará morir, nuestra profecía se cumplirá ¿Por qué crees que ningún mortal nos conoce? Porque ninguno ha salido vivo de las profundidades del mar.

Herberto fue engañado por Mefistófeles, la ira se apodero de su cuerpo.

Mefistófeles se acercó a él y le dio un último beso, para convertirlo en humano.

Herberto no lograba respirar, murió ahogado.

Herberto primeramente estaba lleno de envidia, luego se cegó de su avaricia, después en plena pereza conoció a Mefistófeles, la lujuria surgió, posteriormente la gula y murió lleno de ira, nunca llego a la soberbia pues su plan en mente nunca fue realizado.

La profecía de aquella región fue cumplida y vivieron en paz cien años más.

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