Bajo las montañas

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Se encontraron a algunos elfos, semielfos, humanos y otros demihumaos por el camino, pero los evitaron gracias a la vista de la azor, el oído y el olfato de la lince, Detectar Vida, y Camuflaje. Era mejor evitar ser vistos, evitar dar cualquier clase de pista a sus perseguidores, de los que no tenían noticias. No sabían si estaban tras ellas, si habían abandonado, o si estaban esperando una oportunidad.

Esperaban estar a salvo en Narzerlak, el reino élfico, pues no sólo estaba allí Maldoa, sino que su habilidad contra los espíritus corruptos era más que apreciada. No obstante, habían decidido ir con cuidado, mantener un perfil bajo hasta poder hablar con su amiga. No sabían donde encontrarla, pero confiaban en que ella las encontraría.

Finalmente, después de varios días de viaje, llegaron frente a la entrada de una cueva.

–¿Estás segura de que quieres venir?– confirmó la elfa.

–Sí, totalmente. No os puedo dejar solas– ratificó la azor.

Era cierto que no le gustaban los lugares cerrados, o que podía cruzar las montañas desde el cielo y encontrarse con ellas al otro lado. Pero también era cierto que estaría muy preocupada y frustrada de no poder ayudarlas si estaban en peligro. Y no era menos cierto que no quería pasar tantos días sin la deliciosa comida de su hermana.

Así que, con el ave acomodada sobre el hombro de Goldmi, entraron en la cueva, la entrada al paso por el que debían atravesar las montañas por debajo. Y dado que allí no necesitaba el disfraz y resultaba una molestia, simplemente volvió a ser una elfa rubia.



Era un lugar oscuro y silencioso, aunque la lámpara lidiaba con la oscuridad. El único problema era que, de vez en cuando, era atrapada por una tela de araña, y ellas atacadas por su dueña.

Era algo esporádico, pues la densidad de arañas no era muy grande. De hecho, menor que la de otros habitantes de aquellas cuevas, a diferencia de lo que sucedería muchos años después, cuando otro visitante atravesara aquel mismo lugar.

El camino que debían seguir era claro. A pesar de ser un lugar poco transitado, los visitantes lo habían recorrido a menudo durante el juego, y en algunas ocasiones de verdad. Y debido a su escasa exposición a los elementos, era fácil seguir las indicaciones dejadas en la piedra, lo que sería imposible de haber estado el lugar cubierto por telarañas.

La mayoría de los seres de aquellos túneles las evitaban, conscientes de la diferencia de nivel, aunque unos ciempiés gigantes parecían empeñados en atacarlas. Encomendándose a la diferencia de nivel, la elfa aprovechaba para entrenar algunas habilidades a melé, siempre y cuando sus hermanas no quisieran jugar con los atacantes.

Los otros seres que las atacaban eran las arañas, pero sólo si quedaban atrapadas en sus redes, algo que no sucedía a menudo. La lince iba delante, y las quemaba inmediatamente.

Sin duda, quien más sufría era la azor, que no podía extender allí sus alas ni ver el cielo. Se sentía encerrada, aunque se encontraba mejor a la hora de comer.

También era un problema el descansar. Allí no había plantas para Hogar Vegetal, y no estaban seguras de si la tienda en forma de castillo de hadas podía protegerlas, por lo que era necesario hacer turnos de vigilancia.

Y, en aquella situación, la azor era especialmente útil, ya que podía descansar más tarde sobre alguna de sus hermanas. A pesar de sus limitaciones, por ser una ave en un lugar en el que apenas se podía volar, su afinidad al viento le permitía establecer una especia de barrera, pudiendo sentir si algo la atravesaba. Eso sí, si ello sucedía y su aura no asustaba al intruso, avisaba a alguna de sus hermanas, generalmente a la lince.

Es cierto que su nivel era superior a los seres de aquellos túneles, pero también que no podía hacer uso de sus armas y habilidades, y su fuerte no era la fuerza bruta. Si bien podía resultar vencedora, sobre todo gracias a su afinidad al viento, el riesgo de sufrir heridas era alto. Y no quería ni pensar en que su hermana cumpliera su promesa de darle comida envasada si volvía a actuar de forma tan imprudente.



Llegaron a una especia de estancia enorme, que parecía imposible que estuviera dentro de aquellos túneles. No sólo era amplia, sino que se alzaba muchos metros por encima de sus cabezas.

No tenían ni idea de cómo se había creado, si de forma natural o artificial, pero no había allí nada que pareciera indicar que tuviera algún propósito.

Goldmi ordenó a la lámpara que se alzara hacia arriba, usando Sol para iluminar el suelo, pero no encontraron nada digno de destacar. No obstante, se quedaron allí unos minutos, mientras la azor albina aprovechaba para estirar las alas, volando alrededor y cayendo en Picado, y rompiendo algunas telarañas con su viento.

–Podría ser todo así y no tan estrecho– se quejó el ave.

Elfa y lince se rieron, pero poco más. De hecho, la felina no se había metido prácticamente con su hermana alada, aunque pudiera pensarse que era una situación propicia para ello.

Sin embargo, el ave lo pasaba mal de verdad en los túneles, y, aunque no lo reconocieran, se querían demasiado como para molestarse en aquellas situaciones. Eso sí, en cuanto salieran, probablemente se lo recordaría más de una vez.



Un murciélago gigante cayó sin vida al suelo de la enorme gruta. Era lo suficiente grande para volar y cazar, y la azor no se había podido resistir. Habían transcurrido ya tres días desde que habían dejado atrás aquella estancia en la que había podido estirar las alas, y más desde que había podido ejercer sus dotes para la caza.

Sin embargo, pronto tanto ella como la lince empezaron a sentirse incómodas, y también la elfa, al sentirlas a ellas. Había algo extraño allí, podía verse en el comportamiento de los insectos, los pequeños y los gigantes.

Había un enorme lago subterráneo, cuya profundidad era imposible de apreciar, y que se iba ensanchando a medida que avanzaban. Allí acudían los insectos a beber, pero lo hacían rápido, como si temieran que algo los pudiera atacar.

Por ello, las tres hermanas estaban alerta, aunque sin miedo. Su nivel estaba muy por encima de la zona, por lo que estaban convencidas de que podían lidiar con los seres que debían de ocultarse bajo las aguas.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora