Prólogo

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Cuando los rayos del sol se asomaban por el filo de los rascacielos anunciando el principio de otro nuevo día, una chica joven, impecable, paseaba por la calle desierta. Solo estaba acompañada por el repiqueteo de sus tacones. Andaba a paso rápido y decidido, con una mochila a la espalda, unas gafas de sol en el rostro, unos vaqueros pitillos oscuros, una camisa blanca y una chaqueta oscura. Su pelo largo liso color caramelo bailaba con el viento y su piel blanca brillaba con los reflejos del sol. Era extraño ver una ciudad tan grande como aquella vacía de toda señal de vida. Sin embargo, la chica lo agradecía, siempre era todo más fácil a aquellas horas de la mañana, cuando ni los mendigos se habían despertado.

De repente, la chica se paró en seco al lado de un callejón. Había notado un movimiento.  Para su gran sorpresa un niño pequeño se encontraba a la entrada de él, justo donde se colaba la luz del amanecer. Aunque estaba sentado con la espalda pegada a la pared y las rodillas encogidas escondiendo su rostro entre ellas, la chica sabía que estaba despierto. Ella se acercó a él y se agachó para encontrarse a su altura. Él se separó rápidamente con temor ante la desconocida. Se quedó de cuclillas a un metro de ella, observándola alerta. No tendría más de siete años. Toda su ropa estaba desgarrada y mugrienta. Estaba esquelético y lleno de suciedad. No llevaba zapatos y tenía sus pequeños pies llenos de heridas, al igual que sus manos. Su pelo estaba igual de sucio que todo su cuerpo. Lo único que lo diferenciaba de cualquier otro chico mendigo eran sus ojos verdes. No tenían ningún brillo, pareciendo así los de un ser inanimado o inhumano.

La chica lo examinó escondida detrás de sus gafas de sol y se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas. Una sonrisa triste había aparecido en sus labios sin que ella se hubiera dado cuenta.

-No voy a hacerte daño, tranquilo, solo quiero hablar un poco contigo. Hace tiempo que no hablo con nadie, ¿sabes?- le dijo con tono simpático- Pero, parece que tienes hambre. No se puede hablar con el estómago vacío.

La chica se descolgó la mochila y buscó en ella hasta dar con una bolsa de papel, de la que sacó un bocadillo. Se lo tendió al chico, el que se acercó con cuidado y apartó la mano rápido una vez lo hubo cogido. La chica sonrió al ver que se lo comía.

-Bien, ahora sí estamos en condiciones de tener una buena conversación. Resulta que por mi trabajo estoy todo el rato de un lado para otro y me siento bastante sola últimamente… Por otra parte creo que un niño tan pequeño como tú no debería de andar solo por las calles de esta ciudad…

El niño pequeño la miró con enfado.

-Yo no soy un niño pequeño. Sé defenderme.- su voz tenía un tono firme, pero era aguda, lo que lo hacía sonar como un niño enfurruñado, justo lo que era.

-Oh, entonces tengo una idea. ¿Qué te parece si te contrato y te conviertes en mi guardaespaldas? Yo te daré comida, cama y dinero, además de mi compañía. Tú, a cambio, tendrás que venir conmigo y protegerme.

La chica joven le tendía la mano, a modo de trato. El niño se dio media vuelta, mirando al callejón, dando así su negativa.

-Mira, chico, sé que a lo mejor la gente te ha tratado mal por estas calles. La vida es algo difícil, y más para un chico de tu edad. Seguramente muchos te han rechazado por tus ojos, porque son diferentes. A la gente no les gusta lo diferente a ellos y, por eso, intentan destruirlo.-la espalda del niño se encogió y se escucharon algunos sollozos. La chica se acercó al chico y posó su mano en su pequeña espalda, notando los huesos marcados bajo su piel y el temblor de sus músculos- Pero, ¿te cuento un secreto? ¿Sabes por qué me he parado aquí a hablar contigo? Nada más he visto tus ojos me he enamorado de ellos y me encantaría poder verlos todos los días a mi lado.

El chico se dio media vuelta para mirarla, mostrando así su rostro lleno de lágrimas. El niño no sabía si confiar en las palabras de la chica. Tenía miedo de volver a ser rechazado, pero seguía siendo un niño buscando alguien a quién agarrarse.

-Además,- la chica se levantó las gafas de sol, dejándole ver así sus ojos sin brillo color chocolate- podríamos decir que sé más o menos cómo te sientes.

El niño se tiró a los brazos de la chica y empezó a llorar todo lo que se había guardado durante sus horribles siete años de vida. No sabía por qué lo había hecho. Todavía no sabía si podía confiar en aquella mujer, pero, aún así, había sentido un gran alivio en su corazón al ver sus ojos, y no había podido evitar soltarlo todo de golpe. Él era solo un niño de siete años.

La chica lo acogió en sus brazos, abrazándolo como ella sabía que nadie le había abrazado antes. Sabía que no hacían falta más palabras, así que cerró los ojos y guardó silencio mientras él seguía llorando.

Pasado un rato, el niño se separó de la joven. A ella le pilló por sorpresa. Durante ese pequeño rato había conseguido olvidar toda su vida, y le costó un momento volver a la realidad. Cuando lo consiguió, se encontró con el chico mirándola decidido, con los ojos hinchados de las lágrimas y tendiéndole una mano. La chica sonrió y le apretó la mano, para luego abrazarlo efusivamente.

Después se levantó, se quitó la chaqueta y se la puso al chico, al que le llegaba por las rodillas. Él se quedó observándola, y luego se abrazó a sí mismo para poder sentir el calor que le transmitía. La chica volvió a sentarse, cogió el bocadillo que el niño había dejado en el suelo un momento antes y además encontró una botella de agua en su mochila. Le tendió ambas cosas al niño.

-No podemos partir hasta que no estés en condiciones.

El niño cogió ambas cosas y empezó a comer de nuevo, bebiendo de vez en cuando.

-Yo me llamo Jessica, me puedes llamar Jess.- el niño iba a abrir la boca, pero Jessica la interrumpió- Y como ahora acaba de empezar una vida nueva para ti, te daré un nuevo nombre. Desde ahora te llamas Hope.

El niño se quedó pensativo.

-Encantado de conocerte, Jess. Mi nombre es Hope.-el chico le tendió una mano a modo de presentación. Los labios de Jessica se curvaron en una gran sonrisa mientras apretaba de nuevo la mano del niño.

Una vez se hubo terminado el bocadillo, ambos empezaron la marcha. Jessica no le dejó a Hope andar con los pies descalzos, así que lo llevó a caballito, cogiendo la mochila con una mano.

Cuando los rayos del sol ya inundaban todos los rincones anunciando que un nuevo día había empezado, una chica joven con una camisa blanca llena de manchurrones negros paseaba por la calle desierta solo acompañada por el niño que llevaba en su espalda y dormía plácidamente. Andaba a paso rápido y decidido, sabiendo que era demasiado extraño ver una ciudad tan grande vacía de toda señal de vida a esas horas. Sin embargo, la chica lo agradecía, todo sería más fácil si nadie la reconocía cargando con Hope a la espalda.

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⏰ Última actualización: Dec 27, 2014 ⏰

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