¿En serio? (Pt.1)

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Horacio y el Gringo van a prisión por un atraco fallido y Volkov se caga en todo lo cagable.

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Luego de uno de los peores atracos que pudieron haber llevado a cabo, Horacio y el Gringo acabaron en celdas contiguas en el subterráneo de la comisaría, esperando por un traslado a la federal — lo más probable — o que les enviaran un buen abogado para salir del paso, aunque ninguno de los dos creía que esa fuera la opción ganadora. 

Se habían sentado con la espalda en la pared, bien cerca el uno del otro al lado de los barrotes para poder conversar. En eso ambos se parecían: no podían estar callados por mucho tiempo.

— Ya te digo yo, los bancos me dan mala suerte — se quejaba el Gringo, jugando con sus rastas distraidamente.

— ¿Cómo que te dan mala suerte?

— Pues sí, le he dicho mil veces a nadando que prefiero las joyerías... más acción, más ratatatatá, piu, piu, piu, ¡Boom! ¡Pam! — explicó, haciendo como si esos sonidos fueran argumentos totalmente válidos para preferir una joyería a un banco.

— ¿Y los bancos como son?

— Pues... pff... en los bancos no hay na que hacer — respondió. — Y siempre me salen mal los atracos en bancos porque me distraigo.

Horacio sonrió. Cuando le presentaron al Gringo, el jefe, la cabeza, el cerebro de las operaciones de sistema y alguien que ciertamente tenía toda la confianza del calaveras para hacer y deshacer en cuanto a atracos y droga, había pensado que era un tío de temer, sobretodo porque no se fiaba de Gustabo y él al comienzo y se había hecho respetar desde el primer saludo.

Adelantando el tiempo hasta el presente, ya conociendo al Gringo en atracos y en otros asuntos, el hombre era francamente único: gracioso, tierno y jodidamente sanguinario a la vez, si es que eso tenía lógica alguna. Sabía, por historias que le habían contado, que no dudaba en darle tiros a los suyos o a quién se le cruzara — si eran policías, mejor — pero seguía siendo adorable.

Algunas veces temía pasar mucho tiempo con él, porque a la última persona que encontró adorable fue a Volkov... y todo el mundo sabe cómo acabó aquello.

— ¿Horacio? — sintió que le llamaba el Gringo.

— Dime, dime...

— Estuviste callado mucho rato — observó, haciéndose el ofendido. Horacio soltó una risa.

— Aquí estoy — respondió. — Pero quisieras estar en federal, tío, odio esta comisaría.

Si tan solo supiera que trabajaba allí, que por eso odiaba estar en ese lugar con él, porque le hacía pensar que no quería traicionarle, pero a la vez era parte de una mafia demasiado jodida que había acabado con personas que él llegó a conocer y debían parar.

Debían parar, ese era el asunto. Algún día iban a parar al gringo y no quería saber cómo, dónde ni cuándo. Su mundo, al menos, era más brillante con él allí, haciéndole olvidar que la persona que más había amado le odiaba.

— ¿Por qué odias comisaría? A mí me parece guay.

— Pues... — Horacio dejó escapar un suspiro. — No lo creerías.

— Si no me lo dices pues claro que no — soltó el Gringo, encongiéndose de hombros aún así Horacio no lo viera. — Anda, dime, así nos entretenemos.

Horacio volvió a sonreír, pero su sonrisa era triste.

— Cuéntame tú, ¿Por qué piensas que este hoyo es guay? Míranos, ya me está dando hambre y frío aquí — se quejó el de cresta.

Imagines || VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora