Capítulo II

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"Los seres solitarios suelen estar completamente seguros que su estado es el correcto, el más perfecto, que todo está bien, pero cuando la compañía se pasea por los alrededores toda perfección se ve perturbada. Una sola presencia, un simple gesto, basta para destrozar lo que siempre funcionó bien.

Tu mirada no tenía que cruzarse con la mía, ni tu sonrisa dirigirse a mí, pero pasó y desde entonces nunca más pude ser feliz con mi soledad".

12 de junio 1871

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12 de junio 1871. Morpeth, Inglaterra.

Ser hombre no era fácil, no había dormido nada y aún no controlaba que su voz sonara masculina, parecía demasiado obvio que estaba fingiendo esa voz, pero qué más podía hacer. De paso a primera hora de la mañana, Emely le hizo notar, con mejillas sonrojadas, que no había ningún bulto entre sus piernas y que con esos pantalones era fácil de notar. ¿Alguna vez ella se había fijado en el bulto de los pantalones de algún hombre? No podía recordarlo, pero era un detalle importante. Ahora estaba frente al espejo, con unas bolas de lana colgando de su ropa íntima. ¿Cómo podría caminar normalmente con eso?

—¿En serio lucirá algo como esto? —preguntó. ¿Qué clase de monstruo podría tener algo así?

—Yo que voy a saber señorita —respondió Emely mirando aquello con su cara arrugada, era algo muy extraño.

—Es que no sé, si algo así saliera de entre las piernas de un hombre lo habría notado, ¿no crees? —dijo mirándose de lado en el espejo.

—Tal vez con el pantalón se disimule. Y usted que despidió a todos los hombres, ahora no tenemos cómo comparar.

Fue una suerte que su padre no tuviera a muchos trabajadores, así no le fue difícil deshacerse de ellos, no podía permitirse tener a más personas de las cuáles esconderse, por ello solo se quedó con Emely. También fue una fortuna que su padre siempre la tuviera escondida, por ello vivían en Morpeth, donde nunca nada bueno llegaba.

—¿No recuerda cómo lucía el joven Louis allí abajo? —interrogó Emely a susurros.

—¡Emely! ¡Claro que no! Yo no... yo jamás...

La verdad no recordaba con detalle esa parte de Louis, tal vez siempre estuvo perdida en sus hermosos ojos azules, en su sonrisa de ángel, sus fuertes brazos y sus manos suaves. Hace ya dos años que él había muerto, pero jamás olvidaría el último beso que le dedicó. Podía perderse de nuevo en los recuerdos más lindos de su corta historia de amor, pero un sonido la alertó.

—Alguien llegó señorita —comentó Emely con el corazón en la boca.

Ambas corrieron hasta la ventana cercana, Lizbeth había instalado una serie de espejos que le permitía ver a quién estuviera en la puerta. Chaqueó los dedos al reconocer a uno de los caballeros.

—Es el banquero y no sé quién más —comentó malhumorada.

—¿Qué hacemos?

—¡Atenderlos! Están acá porque quieren tomar posesión de los bienes de papá, no dejarán pasar por alto sus laboratorios y fortuna. Y si me niego a atenderlos solo sospecharán. Así que baja y llévalos a la biblioteca, allí los atenderé. ¡Corre! —insistió con presura.

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⏰ Última actualización: Jun 26, 2020 ⏰

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