Capítulo 14- El veneno de la serpiente

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Dos días después

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Dos días después. 

Anastasia Románova se removía inquieta de un extremo a otro de su recámara con las manos sudorosas. Entre ellas, entre sus manos pálidas y gráciles, guardaba la dirección que Nicolás le había dado en el jardín. En ella, estaban las señas para llegar a las tumbas de los cosacos que la habían servido, incluida Izabella...su maestra.

—¿La has encontrado? —le preguntó Anastasia a su doncella en cuanto la vio entrando por la puerta.

—No, zarevna —negó Natasha, cerrando tras de sí y deshaciéndose de la capa que la había protegido de las miradas indiscretas durante su escapada del palacio—. No he encontrado a Izabella en ninguno de los puntos habituales en los que solíamos reunirnos. 

La princesa bajó sus ojos azules y reflexionó. Entonces, ¿era cierto que Izabella estaba muerta? Por un momento llegó a pensar que Nicolás la había engañado para sonsacarle información. Sin embargo, las evidencias apuntaban a que la serpiente le había dicho la verdad. 

La tristeza hizo amagos de invadirla, pero rápidamente fue derrotada por el odio. Odio hacia Nicolás. ¿Cómo se atrevía a matar a su amiga? Necesitaba comprobarlo por sí misma, ver las tumbas para despedirse de su gran compañera. Y si encontraba la lápida de Viktor, también se despediría de él. 

  —No te quites la capa —ordenó Anastasia—. Vamos a salir —determinó, acercándose a su armario para coger un manto que le cubriera el rostro. 

—¡Pero zarevna! Ya sabe que usted no puede salir del palacio si no es a causa de un evento oficial. El zar no lo permite, Alteza —advirtió la delgaducha doncella de ojos verdes; a sabiendas de que sus avisos eran inútiles. Empezaba a conocer demasiado bien a su señora como para comprender que la princesa no era para nada una dama cualquiera. Al contrario, era una mujer temible. 

Anastasia ignoró a Natasha (como siempre) y se cubrió con el manto azulón. Había cogido el más sencillo para no llamar la atención aunque su vestido de terciopelo blanco asomaba por los bajos. Salieron de la habitación mirando a un lado y a otro y se escurrieron por los pasillos del servicio hasta llegar al patio exterior. Allí, lamentablemente, Máksim las descubrió. 

—¡Alteza! ¡Mil disculpas! —reverenció el mayordomo real—. No estaba informado de que hoy tenía un evento al que acudir; de ser así, hubiera mandado a preparar su carroza real. 

—¡Máksim! —nombró Anastasia con la voz más coqueta que pudo emitir—. Oh, Máksim —dramatizó, acercándose al hombre alto de pelo negro y ojos marrones—. Necesito que me guardes un secreto —susurró, levantando el velo de su rostro para enamorar al sirviente con su mirada. 

—¡Alteza! —Se cuadró él, anonadado por la belleza de la princesa.—¿En qué puedo servirla?

—Se trata de Tanya —susurró a modo de confidencia.

El nacimiento de la emperatriz. Dinastía Románov I.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora