Viví en una casa en la que aprendí a relacionarme con la gente, donde me dieron las herramientas de que disponían para enfrentar la vida de una u otra forma.
Pero tuve una primera oportunidad de vivir lejos de casa para probar un ambiente en el que era libre de invitar a quien yo quisiera, sin restricciones, donde tuve un primer acercamiento con la desesperación de la soledad que puede conducir a la renuncia a la vida.
Más tarde volví al primer hogar para tomar mis cosas y continuar con mi camino.
Entonces, probé la vida en pareja en un cuarto pequeño, donde no cabíamos los dos, porque él llenaba todo el espacio y yo me sentía relegado y asustado.
Así que nos mudamos a un espacio más amplio, donde no teníamos muebles ni cosas, pero nos teníamos el uno al otro y el hogar que aprendimos a habitar albergó en un momento a mis amigos y a otros dos extraños con quienes aprendimos a compartir la carencia.
Nos fuimos después a otro cuarto, en el que una familia no sanguínea, de habitantes singulares nos recibió con los brazos abiertos, pues nuestra rareza encajaba perfectamente en ese ambiente.
Después quise vivir solo. Y en una casa de 3 habitaciones no cabían ni mi soledad ni mis múltiples acompañantes, así que rogué a mi compañero que volviera a habitar mi casa y mi vida.
Cuando la muerte empezó a rondarnos, él se fue y yo decidí no habitar más mi soledad, así que me mudé con la Señora, la monja y el cantante. La armonía de la casa y del vínculo amortiguó la llegada de la muerte y me hizo sentir acogido en el momento en que se anunció el camino de las lágrimas.
El dolor me hizo huir de todo lo que conocía y una amiga me ofreció un respiro temporal, al mostrarme cómo estaba siendo alojado en su corazón. Esto me dio el valor y la preparación necesarios para enfrentar el proceso que se venía.
Las olas del mar lavaron mis penas en dos meses, mientras habitaba el espacio de las brujas. Aquel momento en que me dieron mi iniciación y que dos brujas de la naturaleza me permitieron vivir dentro de la calidez de sus corazones desde entonces y hasta ahora.
Pero mi corazón estaba puesto, desde que se anunció mi proceso, en la ciudad de las Ranas. La ciudad como tal me ofreció el confort de la música que viene desde adentro del cuerpo.
Y en el primer cuarto que habité en la ciudad, tuve la oportunidad de conocer a las personas que marcarían mi camino y de conocer también a la ciudad en sí misma.
Después llegué a la casa en el monte. El lugar estaba dispuesto para ser trabajado, para ser conocido y para ser recorrido. Y aquellos que sentimos el llamado y así lo decidimos, respondimos y creamos un vínculo fraterno. Una hermandad que trasciende los límites mundanos de lo físico y que nos une en el espíritu.
Un poco más repuesto, me moví a la metrópoli.
La lúgubre casa en la que vivía se llenaba de los sonidos de los perros, del ruido interno de los habitantes y del caos de la calle.
Cuando estuve listo, llegó el llamado de volver a mudarme, más cerca de mis raíces y del coloso de Coapa.
Dos de nosotros mantuvimos y fortalecimos el vínculo, pero el tercero siempre estuvo intermitente, yendo y viniendo, trayendo y llevándose cosas.
Aun ahora, a escasos días de mi partida, la magnificencia del coloso me da la esperanza, la paz y la estabilidad de reflexionar sobre la impermanencia de las cosas.
Es momento de volver al Hogar.
Y, si algo puedo decir que he aprendido en los diferentes espacios y tiempos que he habitado y que incluso me lo dijo mi compañero cuando empezamos a vivir juntos, es que la casa puede ser grande o pequeña, llena o vacía de cosas, pero lo único que realmente importa es cómo habitas y te apropias de un espacio para poder llamarlo Hogar.
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Mis Historias
RandomSólo un poco de mí. Es más un ejercicio de autoconocimiento y de reflexión para el aprendizaje