1. Domingo en Austria

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Al descender hacia el oeste, saliendo del Túnel Arlberg, pronto me encuentro en otro "Autobanh", el que está  en dirección a Feldkrich en la provincia austriaca más occidental de Vorarlberg. Si mi destino estuviera más allá de este lugar, pronto cruzaria la frontera para ir a Suiza o el Principado de Liechtenstei, pero al encontrar un cartel de salida que indicaba el Valle Grosswalser, doblo justo después de Bludenz y me dirijo hacia norte por pequeños caminos rurales.

Pronto me encuentro serpenteando un camino empinado y con curvas a lo largo del sector noroeste de un magnífico valle alpino. Siguiendo este sendero entre abetos, el camino a menudo presenta, por encima, barras de contención de avalanchas. En cada curva o pendiente, cajas cubiertas que contienen "splitt", una mezcla de arena y sal, me recuerdan los duros inviernos que los granjeros deben soportar en estas altitudes. La primavera ha comenzado, la nieve se ha derretido, pero todavia se evidencia la reciente erosión causada por las masas de agua que han bajado por estas montañas durante las últimas semanas.

Cada pueblo que atravieso tiene una Iglesia en centro, ya sea con una cúspide muy alta, de lados rectos, o de color rojizo y oxidado, con forma de cebolla. A ambos lados del valle pastan al sol unas vacas (algunas de ellas llevan grandes campanas). A medida que voy subiendo, me adentro cada vez más en las montaña. (La gente de la ciudad cuenta que los lugareños de aquí arriba no pueden descender y caminar en el valle puesto que todos tienen una pierna mucho mas larga que la otra). Al borde del camino los pocos y últimos azafranes blancos o púrpuras que quedan parecen estar cansados, luego de haberse hecho camino entre la maleza muerta. Arriba, en la distancia, se ven suaves praderas cubiertas de musgo verde coronado por una cadena de picos de granito y piedra caliza. Todavía hay nieve en los huecos sombreados. Subo cada vez más alto disfrutando los caminos bien diseñados por los ingenieros austríacos.

Niños con mochilas de cuero de vaca y que parecen estar emparentados por sus mejillas de color rojizo como las manzanas vuelven del colegio en pequeños grupos. Más arriba hay otro pueblo. En el cartel se lee:"sonntag", significa "domingo" en alemán.

Giro a la izquierda en direccion a la iglesia. Este último camino es tan empinado que necesito conducir en primera, y si bien ningún letrero indica paso preferencial, encontrarse con otro automóvil en este lugar sería arriesgado. El camino dobla siguiendo las paredes del cementerio y allí adelante, arriba, metida en la ladera, se encuentra una casa tipo chalet pequeña y confortable.

Esta es la casa de Maria Simma.

Al tocar em timbre, escucho de pronto una voz arenosa pero cálida y amistosa que dice: "Ja, kommen Sie nur 'rauf." (Si, suba pues). Subo una escalera empinada hasta un hall de entrada que se encuentra al mismo nivel que el campanario de la iglesia.

María es pequeña y robusta. Lleva un pañuelo colorido ajustado bien fuerte y, detrás de sus lentes, la claridad cristalina y la profundidad de sus ojos azules revelan inmediatamente que ha visto mucho en sus ochenta y tres años de vida. En la puerta de entrada cuelga un letrero tallado en madera con unos versos en alemán que dicen: "Wer bei mit kritik and korrektur betreiben will betrete meine wohnung nicht, denn jeder hat in seinem leben, auf sich selber acht zu geben." (Quien tenga intenciones de hacer críticas y correciones en este lugar, no ingrese a mi casa; puesto que cada uno, mientras viva, debe preocuparse por su persona). Después de entrar atravesando el soleado balcón, María me conduce a través de un estrecho, atestado y pequeño corredor al cuarto del fondo. Allí me ofrecen una silla desvencijada y se sienta con un leve suspiro.

Dondequiera que mire hay cuadros o estatuas de la Bendita Virgen María, san Miguel y san José; hay al menos un crucifijo en cada espacio. Mientras conversamos acerca del espléndido tiempo y de las flores y especias para vender, preparo mi grabadora. Se huele un leve y gratificante aroma a pollo cocinándose, uno de los cuales oí piar en el sótano al bajar del auto. Cuando tengo lista la grabadora, le explico que pretendo grabar a medida que hablamos y le muestro el pequeño micrófono que se encuentra suspendido entre nosotros. Le pregunto si no le molesta.

-Si, por mí está bien. Y mientras hablemos, mantendré mis dedos ocupados. ¿Le molesta?

Se agacha y saca de debajo de la mesa dos cajas abiertas y las deja delante de ella. Parecen contener plumas.

-Por supuesto que no, María, pero dígame: ¿qué está haciendo con eso?

-Estas son plumas de pato y este es el pulmón que les saco. Verá, cuando tengo suficiente, lo vendo a una fábrica de almohadas que queda en el valle. Los granjeros de aquí arriba me traen sus aves. Las trozo, las limpio y por ello me permiten quedarme con los órganos internos y las plumas. Luego cocino, me como los órganos y vendo el plumón. Es un buen trabajo para hacer mientras hablo con la gente sin importar el tiempo que sea, y por lo que usted me dijo esta charla podria llevar un largo rato.

-Bueno, sí. Tengo muchas preguntas y simplemente podemos hablar hasta que alguno de los dos se canse. ¿Le parece bien?

-Ciertamente.

-Antes que nada, quisiera agradecerle por su tiempo. Estoy seguro de que mucha gente ha venido a hacerle preguntas a los largo de los años.

-Si, es cierto; pero lo hago con gusto porque sé que muchas personas se han acercado a Dios gracias a lo que les he dicho. Asi que adelante. Contestaré todo de la mejor manera posible.

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