Capitulo 11: ¿Me estas siguiendo?

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Actualidad

¿Tenía mil cosas pendientes que hacer en el club?

Si.

¿Había personas esperando que moviera mi trasero para poder hacer sus propios trabajos?

Por supuesto.

¿Iba a poder concentrarme el día de hoy para completar al menos una de las tareas que debía?

No.

¿Me sentía culpable al respecto?

Un poco.

Pero no lo suficiente como para regresar a la casa club y hacerle frente a los invasores o encerrarme entre las paredes de la oficina, mucho menos para lidiar con las miradas de curiosidad de mis hermanos por el show que monte con la bruja en la pista de baile.

Así que hice lo que mejor podía y me desaparecí.

Un mensaje rápido al Prez informándole que no me vería durante 48 horas, una llamada a Hell para que no jodiera en mi tiempo libre, un tanque lleno de gasolina más tarde y yo estaba listo para desconectarme del mundo.

Era una mala costumbre que tenía desde que entre a la adolescencia y que a mi abuela volvía loca.

Cada vez que me estresaba a tal punto que mi cabeza no podía concentrase ni en las cosas más básicas solía irme a donde nadie podía verme y me dedicaba solo a escuchar.

A veces tardaba unas horas, otras unas semanas, lo más que he permanecido alejado fue medio año.

Me quedaba lo más solo posible y escuchaba.

Era como si le pusiera un amplificador a mis pensamientos mientras les quitaba la correa, todo me venía de golpe.

Eso suele salir muy bien, o muy mal. Pero no importaba si al final no resolvía nada, con el tiempo me había dado cuenta que en ocasiones no era necesario llegar a una conclusión, a veces solamente necesitabas vocalizar los problemas, enfocarlos, volverlos reales. Así no permanecen como fantasmas, escondidos en los rincones de tu mente, esperando su oportunidad para atacar.

Lastimosamente este pequeño descanso en particular paso más rápido de lo que hubiera querido, y me vi con la necesidad de regresar antes de que estuviera listo.

Aunque me desvié de mi destino, deteniéndome en mi cafetería favorita en el centro de Los Ángeles, un lugar donde a pesar de tener una mayoría de empleados y clientes estadounidenses, sus recetas seguían manteniéndose tradicionales.

El lugar tenía el mejor chocolate caliente del mundo, y no lo decía solo porque sabía exactamente al que hacía mi abuela cuando era niño y llovía.

También tenían una gran variedad de pasteles y postres que tenían mi culo babeando en cualquier momento.

El local era pequeño, y no lo suficientemente concurrido como para sentirse sofocado entre tanta gente.

Mi gusto culposo consistía en ordenar un vaso grande de chocolate caliente con una concha de vainilla y sentarme en mi lugar favorito, donde podía observar pasar a las personas en su día a día sin que ellos lo notaran.

En cuanto llegue la señora que estaba en la caja registradora me saludo con una sonrisa del tamaño del Everest.

¡Maxi!, bienvenido hijo, ¿Lo mismo de siempre?–.

A pesar del escalofrió que me recorrió la columna por aquel ridículo apodo, no detuve la sonrisa que se construyo en mi semblante junto con un asentimiento.

Te Reto a DescifrarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora