Entre las farolas de tu cuerpo.
En medio de los deseos mal sanos que cobijo tu piel.
En el enjuague de todo dogma de fe, en ese sentir de sal y agua bendita.
En medio las cruces y los evangelios rotos, caridad y piedad de cuerpos desnudos y embravecidos.
En la iglesia donde mis pecados tomaron forma y cobijo.
Y bese tu boca entre sotanas de negro anochecer.
Entre las velas y las mangas largas de desnudes a media luz,
en donde mi velo cobijo tu cuerpo con mis manos
de temblor y desenfreno.
En el habito de estar en sed de desnudarte en mis ojos
en pleno sermón.
Y apretarte fuertemente sobre mis entrañas al calor de la belleza más iluminaria, la más ferviente, la más febril.
Entre las farolas de tu cuerpo me perdí en las llamas
de un infierno de pasión.
De entusiasmo y alegría, de dulce vino de consagrar,
de vulnerabilidad que seducieron mis antojos,
y mis ojos se llenaron de entre reojos.
De cien mil pies que comprendieron tu almohada
y mordieron cada parte de tu pie, en este deseo que no se nos quita ni con cloro, ni con pimienta, ni con el reflejo del amanecer o el sol.
