Invierno, primavera, verano y otoño. Cuatro estaciones todas muy especiales, con climas diferidos uno del otro. En algunas las flores crecen y los cerros se revisten de verde. Mientras que en otros todo se marchita, la lluvia cae y todo se oscurece.
La ropa que usamos es diferente en cada estación, mientras en invierno nos cubrimos hasta los ojos, en verano queremos descubrirlo todo. Nuestros cuerpos tratan de acoplarse al mundo. Pero yo no, no soy como todos los demás, que mientras están en invierno y se ponen encima unos calcetines, sus pies se calientan y pueden sentirse mejor. No... Mis pies siempre están helados, como si no trajera nada encima y estuviera descalza caminando sobre un piso pulido.
Incluso en verano, aun cuando a todos les están sudando los pies, los míos están más que frescos. Los míos ni siquiera transpiran. Se mantienen helados. Inclusive mis uñas, se tornan de color rosado intenso o morado, señal del frío arrasador que siento en ellos.
Mi madre dice que esto me pasa desde que era pequeña. Era una bebita y me mantenía llorando todo el tiempo. La única manera en que lograban consolarme era abrazando mis pies. Parecía que todo mi malestar estaba ahí, en el hielo que me abrazaba.
El tiempo transcurrió muy de prisa y el tener solo los pies helados no era lo único que me sucedía. Había ocasiones en las que de la nada sentía un peso tan intenso sobre los hombros que me hacía quejarme del dolor. Sentía un cansancio absoluto, como si yo fuere jornalero y hubiese trabajado desde el alba hasta el anochecer. De igual manera sucedía con mis muñecas y rodillas, de un momento a otro se me tornaban rojas y me dolían. Los dedos de mis manos al igual que los de mis pies se tornaban blancuzcos, mis uñas moradas y mis venitas se saltaban a causa del frío que les recorría.
- ¿Por qué me paso esto mamá? – Era lo que siempre le preguntaba a mi madre.
- No lo sé mi amor, pero seguramente es lo que dice tu abuela. Solo te entró frío. Ponte pomada y una venda y verás que te sentirás mejor. – Era lo que siempre me respondía. Algunas veces si funcionaba, pero, había otras ocasiones en las que el dolor era tan intenso que ni dando masajes mejoraba.
Cierto día asistí al sepelio de un familiar, causa por la cual me vi en la obligación de ir, pues no me gusta asistir a ningún panteón o ningún lugar dónde haya cadáveres. Especialmente en esos lugares es dónde mis pies se enfrían más. Al punto del entumecimiento.
Mi tío Rubén era muy amiguero, tenía amigos por cualquier parte del estado. Siempre le encantaba estar de fiesta en fiesta. Por lo tanto, el lugar se llenó a tope. Para fortuna de los familiares más cercanos, todos sus amigos asistieron para darle el último adiós. Llegaron con muchas coronas de flores, canastas, ramos. Mil veladoras e incluso hubo música banda durante muchas horas.
Entre tantas personas que llegaron una familia llamó mi atención de manera especial, pues vestían de manera curiosa. Vestían con trajes típicos. No sé de qué región serían pues no estoy al tanto de éste rasgo cultural. Creo que la más viejecita del grupo se percató de mi mirada, pues en un par de ocasiones las cruzamos. Después de un rato sucedió lo inevitable.
- Hola niña ¿Cómo estás? – Me preguntó la viejecita que se había acercado a mi lo suficiente como para que la escuchara pues el volumen de la música era bastante alto.
- Hola señora, estoy bien. ¿Usted cómo se encuentra? – Le respondí lo más claro que pude. No sabía que tan mayor era, pero, a juzgar por su apariencia tendría alrededor de setenta años. Supuse que tal vez ya no escucharía bien.
- Estoy bien, me duele la partida de Rubén. Él siempre fue un gran hombre, siempre apoyó a mi comunidad. – Terminando de decir eso me tendió la mano y añadió – Que mal educada soy. No te he dicho mi nombre, soy Lucila. – Terminando de decir aquella frase nos estrechamos las manos.
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Sustos de Muerte
ParanormalSe narran breves relatos sobre hechos paranormales que, quienes los vivieron hasta la fecha están en duda. No saben si fue real, fue mentira o si simplemente su imaginación les jugó una mala pasada. Estará en ti decidir qué es real y que no.