𝔾𝕦𝕖𝕣𝕣𝕒𝕤 𝕕𝕖 𝕊𝕒𝕟𝕘𝕣𝕖

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El mundo que todos conocían se había vuelto silencioso, no se escuchaban las bocinas de los coches, ni se veía a los barcos navegando lejos de la costa, ni siquiera había aviones en el cielo.

Los humanos vivían ocultos, sólo se movían en pleno día, cuando la luz del sol iluminaba cada rincón, ¿pero por qué? ¿Dónde quedó toda esa economía y viajes? ¿Internet? ¿La electricidad?

Todo había sido arrebatado por esos seres.

La cadena alimenticia dio un vuelco tremendo con la aparición de los vampiros, de los cuales nadie sabe de dónde salieron. Los humanos en búsqueda de no convertirse en alimento les dieron guerra, ambos bandos perdieron a muchos de los suyos, pero los humanos salieron más perjudicados, viéndose obligados a moverse sólo bajo el sol, y a ocultarse como pudieran entre las sombras durante las noches.

Las grandes ciudades habían prácticamente perecido, ahora las personas vivían en grupos o colonias, algunos bajo tierra, otros entre los bosques, eran difíciles de encontrar, incluso entre ellos mismos, raro era que más de dos colonias tuvieran contacto, pues todos eran plenamente conscientes de que las grandes multitudes hacían ruido y dejaban pistas de sus paraderos, y eso atraían a los indeseables vampiros.

Aunque no estaban indefensos, pues tenían armas de fuego para defenderse, era difícil matar a un vampiro con ellas, pero podían aturdirlos y huir con más facilidad, algunas colonias logran nutrir unos focos tan potentes que casi imitan la luz solar, y estos están apostados como defensas allá donde ellos viven.

De esto hacía ya casi una década, la humanidad seguía sobreviviendo ante estos seres, pero una colonia en concreto ya llevaban casi un año sin toparse con algún vampiro, o lo hacían muy bien para ocultarse o no había vampiros por la zona.

- Elliot, Alex, hoy les toca ir a por comida. - Dijo una mujer de mediana edad a ese par de jóvenes que hacían el vago en el cuarto que compartían, cada uno con un viejo cómic distinto.

El rubio de ojos rubí se puso en pie, empezando a alistarse, mientras a Elliot le costó un par de minutos más ponerse a ello.

- Hagámoslo rápido, tengo una cita esta tarde~ - Dijo el pelirrojo con una divertida sonrisa.

- Tardaremos lo que tengamos que tardar, estoy un poco harto de estar encerrado. - Dijo el otro joven a la par que se cargaba una mochila algo pesada al hombro. Tomó una caja de munición y la guardó en uno de los bolsillos traseros.

- ¿Sabes qué sería guay? Meternos en la armería, está en la ciudad, no tardaríamos más de un par de horas. - Comentó.

Alex rodó los ojos, de nuevo le sacaba ese tema.

- Ya oíste a María, no podemos meternos en ninguna ciudad. - Le recordó mientras ambos jóvenes salían del cuarto, andando por un largo pasillo. - Ni siquiera necesitamos tanta munición, no nos hemos topado con vampiros en mucho tiempo. -

La colonia en la que vivían se encontraba bajo tierra, era un bunker militar que en su día estuvo abandonado, ahora vivían allí aproximadamente 30 personas, había otro a unos 10 kilómetros al noroeste, con el que pocas veces tenían comunicación, y sólo los jefes lo hacían.

- Aún así... - Elliot hizo un mohín a modo de queja.

- Olvídalo, vamos a donde pusimos las trampas, tomamos lo que podamos, cazamos algo y volvemos, como siempre. - Alex siempre era la voz de la razón entre los dos.

El guardia de la puerta principal se las abrió, esta era de un acero inexpugnable, con varias cerraduras, no era sencillo ni abrirla ni cerrarla, pero ante todo era segura.

Estaban rodeados de árboles y maleza, pero ambos conocían muy bien los caminos que tenían que recorrer.

- Bien, vamos, y no te distraigas. - Dijo Alex sabiendo cómo era su amigo, seguro que aprovechaba para explorar un poco, cada semana que salían hacía lo mismo.

Recolectaron setas, frutos de la temporada, y tomaron algunos animales que cayeron en algunas trampas, recolocandolas para que en un par de días fuera otra persona o ellos mismos a tomar lo que cayera, por lo general eran liebres, jabalíes y, si tenían suerte, algún ciervo.

- Vamos, seguro que hay algún ciervo por allí, no nos acercaremos, pero sabes que hay un arrollo y por allí pasan. - Comentó el rojizo, ya eran las cinco de la tarde y no habían tenido mucha suerte con la carne.

El rubio estaba seguro de que si volvían con sólo lo que tenían les harían trabajar el triple, y él odiaba eso, así que... esta vez haría caso a Elliot.

- Pero con cuidado...- Dijo mientras se dirigían hacia ese lugar.

- ¡Siempre!

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