CAPÍTULO XXIII

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Después de aquella intensa sesión de ejercicio que les permitió conocer todos los rincones de la casa ―incluso algunos totalmente desconocidos para el propio propietario―, aquel placentero tour tuvo como destino final la amplia y cómoda cama del mayor, en donde ambos se aseguraron de estar bien pegados.

―Mean...

―¿Sí? ―él, con los ojos cerrados, le frotó el hombro de forma cariñosa.

―Quiero decirte que... lo siento. Lo siento mucho...

El contrario abrió los ojos, sorprendido.

―De verdad que no quería decirte todo aquello... Fue solo la rabia, nada más... No pienso nada de eso... Los créditos me dan igual... ― preocupado y desesperado por que Mean le creyese, el pobre estaba al borde de un ataque de nervios.

―Plan, deja de preocuparte por eso... Te creo, en serio.

Aunque algo tardía, una disculpa sincera era una disculpa, y ahora su prioridad era procurar que su amante no rompiese a llorar allí mismo, por lo que intentó calmarle atrayéndolo contra su pecho mientras que pasaba la mano que le quedaba libre por el pelo con lentitud y suavidad.

―Venga, duérmete...

Y tras un ligero beso posado en la coronilla del menor, ambos cayeron en brazos de Morfeo por el cansancio.

―¿Es que eres marica o qué?

Plan ni siquiera conocía el significado de esa palabra.

―¡Eh! ¡Te he hecho una pregunta!

Como una fuerza fantasmal, notó una gran presión en su pecho.

―¡Déjame en paz!

―¿Qué? ¿Esta vez no vas a pedirle a tu novio que te salve?

Detrás de aquella voz se oían carcajadas. Unas carcajadas que solo animaban a aquel rostro borroso a continuar con el acoso.

―¿Ahora qué? ¿Vas a gritar como una niñita?

¿Por qué le pasaba esto a él? Plan solo quería jugar tranquilamente bajo la luz del sol sin ser molestado. ¿Acaso era mucho pedir? Si por lo menos pudiese verle la cara con claridad, podría chivarse a alguna de las monitoras pero era inútil.

―¡Venga! ¡Llama a tu novio! ¿No estáis siempre juntos? ¿O es que se ha cansado ya de ti?

Puede que no entendiese del todo el significado de esas palabras. ¿Marica?¿Novio? Ni idea, pero sí sabía que todas aquellas palabras que salían de la boca de aquel niño desconocido le molestaban. Y mucho.

Aquella fuerza fantasmal se volvió más y más fuerte hasta en el que las lágrimas se escapaban de sus ojos debido al dolor.

―¡Miradlo! ¡Ahora se pone a llorar!

Las carcajadas aumentaban en número e intensidad. No sabía qué había hecho mal, pero fuese lo que fuese, pensaba que no se merecía tal humillación.

―¡Que me dejes!

―¿O qué?

Mirando a todos lados, esperaba a que alguien apareciese en su ayuda. No sabía quién, pero tenía la certeza de que alguien aparecería en su defensa. Era como una especie de sexto sentido.

Pero si bien a veces los sentido pueden fallar, ese no iba a ser menos.

De izquierda a derecha su frenética mirada intentaba vislumbrar cualquier rincón. Debía estar en algún lugar ¡No le podía dejar solo! ¡Nunca lo hacía!

Cuanto más tardaba en aparecer aquel caballero de brillante armadura, más presión ejercía esa fuerza, impidiéndole respirar.

―¡Plan!

El grito de aquel que se encontraba a su lado y una pequeña sacudida fueron lo que sacaron al menor de aquella pesadilla.

―Plan... ¿qué estabas soñando...?

El miedo estaba muy presente en su voz.

―No... no lo sé. No me acuerdo...

Mentira.

Aún quedaba poco más de una hora para que saliese el sol, por lo que, alentado por su amante, Plan optó por intentar conciliar el sueño de nuevo, aunque el contrario ni siquiera lo consiguió. Era consciente de que las pesadillas de Plan iban cada vez a más, y puede que hasta llegase a recordar más de lo debido. De ser así, ¿le perdonaría por haberle ocultado todo aquello? Probablemente no...

Cuando la mañana llegó, la pareja intentó evitar todo lo posible el mencionar aquella pesadilla que se lo hizo pasar tan mal a Plan, por mucha intriga que tuviese su amante.

Para Mean, aquello era como un rompecabezas macabro cuyas piezas han sido escondidas por toda la casa y nunca sabes cuándo te vas a encontrar con una para poder armarlo y crear la imagen final. Cada recuerdo de Plan, aunque a él le pareciesen sueños, le parecían de vital importancia para saber cómo de cerca estaba de descubrir aquella imagen. El día que más temía Mean. El día en el que apareciese la pieza final.

Tras desayunar, asearse y vestirse, todo ello en un silencio sepulcral, el CEO prefirió prescindir del chófer aquella mañana y conducir él mismo hasta acabar en casa de Plan.

―Tómate el día libre. Mañana podrás volver al trabajo.

―Pero si...

―Hazme caso y entra en casa.

Sin contradecir ni una palabra, salió del coche.

―Nos vemos mañana.

Antes de que el menor pudiese despedirse, Mean ya había acelerado hacia su próximo destino: una casa de proporciones similares a la suya, en donde de primeras se podía apreciar un hermoso y cuidado jardín delantero en donde siempre parecía primavera.

―¿Mean? ¿No deberías estar trabajando?

―Soy el jefe. No creo que importe mucho.

Y sin esperar ser invitado, entró en la casa de Star con un semblante serio. Ella ya sabía que algo malo pasaba.

―Cuéntamelo todo.

Tras todo el relato de lo sucedido, su hermano pequeño había decidido acudir en su ayuda. Cuando era pequeño se mostraba un poco receloso a la hora de comunicarse con ella, pero cuando se mostró digna de confianza, Mean supo que se lo podía contar todo. Incluso detalles que ni Naty sabía.

―Ya no sé qué debo hacer... Si se lo cuento puede que no me crea... Y si me cree, jamás me perdonará por habérselo ocultado... Pero si no se lo cuento, lo descubrirá a través de sus sueños y jamás me perdonará por habérselo ocultado por lo que en cualquiera de las opciones acabará odiándome.

La voz de Mean cada vez se aceleraba más.

―¿Que debo hacer...?

Estaba al borde del llanto.

―Para empezar, tranquilízate ―Star intentaba ganar tiempo para saber qué decir ―. Llorando no vas a conseguir que se solucione todo.

―Tampoco se me ocurre mucho más ahora...

―Mean ―su voz se volvió seria―. No puedes retrasarlo más. Ya sabes con quién tienes que hablar.

―No... No creo que sea lo mejor.

―¿Cómo que no?¿Acaso tienes otra idea? No hay mucha más gente a la que puedas acudir y lo sabes ―un silencio bastante tenso inundó la sala―. Ahora tienes obligaciones que atender. Sé un buen jefe. Pero en cuanto tengas la oportunidad, no te lo pienses. Sabes que tienes que hacerlo.

La historia del MeanPlan que no te quisieron contarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora