Capítulo 1: La vuelta

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Qué triste. Por fin había conseguido ir a la ciudad para intentar cumplir mi sueño y trabajar allí, y resulta que nada, absolutamente nada. Lo he intentado en el sector de la hostelería, administración, atención al cliente… Pero no había tenido suerte, por eso mismo, me veía volviendo a Daylesford. Siempre me había gustado mi pueblo, es ciertamente un sitio encantador, pero necesitaba salir de aquí a probar suerte. Cuando entré en el pueblo bajé la ventanilla de mi coche negro, dejando que el olor a hierba recién cortada, una de las cosas que más me gustaban de las tardes de verano en el pueblo, cuando los agricultores acababan su labor y cortaban las zonas restantes. El sol se estaba poniendo, como siempre, tras el edificio que desde siempre había sido el ayuntamiento. Recorrí las calles, de camino a casa la gente saludaba y yo les correspondía, realmente les había echado de menos. Me aparté de la zona de las casas adosadas y los pequeños edificios para pasar a la pequeña zona de las mansiones. Vislumbré la mía y sonreí, por fin estaba en casa. Aparqué justo detrás de un mono volumen azul marino. Que raro, normalmente solo estaba el coche de papá, tal vez llegaba en momento de visitas.

            Salí del coche y cogí mis dos maletas para encaminarme a la puerta de casa. Metí la llave en la cerradura y entré.

-¡Papá!-exclamé- ¡He llegado!-sonreí-¿Hola?-nadie contestó-¿Hola?

-¡Hola _____!-una mujer rubia salió de la cocina, se dirigió a abrazarme mientras yo intentaba salir del shock. ¿Me habría equivocado de casa?

-¿Hola…?-dije con la cara desencajada, ella rió.

-Oh cielo, entiendo tu reacción… soy Katie Rathbone-tanta información no, gracias…

-Y Katie Rathbone es…-dejé la frase en el aire para que ella la terminara, pero no fue su voz la que escuché.

-Mi nueva pareja-vi a mi padre bajar las escaleras con una enorme sonrisa mientras extendía sus brazos-Mi pequeña-llegó hasta donde yo estaba y me abrazó muy fuerte- no sabes cómo te he echado de menos…-por un momento logré olvidar la incómoda situación y abracé a mi padre igual que él lo hacía conmigo.

-Yo también a ti papa…-cuando nos separamos volví a mirar a aquella mujer, quien nos miraba sonriente con las manos juntas.

-No sabes las ganas que tenía tu padre de volver a verte por aquí-dijo subiendo sus hombros mientras su sonrisa se ensanchaba. Esta mujer daba miedo, parecía la imagen de una marca de bizcochos.

-Siento no haberte dicho nada de esto…-mi padre rodeó con uno de sus brazos la cintura de la tal Katie, gesto que no me gustó nada- pero quería que fuera una sorpresa.

-Y lo ha sido…-dije con una sonrisa bastante falsa- No sabes tú cuánto.

-Y no queda aquí la cosa…-sonrió mi padre mirando a Katie, quien le devolvió la melosa sonrisa… dios, esto era peor que comerse un tarro entero de miel.

-Ah… que hay más…-Yo no quería nada más- ¿Y de qué se trata?-ellos volvieron a intercambiar miradas y rieron.

-Eso dejamos que lo descubras por ti misma…-me sonrió Katie, de nuevo. Lo dicho, espeluznante.

-Creo que lo que necesitas ahora es ir a tu habitación y acomodarte de nuevo-mi padre besó mi frente y me ayudó con el equipaje. Una vez de nuevo en mi habitación me dejé caer sobre mi cama con los brazos en cruz. Noté la densidad en el ambiente, así que me dirigí a la antigua y enorme ventana de un dormitorio y la subí para abrirla hasta la mitad, dejando que en mi dormitorio entrara el aire fresco del anochecer junto con ese dulce aroma del pueblo en esta época del año. Necesitaba darme una ducha. Sí, adoro este pueblo, pero el calor que hace en verano, a cualquier hora del día, es ciertamente insufrible.

            Abrí mi armario y cogí mi toalla beige con mis iniciales bordadas en un tono marrón mucho más oscuro y un par de prendas más para ponerme después de la refrescante ducha que me iba a dar. Mientras lo preparaba todo no dejaba de pensar en esa segunda sorpresa de la que mi padre y Katie me habían hablado y, sobre todo, por qué no me habían querido decir nada. Me encaminé a la puerta del baño y, como siempre y sin llamar antes, la abrí, ahora veía cual era la segunda sorpresa. Mis ojos se abrieron como platos al encontrarme a aquel joven, cuyo cuerpo, aún húmedo tras una ducha, estaba tan solo cubierto por una toalla, algo corta, que rodeaba su cintura. Me miró con sus ojos verdes y esbozó una tímida sonrisa, lo único que pude hacer yo, cerrar la puerta y apoyarme en esta mientras intentaba que mi corazón volviera a la normalidad, igual que mis ardientes mejillas. 

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