Prólogo.

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— No importa quién seas, o el hijo de quién seas. No mereces esto... — Había dicho la pequeña niña de mejillas tersas y mirada encantadora.

— Tu tampoco mereces esto. — Él había visto como había sido su trato, como  era tratada.

— Pero tu puedes ser libre por ambos. — No esperó que aquellos pequeños rizos se movieran para liberarlo.

La pequeña niña sacó un cuchillo que seguramente haría que la golpearan más tarde. Y con el filo del mismo y con gran esfuerzo liberó una de las cuerdas que le ataban las manos, y luego prosiguió a entregarle el cuchillo.

El joven no pudo evitar tomar la oportunidad que la pequeña le ofreció y con el mismo cuchillo cortó sus cuerdas.

Haciéndole hacer una promesa por Odin. Una promesa que cumpliría así fuera lo último que hiciera.

— Si sobrevivo, vendré por ti. Lo prometo. —

La pequeña negó con una sonrisa.

— No hará falta eso. Sólo no pierdas esto. Creo que puedes tenerlo ya que van a quitarmelo. — Llevándose las manos tras su cuello.

Un pequeño collar con huesos de cordero fue entregado en la mano del joven rubio y ojos avellana frente a ella.

La pequeña podía no ser muy inteligente, pero no era tonta. Sabía que quemarían el último recuerdo que tenía de su madre.

Quería que alguien lo mantuviera a salvo.

— Así será. — Prometió el joven que sabría cumplir bien a sus propias promesas. 

— Te llevaré a través del río sin que te vean, y luego llegarás al bosque. Escuché que algunos de los hombres de tu pueblo sobrevivieron, ve con ellos. —

El joven asintió, siguiendo a la pequeña que ni lenta ni perezosa comenzó a correr tras la casa.

Cuando se enteraran que se había liberado iban a buscarlo y tendrían menos oportunidades de escapar.

La pequeña niña con rulos y con el rostro sucio paró frente al extenso bosque. Apuntó.

— Ve, siguiendo el sonido de las olas. Escuché que están en la playa. —

El adolescente volteo a verla. Era pequeña, apenas podía hablar apropiadamente, pero había sido testigo de los malos tratos a la Pequeña.

— Ven conmigo. — La niña negó.

— Soy muy lenta. — Ella tenía razón, no tendrían posibilidades de sobrevivir si él la llevaba.

El joven vikingo apenas podía rogarle a los dioses por no perder el rumbo con las heridas que cargaba en su pie y hombro.

— Prometo que volveré, es una promesa. Así que esperame. — La niña sonrió.

— Sólo cuidalo. — Apuntó al collar de huesos que él cuidaría como a su vida misma.

Y corrió, corrió tan rápido y como las heridas en sus pies descalzos lo permitían, o la herida de espada que cruzaba su hombro. O aquel látigo que con la furia ejercida contra él había marcado su rostro, cruzando por su ceja y quijada.

El ardor y escozor de las heridas por los latigazos en su espalda comenzaron a ser más presentes cuando el sudor y la suciedad se deslizaron lentamente.

Se vengaria, podía ser joven, pero nunca olvidaría. Su corazón crugió entonces por la venganza, porque no olvidaría el infierno que le habían hecho pasar, sus cicatrices se lo recordarían por el resto de su vida.

Entonces por eso, él cumpliría sus promesas, y sacaría de ahí a la pequeña niña que inmerecidamente era tratada de esclava en la propia casa de su padre.

Una casa que él mismo echaría abajo sino dejaba llamarse a sí mismo Markus.

Las sonrisas de Markus.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora