Capítulo 2: Tía Melanie

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Querido diario:

Los domingos nunca pasa nada interesante.

O eso creía.

Algo extraño ocurre. El ruido que viene del salón no es normal para una mañana de domingo cualquiera.

Me cambio de pijama para sentirme algo más limpia después de tres días sin ver una gota de agua de la ducha y bajo las escaleras. Justo entonces distingo la voz de mi tía Melanie viniendo desde la planta baja y me detengo en seco para escuchar.

—¡Los he visto morir con mis propios ojos! Los generadores eléctricos se agotaron y no pudimos hacer nada.

Mi tía trabaja como enfermera en el hospital. Sus palabras se sienten como un cubo de agua helada. No me había parado a pensar en lo que un apagón podría significar para aquellos que dependieran de la electricidad para sobrevivir.

— Esto es mucho más grave de lo que parece ¡Están todos muertos Rachel!

Al escuchar el nombre de mi madre noto cómo un escalofrío recorre mi espalda y retrocedo sobre mis propios pasos, sé que si me ven dejarán de hablar y el ambiente será tenso, pero a la vez tengo la necesidad de saber qué es lo que está pasando, así que sigo escuchando desde la planta de arriba.

— Si nadie ha hecho nada por impedir esto, ten claro que no harán nada por impedir lo que viene, ¿o acaso piensas que la gente va a aguantar mucho más si ni siquiera pueden sacar un misero céntimo de sus cuentas?

Nunca antes había escuchado a la tía Melanie tan alterada y aterrada a la vez. Tengo la sensación de que esto no es real, de que no puede estar pasando ahora mismo, la ciudad no se ha apagado y mi tía no está llorando en el salón. Parece que todo formara parte de una película y yo fuera una simple espectadora, pero quiero abandonar la sala de cine y la puerta está cerrada con llave. Mis pensamientos me hacen perderme en la conversación, y para el momento en el que vuelvo a la realidad es mi madre la que interviene.

— Podemos ir allí hasta que todo esto acabe, hay espacio de sobra y así uniremos fuerzas. Vamos fuera Melanie, necesitas un poco de aire.

Regreso a mi habitación y me tumbo en la cama, necesito un tiempo para reflexionar. ¿Dónde vamos a ir?, ¿qué va a pasar?, hace dos días lo único preocupante de esta situación parecía ser encontrar una forma de hacer tus necesidades sin agua en las cisternas, pero a cada minuto que pasa hace más ruido en mi cabeza un pensamiento que hasta entonces me habría parecido un auténtico disparate. ¿Y si la luz no vuelve nunca más?

El sonido de pisadas en el pasillo me ayuda a sacar eso de mi mente. Mi madre asoma la cabeza tras la puerta de mi cuarto. Estaba tan inmersa en mi mundo que ni siquiera escuché como volvía a entrar a casa.

— Cariño, sé que esto te pilla de golpe pero tenemos que irnos.

— ¿Cómo que nos vamos? ¿A dónde? — Intento simular una expresión de sorpresa en mi rostro, y espero que resulte convincente.

Se hace un hueco en mi cama y pone su mano sobre mi muslo para darme tranquilidad, aunque por su cara diría que ella necesita tranquilizarse mucho más que yo.

— ¿Te acuerdas de la casa de campo del abuelo? Solíamos reunirnos allí con la familia hasta que... bueno ya sabes, esa casa está llena de recuerdos para todos.

Mamá tiene razón, esa casa está llena de recuerdos. Allí pasé muchos de los mejores momentos de mi infancia, mi primo Jairo y yo éramos el dúo perfecto. Sin embargo, cuando el abuelo murió poco a poco dejamos de ir. Siempre he pensado que cuando las tradiciones se rompen por primera vez nunca vuelven a ser lo mismo.

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