𝗰𝗵𝗮𝗽𝘁𝗲𝗿 𝗳𝗼𝘂𝗿

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Viernes. El último día de la semana, perfecto para faltar y comenzar un fin de semana largo.

O por lo menos eso pensaba Mariane en el momento en que su alarma comenzó a sonar. Ignorando aquel frustrante sonido, cerró sus ojos y volvió a dormir.

A las nueve treinta Sophia despertó a su amiga, con la excusa de ir al centro comercial.

Arribadijo la pelirroja en tanto se colocaba sus zapatos.

—¡No! —exclamó mientras se aferraba a su almohada—. ¡No quiero ir, Soph!

—Vamos, Mariane, no puedes quedarte todo el día en tu cama —giró a mirarla—. Salgamos a distraernos un rato, miremos zapatos, ropas y lo que sea.

—¡No! Es mi derecho quedarme en mi cama todo el día si se me da la gana.

Antes de poder responder, su teléfono sonó indicado una llamada entrante.

—Hola, mamá —habló una vez que descolgó —. Sí, seguimos en su casa... Pero-... Está bien... —dijo antes de colgar y mirar a la castaña—. Hoy te salvaste. Mamá quiere que vuelva a casa de inmediato.

—¿Qué?  —abrió sus ojos y la miró—. ¿Vas a irte? ¿Va a abandonarme? —dramatizó.

—Lo siento, Mariane, pero mi tía llega hoy con primos pequeños y mamá quiere guardar todo lo que ella cree es frágil.

—¿No puede hacerlo Jake? —cuestionó un tanto irritada—. Por favor, Sophi, pensé que iríamos al centro comercial. 

Juntó su entrecejo. —¡Hasta hace un minuto estabas protestando! —levantó sus brazos.

—¡Solo jugaba! —refutó—. Si quiero ir al centro comercial contigo...

—Como sea —rodó los ojos—. No te preocupes, volveré en la tarde, lo prometo —sonrió antes de levantarse de la cama y pararse en el umbral—. Mientras tanto podrías tomar una ducha —mostró su lengua de forma burlona antes de alejarse riendo levemente.

Cuando apenas había escuchado el sonido de la puerta principal cerrarse, estaba decidida a dormir lo que restaba de la mañana pero Sheryl irrumpió con un canasto de ropa.

—Oh, creí que habías ido con tu amiga —dijo al verla—. ¿No se suponía que hoy saldrían?

Se sentó a su lado, dejando el canasto en el suelo.

—Se suponía —habló enderezándose en la cama—. Pero al parecer su madre la necesita —refunfuñó—Como sea, ¿lavaste el suéter azul?

Asintió con la cabeza rebuscando entre las prendas.

—Aquí está. Limpio y perfumado.

—Gracias, Sher —habló en tanto lo tomaba en sus manos.

—De nada, cariño. Aquí dejo el resto de tu ropa —mencionó antes de levantarse—Seguiré con la limpieza, si necesitas algo, háblame.

Asintió con la cabeza viendo como ella salía por la puerta.

Un segundo después su mirada se dirigió al suéter en sus manos, viniendo a su mente una sola palabra, cuatro letras.

𝗛 𝗲 𝗮 𝘁 𝗵 𝗲 𝗿 ¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora