Capítulo 17 (parte V)

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La tremenda explosión de la táctica cometa ponía piel a Oriana con piel de gallina, ya que sabía que uno de los voluntarios para llevarla a cabo, era Germanus. Hasta no comprobar con sus propios ojos, que su amigo estaba sano y salvo, no estaría en paz. Intentaba rastrearlo con su mirada pero los gritos de sus compañeros en el campo de batalla desviaban su atención.
Gracias al tiempo que habían ganado, ahora se encontraban con una nueva formación. Adelantándose a la posibilidad de que ahora el enemigo ataque por dos lados rodeando la barrera creada; habían creado un semicírculo de lanceros que precedían a las filas de Alrand, las filas montadas.

—El tiempo es un recurso sumamente escaso en una guerra... Quien sepa controlarlo, contará con mil espadas más.

Oriana recordaba aquellas palabras de Rigal, como si las estuviese escuchando en ese momento. Entendía, que no era una simple frase que decía el Mythier ostentando su sabiduría, era una verdad, un principio rector en la guerra.
Unos cuantos brazos extendidos señalando el cielo, hicieron desaparecer de la cabeza de la guerrera aquellos recuerdos. Esas manos tendidas, comenzaron a llamar la atención de la guerrera. Por su posición, no lograba ver lo que querían marcar; pero temía que de algo grave se trataba por los gritos de alarma que comenzaban a correrse. Le molestaba no poder ver lo que sucedía, por la posición de su cuadrilla, se encontraba próxima a la puerta de entrada y tenía miles y miles de soldados a pie y montados que tapaban su visión. No fue hasta que escuchó el sonido de un golpazo contra la muralla, que entendió lo que estaba ocurriendo. Las catapultas enemigas, lanzaban rocas sin parar, con el claro objetivo de frenar el ataque de los arqueros Vahianer. Haber eliminado unas cuantas máquinas había sido otra gran victoria para los rebeldes; ya que la cantidad de proyectiles que podían lanzar a la vez, se reducía considerablemente.
Algunas rocas, golpeaban la muralla sin producir severos daños, otras lograban su cometido, llegando a las torres.

—¡Fuera flechas! —gritaba Teilan haciendo un constante movimiento con sus brazos en señal de rechazo—. ¡Protejan las máquinas de arpones! ¡Esquiven el ataque enemigo! —su garganta roncaba por los oídos de su gente mientras las primeras piedras caían—. ¡Limpien los pasillos, arrojen de la muralla todas las piedras!

Bori se encontraba haciendo rodar una roca hasta arrojarla fuera de la muralla, cuando vislumbró la primer torre caer. Su destrucción arrastró cuatro soldados, cuyos gritos, difícilmente olvidaría el joven.
Las piedras seguían cayendo sobre la muralla ocasionando cierto descontrol entre los arqueros. El ruido de los estruendos, hacía que la comunicación sea menos efectiva; y aunque no estaban sufriendo grandes bajas, debían procurar estar atentos, ya que el mínimo error podría ocasionarles la muerte.
Teilan comenzaba a llamar a sus soldados, dirigiéndolos hacia un lugar seguro, ya que de quedarse con el constante ataque de las catapultas, solo perdería vidas. Debía reagrupar a los arqueros y esgrimir una nueva estrategia.
Bori, intentando acudir al llamado, observó que una extraña luz brillaba de la ya derrumbada torre. Haciendo foco, alcanzó a ver una mano. Inmediatamente corrió para corroborar si se trataba de lo que él creía; y efectivamente así era. Uno de los arqueros había sobrevivido a la explosión, quedando colgado con sus pocas fuerzas de un pequeño ladrillo de la muralla. El reflejo del sol con la armadura del soldado había generado la alerta, y ahora que Bori se encontraba cerca, podía escuchar los gritos de auxilio.

—¡Dame la mano! —decía el joven agachándose para estirar su brazo

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—¡Dame la mano! —decía el joven agachándose para estirar su brazo. Bori no era de aquellos que se destacaban tener fuerza, por lo que al sentir el peso de su compañero el miedo comenzó a apoderarse de él—. ¡Ayuda! ¡Alguien, ayuda! —gritaba a toda voz mientras hacía palanca con su cuerpo intentando levantarlo. El joven continuaba gritando, pero al parecer, nadie alcanzaba a oír.

—No me sueltes —hablaba mirando a los ojos a quien intentaba salvarlo—. No me sueltes por favor.

Algunas partes de la muralla comenzaban a desmoronarse y los gritos de los arqueros advertían algo que todavía Bori no había notado. En ese caos, el joven entendió que solamente de él, dependía la vida su compañero.

—No voy a soltarte —dijo mientras apoyaba sus talones sobre el borde de la muralla y flexionaba lo más que podía sus rodillas—. ¿Podes usar tu mano derecha? —preguntó y luego de ver que asentía con la cabeza continuó—. Cuando te diga, quiero que hagas toda la fuerza que puedas con esa mano, impulsándote a la vez que yo tire de tu brazo.

El joven escuchaba gritos y estruendos como un único sonido, un sonido homogéneo. No podía distinguir de que se trataba o que era lo que querían decir; solo estaba concentrado en una cosa, por eso luego de respirar hondo miró al sujeto y gritó:

—¡Ya! —de repente todo su cuerpo se encontraba tensionado y cada músculo resultaba ser utilizado en su totalidad—. Vamos... vamos... —diciéndose a sí mismo en voz baja mientras terminaba de estirar sus piernas por completo.

La mezcla de fuerzas e impulsos, hicieron caer hacia atrás a Bori. El hombre que anteriormente colgaba de un ladrillo, ahora estaba sobre la muralla intentando ponerse de pie.
Con suma velocidad, Bori lo asistió agarrándolo por debajo de los hombros para levantarlo.

—Ya estás bien, tranquilo —decía mientras hacía fuerza para ponerlo de pie.

Fue entonces, que su cabeza le permitió entender lo que sucedía a su alrededor. Fue entonces, que logró descifrar el mensaje que había, en aquel enjambre de gritos.

—¡Nos atacan! ¡Abajo! —gritaba una arquera que se acercaba a hacia el joven lo más rápido que podía. Esa voz hizo que Bori mirase a sus costados y comprenda lo que estaba ocurriendo.

Sobre su izquierda se extendía un camino de arqueros que habían sido atravesados por arpones y según lo que entendía, el ataque continuaba.
Todo empeoró cuando la mujer que iba en su ayuda, cayó atravesada en su estómago.

—¡No! —gritó el joven mientras terminaba de levantar a aquel hombre—. ¿Podés caminar? —preguntaba intentando tranquilizarse.

Veía que no apoyaba las piernas y por eso sin más que esperar, comenzó a empujar sosteniéndolo de la espalda. Los brazos del hombre permanecían abrazando a Bori, hasta que la frialdad del hierro en su pecho lo despojó de toda capacidad de agarre.

—No, no, no... —decía al ver la sangre que salía de su boca—. Vas a estar... —no llegó a completar la frase porque sabía que se estaría mintiendo; y aunque intentó seguir arrastrándolo consigo, entendió que el hombre había muerto. Todavía no lo había soltado, cuanto sintió un impacto entre su hombro izquierdo y su pecho—. ¡Ah! —gritó mientras la fuerza del arpón lo tiraba puertas adentro de la muralla. Sus gritos lo acompañaron mientras caía por una escalera, hasta que finalmente, desaparecieron en el último escalón. 


NicoAGarcía

NicoAGarcía

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Fhender: La rebelión de los Vahianer ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora