Capítulo 61.

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Mi mano estaba entrelazada con la de Castiel, no podía soltarlo y tampoco quería. De esa manera me sentía segura, sentía como si todo lo que había sucedido horas atrás fuera solo un sueño y qué realmente era una mala broma que mi mejor amiga se hubiera intentado suicidar delante de todos nosotros.

Si yo no la hubiera llegado a alcanzar...

No podía dejar de pensar, no solo en eso, si no en el hecho de que los Davis ya no estaban con nosotros. Habían muerto, realmente habían muerto, y pude verificarlo porque cuando llegué de nuevo al hotel y le conté a mi madre lo que había pasado, antes de que se pusiera histérica y saliera en búsqueda de Ingrid, le dije que necesitaba asegurarme de qué eso era verdad, porque realmente no me lo creía. En mi cabeza no cabía el hecho de que Ingrid se hubiera quedado huérfana y de que esas personas a las que yo tanto admiraba y las que me habían abierto las puertas de su casa y de sus corazones como una más de la familia hubieran muerto, que ya no estuvieran con nosotros en este mundo.

¿Cómo podía ser verdad? ¿Cómo iba a mantener la cordura de mi mejor amiga de ahora en adelante? ¿Cómo iba a conservar la calma frente a ella?

Siempre había repetido una y otra vez que ella me había ayudado en todo y de qué el día que se presentara la ocasión yo haría lo mismo con ella... pero... no sabía cómo ayudarla con esto. Era demasiado, era muy fuerte.

La presencia de Román se vio desde el fondo del pasillo junto al sonido de sus deportivas chocando por el piso. La mayoría se habían ido a duchar a sus habitaciones y después habían vuelto ya aseados, yo, en cambio, no me había movido de la puerta de la habitación que compartía con Ingrid, quien ahora se encontraba ahí dentro con mis padres y con la persona que no había tenido pensado volver a cruzarme nunca más. Castiel no se había apartado de mi lado ni un solo segundo, había permanecido ahí, cogiéndome la mano y de vez en cuando dándome algún que otro achuchón para fortalecer mi ánimo, aunque yo estaba devastada.

—He traído cafés —comentó Román levantando la bolsita en su mano.

La colocó en el suelo frente a nosotros y Mike y Jackson cogieron uno. Me quedé quieta y callada, ignorándolos por completo. Castiel fue a coger uno también, pero al verme quieta detuvo su acción y me dio un suave apretón en la mano que yo le tenía sujeta con tanta fuerza desde hace ya rato.

—Maddie, tómate un café. Te vendrá bien —me aconsejó con una mirada que no aceptaba replicas.

—No puedo —dije con la voz enronquecida por llegar horas sin emitir sonido alguno—. No me entra nada.

Suspiró resignado pegando su espalda a la pared de nuevo. Quise decirle que se lo tomara él, pero el solo hecho de pronunciar cualquier palabra me era muy difícil.

Entonces la puerta de la habitación se abrió dejándose ver a mi madre y mi padre acompañados del doctor James. Me levanté con tanta rapidez que obligué a Castiel a hacer lo mismo, seguramente con miedo de que me cayera o algo. Tenía los músculos engarrotados y me dolían.

Los ojos de las personas frente a mí me observaron al darse cuenta de qué seguía en el mismo sitio donde les dije que esperaría sentada; en el suelo frente a la puerta.

—¿Cómo está? —pregunté apresuradamente acercándome a ellos, sin más rodeos.

Mi madre fue a hablar, pero alguien se le adelantó haciendo que sus palabras se quedasen atoradas en su garganta.

—Dormida —contestó el doctor James mirándome fijamente, después desvió los ojos hacia su sobrino, pero volvió a fijarse en los míos—. Le hemos dado una buena dosis de calmante, estaba muy nerviosa —agregó profesionalmente, consiguiendo ponerme nerviosa.

Un perfecto verano © (Completa, en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora