Aire para respirar

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Los cuatro caminaron en silencio hasta la salida, cada quien sumido en sus ominosos pensamientos. El rostro de Kialandei estaba pálido por la impresión de ver morir a Cote, Nimbaerus tenía el semblante taciturno mientras respondía con monosílabos a las preguntas que le hacía Urkel de vez en cuando hasta que esté último, comprendiendo que no era el momento para hacer averiguaciones, optó por guardar silencio.

Antheón sabía bien que una vez los shobanitas despertasen Oleruid sería embalsamado, para ser llevado de vuelta a su nación y ser sepultado bajo sus costumbres. A Cote por otra parte le arrojarían en una fosa común, sin siquiera dedicarle algún pensamiento.

No, eso no es cierto, se dijo para sus adentros. El Domin lamentaría enormemente el dinero gastado en Cote.

Junto a los dos aeronautas y su joven hermano de armas se reunió con los demás. Y no fue la bienvenida más grata, si era sincero consigo mismo. Una pseudo victoria que le supo amarga, pues sabía bien que había subestimado la fuerza de su oponente. Y de no ser por los aeronautas el ahora estaría muerto. Y no habría podido seguir con su misión

Eso era lo más importante: poder terminar su misión.

Vril lo miró con odio cuando dieron la noticia de la muerte de Cote a manos del Doctore; decidió que era mejor no decir que este último seguia con vida. Era mejor contarlo luego, una vez estuvieran fuera de peligro, para evitar más altercados. Los aeronautas, usando su dominio del viento, se trasladaron hasta el muro que daba a la calle. Los observaron esperar la llegada de la Dama Liea. Urkel se puso a hablar con Osrel y Dusan un momento. El veterano guerrero notó que estaban cabizbajos por la muerte de Cote, al lado de las sirvientas, dos de la edad de su difunta hermana, dos que bien podían ser sus nietas y una no mayor que su hija pequeña, quizá por un par de años. Las cuatro primeras miraban con nerviosismo a las sombras, a la espera de los guardias; la última no miraba a las sombras, miraba con curiosidad a los aeronautas. Pensó en acercarse y consolar a las más asustadas, pero de inmediato desistió, porque ¿qué podía decirles que no sonase hueco?

No puedo llegar y decirles que todo va a salir bien después de haber dicho que Cote murió, pensó volviendo su mirada en dirección a la casa principal.

—¡Maestro! —escuchó y por acto reflejo volteó en la dirección de la que provenía la voz—¡Aquí, maestro!

Eran Roke y Huesos que se aproximaban a él, ambos llevaban unas telas bajo los brazos. Le tomó unos segundos darse cuenta de que le traían ropas para poder pasar desapercibido una vez los sacasen a todos. Agradeció a los dos después de tomar unos pantalones grises no tan gastados; una camisa verde oscuro que le venía un par de tallas más grandes, perfecta para ocultar su espada. Los vió ir con Urkel que tomó sin mirar siquiera si lo que tenía en sus manos era de su talla. Eso hizo que el veterano guerrero se sintiera tonto por haber tomado su tiempo en seleccionar que ropas se ajustaban mejor a él. Vio a su otrora pupilo acercarse a él con gesto serio.

—Maestro, ¿podemos hablar? —le preguntó a nada más llegar—. A solas —agregó después de echarles una mirada a Roke y a Huesos que le siguieron.

Antheón les pidió amablemente a sus nuevos aprendices que les dieran espacio para hablar con su hermano de armas. Los dos muchachos acataron la orden sin dudar.

Eso estaba bien, más adelante tendrán que hacer muchas cosas sin cuestionar, pensó preocupado.

Cuando estuvieron a una distancia que les permitiera hablar con tranquilidad, sin mirarlo a la cara y con gran seriedad le preguntó:

—¿Qué ocurre?

—Vera, Maestro, estuve pensando en lo que nos dijo Cote —comenzó a decir Urkel y al ver que su oyente guardaba silencio continuó:—. Lo de no ser libres hasta que el Domin y su hijo murieran.

Aeronauta, Domador Del Aire.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora