Yo tengo muy buena memoria. Me acuerdo de los nombres de las películas, de los directores y los actores de Hollywood; de todas las telenovelas que se ha visto mi mamá; del radioteatro de la Ley contra el hampa, las aventuras radiales de Kaliman y su inseparable escudero Solín, y de los personajes hilarantes y chistes de Montecristo años ha, que escuchaba cuando era un niño y planchaban a mi lado; de los actores criollos, los clásicos y los de ahora; de las modelos y presentadoras de la televisión nacional; recuerdo todos los capítulos de Seinfield, del Chavo del 8, de Lost y de Los Simpsons con abrumadora precisión y de cien series más; de libros y sus autores, de oraciones cristianas que me enseñó mi abuelita, de cuentos magistrales y personajes ilustres reales o ficticios, de autores de libros que no he ojeado y hasta de libros que no me he leído; me acuerdo de los programas de televisión que he visto desde chiquito y hasta de los slogans y jingles de comerciales de productos ya descontinuados. Soy capaz de reconocer pintores y sus obras, canciones y cantantes por montón en todos los géneros posibles, planteles completos de jugadores de mi amado DIM, resultados de partidos, de goles que me emocionaron y hasta de anécdotas no autorizadas de futbolistas. Rememoro con gran facilidad situaciones y anécdotas divertidas que me pasaron a mí y a mis amigos. Con decir que me acuerdo hasta de los paseos a los que no fui…
Es decir, mi memoria selectiva funciona de maravilla cuando se trata de información inútil. Mi cabeza está llena de basura que nunca se formatea. No tera bites, como se le dice ahora a una descabellada acumulación de datos, sino Tetra bites es lo que tengo acumulado en mi precioso cerebro.
No me acuerdo de todo, ni todo el tiempo, ni que fuera Funes el Memorioso de Borges, pero sé que toda esa chatarra la tengo albergada en alguna parte, medio dormida, y no es sino un impulso, una evocación ligera, una chispa, para que el buscador comience a urgar en mis archivos. Así, en menos de lo que canta un gallo aparece y sale por mi boca para el asombro de mis acompañantes: “¡Cómo te acordás!”, terminan por decir… “Yo no sé, creo que me gustan las historias y la gente”, les contesto.
Ahora no me acuerdo de chistes ni poemas, como Miguel Rivas que tiene un chiste y un poema para cada ocasión, pero hubo en tiempo en que si. Creo que de tanto contar chistes a los amigos y recitar poemas de niño a las visitas, fundí esa capacidad y la bloqueé. Tampoco me acuerdo de las fórmulas matemáticas aprendidas en el colegio como despejar x, factorizaciones y algoritmos, y como odio los manuales técnicos, tan pronto como los leo los olvido.
De lo que si nunca me he acordado es de los nombres de la gente que recién conozco. Y no me ha valido nada.
El problema empieza desde el momento en que conozco a la gente. Hola te presento a un amigo… hasta ahí todo bien… Pero luego cuando dicen: mucho gusto mi nombres es… en mi cabeza hay una interferencia que me impide escucharlo, la mente se me pone en blanco esos segundos (encierra aquel nombre en un paréntesis de olvido perpetuo), y luego le da la orden a los oídos para que retome la conversación como si nada hubiera pasado.
En caso de que logre escucharlo, mi mente arroja el nombre en la papelera de los archivos temporales y la borra inmediatamente, al punto de que en la mitad de la conversación, me toque preguntar: Que pena, ¿cómo es que te llamas vos…?
Por fortuna, he venido descubriendo que esto no solo me pasa a mí. Hablando con El Amarillo, un amigo músico, me contó que tenía el mismo problema; que le daba mucha vergüenza encontrarse con gente que le sabía el nombre mientras que él no se acordaba. Bueno, si a uno lo llaman El Amarillo, no es que sea muy difícil acordarse y a mucha gente la conocen más por el apodo. Pero la gran mayoría le decía Federico que es su nombre de Pila.
¿Qué hacer entonces cuando uno no se acuerda de un nombre, mientras que otro con gran familiaridad repite el nombre de uno y se lo estrega en la cara?
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A que no me acuerdo... ¡ a que no !
Short StoryDe cómo el olvido puede cambiarte... hasta el nombre.