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Jack se apoyó parcialmente contra la grisácea pared de cemento, encendiendo un cigarrillo mientras miraba directamente a esos ojos azules, casi como si el entero tiempo del mundo estuviera a su merced, como si su mandato llegara a romper las leyes de la propia física, parando el tiempo con tan sólo mover su dedo índice, dándole un alto al mundo, cuando de hecho, este estaba por romperse en mil piezas.

Se situaba, una vez más, en la sala de interrogatorios con la compañía de Gustabo, quien se encontraba sentado en una de las sillas mientras lo miraba desde abajo con fingida inocencia, como si todo se tratase de un error, como si no hubiera efectuado hace tan solo una hora un robo a una joyería.

Quizás era aquella mirada la que le causaba cierta atracción, aquella que llevaba tatuada segundas intenciones. O quizás lo era su evidente belleza, tal hermosura pícara. Y es que, el pelirrubio poseía rasgos preciosos; bonitos labios rojizos, capaces de enredarte con las mentiras más encantadoras y unos astutos ojos azules, acompañados de unas espesas pestañas que revoloteaban de vez en cuando, los cuales provocaban un hechizo en quienes decidieran posarse.

No era estúpido, sabía que no era el primero en caer, sabía que esas curvas habrían conquistado incluso al más sensato. Tenía claro que cuando exprimiera hasta la última gota que pudiera serle extraída se evaporaría, dejándolo una vez más solo, pero es que era incapaz de evitarlo; bastaban un par de miradas y palabras coquetas para lograr sacar a la luz aquel lado obscuro del trajeado.

—Quizás podrías pasar por alto este pequeño percance, ¿verdad?— Inquirió el otro, lenta y suavemente, mientras se levantaba de aquella desgastada silla.

El ojiazul recortó la distancia que lo separaba del de canas incipientes, manteniendo tan solo la necesaria para que sus labios no se toquen.

Al contrario de alejarse, Conway le mantuvo fijamente la mirada.

—¿Quién te crees que eres, muñeca?— Contestó tras lanzar una risa amarga. —¿Piensas, acaso, que dejaré que te vayas de rositas, porque sí? Sabes perfectamente que no es así como funcionan las cosas por aquí— Conway bajó la mirada a los labios del contrario por un segundo casi imperceptible, lamiendo los propios por inercia.

—Me decepciona un poco el que pienses que mi libertad no implicaría tu recompensa— Dijo, sin pasar por alto el movimiento producido por el mayor, mientras con su dedo índice trazaba lentas y cautelosas caricias en el cuello del contrario.

Con una de sus sigilosas manos, Conway acarició su cintura por debajo de las telas que la cubrían con egoísmo, deleitando su frío tacto con la tersa piel que se encontraba. Manteniendo el suave agarre en la cintura, dio un par de pasos hacia delante, obligando a Gustabo a retroceder hasta chocar con la pared paralela a la puerta.

Tomó una profunda calada de humo con la mano que aún sostenía el cigarrillo, aún con su mirada en el cuerpo ajeno, descargando posteriormente aquel humo en la cara de quien se encontraba entre su cuerpo y el muro de concreto, con una apacible lentitud, disfrutando cada una de las expresiones de su acompañante.

Conway se estiró para apagar el cigarrillo contra la mesa, sin siquiera importarle el daño infligido a esta.

—Ilumíname, ¿cómo planeas convencerme?— Sabía que no debía hacerlo, darle rienda suelta a su persuasiva lengua bífida iba a acabarlo, sabía que estaba mal, que estaba cayendo en sus redes, pero cuando se trataba de él su juicio se veía nublado.

Gustabo pasó sus largos dedos por los cabellos azabaches del mayor, causándole cosquilleos en toda su espina dorsal, para luego viajar hasta los finos labios del contrario, acariciándolos con suma delicadeza. Jack simplemente enfocaba toda su atención en cada toque que le era brindado.

—No soy fácil de ganar, Gustabo. No puedes solo engañarme con suaves caricias y miradas pecaminosas— Dijo con firmeza, expresando con su voz lo que su cuerpo contrariaba.

—Así que...— Respondió juguetón, alargando la última letra. —¿Crees, entonces, ser más especial que Serjay, o el mismísimo Greco? Porque, si recuerdo correctamente, "ganarlos" fue tan simple como posar un par de susurros en sus predispuestos oídos— Sonrió burlesco, notando la magia de sus palabras causar el efecto deseado en el opuesto.

Jack comprendía lo grave de la situación al reconocer esa agresividad abrupta que se abría paso por su pecho al imaginar a Gustabo siendo follado por alguien más. Simplemente lo sentía imposible de soportar.

Arremetió ferozmente contra aquellos embusteros y rojizos labios, sorprendiendo al receptor del beso debido a tal repentino acto. Se fundieron en un beso enardecido, en el cual el problemático chico caía en el dominio del mandamás de la ciudad. Afianzando el agarre en la cintura del más bajo, lo encarceló contra la fría pared, ocupando su mano restante en tomar con firmeza su nuca. Gustabo se estremecía bajo su toque confianzudo, se movía libremente por debajo de su ropa, tocando su espalda, abdomen y cintura, tal y como si su pálido cuerpo le perteneciera en su totalidad.

El rubio podía sentir el sabor de la propia sangre proveniente de las mordidas recibidas entremezclándose entre sus lenguas, saboreaba su metálico gusto mientras era forzado a sumirse bajo las frenéticas acciones del otro.

Golpes en la previamente cerrada puerta, que sonarían por un momento lejanos en las mentes de ambas personas, los obligaron a interrumpir tan ansiado e íntimo encuentro, ganándose un gruñido gutural por parte del irrespetuoso hombre.

—¿Qué cojones quieres?— Inquirió con una tono incluso más ronco de lo usual.

—U-uno de los rehenes está dispuesto a declarar, señor superintendente— Habló un poco bajo el comisario Volkov.

—Joder, que ya voy, coño— Se separó de quien estaba acorralando—No hemos terminado, anormal— Le informó a Gustabo, para posteriormente dirigirse hacia la puerta.

—Ah, se me olvidaba— Dijo, aproximándosele de nuevo, viendo su pecho subir y bajar en un intento controlar su intranquila respiración. —No quiero enterarme de que nadie que no sea yo te toca.


Tomó una pequeña pausa para admirar la preciosa imagen presentada frente a él, el chico tenía sus labios levemente hinchados, y sus pupilas dilatadas y el evidente pulso acelerado de su corazón exponían la clara atracción que sentía hacia el de traje. 


—Que te quede claro, si perteneces a alguien, ése soy yo— Expresó mientras acariciaba la comisura de sus labios, con una ternura contrastante a sus palabras, para luego abandonar la habitación, dejando a un Gustabo sin esposar contra la fría pared, sonriendo ladino, mientras relamía sus labios.


Esto recién comenzaba.

voilá | JackstaboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora