Parte 113

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-¿Por qué crees que paso algo?- El rostro siempre relajado de Alfred se pone serio.

-Dime que paso. -

-Eso no es...-

-Arthur

Aprietas los labios hasta volverlos una línea blanca en tu boca, ambos se sostiene la mirada, en una lucha de voluntades, donde (obviamente) tú no ganas.

Le cuentas.

Omites datos para protegerte a ti mismo. Te sonrojas y te maldices al mismo tiempo.

Mierda.

Nunca debiste escribir una carta hablando de Alfred.

Le das una versión incompleta de los hechos.

A medida que hablas él se siente a tu lado, sin interrumpir y sin quitar la mirada de ti. Tú miras las cortinas azules o tus propias manos, no importa, con tal de no verlo a él a los ojos.

Te sientes culpable por arruinar su buen humor con tus problemas.

Pero a la vez te alegras de que este ahí, por que necesitas a alguien que escuche lo que tienes atorado en el pecho.

-Estaba furioso, estoy consciente de eso, y sé que lo que dijo no es totalmente cierto... pero, aun así, duele. Y me da miedo acercarme a él ahora.

-Pero no entiendo ¿Cómo asumió tu padre que estás enamorado de un chico? - El rojo vuelve a tus mejillas.

-No lo sé, yo solo escribí la carta para contarle mis conclusiones a Francis de todo lo que me enseño y he entendido. – Y no es falso, pero tampoco es la verdad entera.

-¿Cómo reaccionaron tus hermanos?-

-Creo que estaban más asustados de ver a papá gritar que de pensar que yo podría ser... Bueno, no importa, al final hui y fui con Lukas

-¿Fuiste con Lukas? ¿Quieres decir que pasaste la noche en su casa?

-Si.- Los ojos de Alfred se llenaron de culpa.

-¡Oh, Arthur! Debiste llamarme, yo tan cómodo en casa de mi madre, y tú con problemas, perdóname. -

-No te preocupes, de hecho iba a regresar a tu casa, pero no tenía dinero para el autobús y mi celular se quedó sin batería.- El hace ademan de abrazarte, pero tú lo mantienes lejos de ti con tu mano en su pecho.- Por favor, no me abraces.

-¿Por qué?- Te pregunta, con los brazos extendidos, listo para apresarte contra él.

-Llevo todo el día manteniéndome entero, si me abrazas, me voy a desmoronar. – Tus mejillas se sonrojan por la vergüenza de admitir algo tan íntimo como eso. Pero es verdad. Has logrado mantenerte en paz porque estas en público y no quieres quebrarte, pero dudas poder seguir impasible si alguien te abraza. Él, ignorando tu advertencia, quita tu mano de su pecho y te envuelve en un cálido refugio con un olor agradable que solo puedes identificar como el perfume natural de Alfred.

-Solo déjate llevar, tu héroe ya está aquí. - No sabes si son sus palabras, que te aseguran que abra alguien cuidando de ti, o es el calor que irradia su cuerpo, o es quizás la profundidad de su voz amplificada por tener tu oreja pegada a su pecho, pero hay algo que te rompe. Te aferras a Alfred, te pegas apropiadamente a su cuerpo, y escondes tu rostro contra él.

Lloras.

Sin vergüenza.

El acaricia tu espalda y te permite desahogarte en silencio. 

La vida de adolescente de Arthur Kirkland. HetaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora