Relaciones diplomáticas

272 57 1
                                    

–Y bien, embajador, ¿puedes darme una explicación?

El tono del duende mostraba una ira contenida, e irradiaba un aura temible. Su interlocutor, un humano de nivel 82, estaba asustado. En todo su tiempo allí, nunca se había encontrado en una situación como aquella.

Es cierto que había habido problemas y disputas, pero nunca hostilidad. Hasta ahora. Era la segunda vez que había visto enfadado a aquel generalmente afable duende. En la ocasión anterior, se había sentido algo intimidado, pero nunca se hubiera imaginado que, en aquel entonces, éste tan sólo estuviera un poco irritado.

Sin embargo, después de escuchar el informe de Maldoa tras encontrarse con la elfa, el duende estaba furioso. Aquella elfa podía ser la clave para derrotar a un enemigo de todos los seres vivos, y el reino de Engenak actuaba de forma egoísta, poniéndola en peligro,

Sabía que la muerte del príncipe podía ocasionar problemas, pero no era suficiente para hacer reaccionar a un reino de aquella forma, invertir tantos recursos en hacerse con la presunta culpable. No sólo era la recompensa, sino los esfuerzos en promocionarla y los agentes enviados. Unos cuantos estaban siendo vigilados dentro de Narzerlak, y era probable que fueran detenidos y expulsados en cualquier momento.

No le cabía ninguna duda de que el saber que la elfa era importante para ellos había despertado la codicia de los nobles y la realeza, y habían aprovechado la ocasión. Querían averiguar qué tenía aquella elfa de importante y cómo aprovecharse de ello. De hecho, la razón por lo que no se lo habían contado era precisamente porque, a pesar de ser aliados en aquella guerra, no se fiaban de ellos.

El tío del príncipe notaba como gotas de sudor recorrían su espalda y rostro, a pesar de que usaba un pañuelo para secar su frente.

–No sé a qué se refiere, estimado consejero. ¿Cuál es el motivo por el que me ha llamado?– intentó ganar tiempo el embajador.

El duende frunció el ceño. Estaba acostumbrado a aquellas maniobras, al juego de las medias verdades, de las medias mentiras. Sin embargo, en aquella ocasión, estaba demasiado enojado.

–No estoy para juegos, Krufil. Nos conocemos desde hace tiempo, y este asunto es demasiado serio. Lo que habéis intentado hacer lo consideramos una traición, un acto de guerra. ¿Acaso crees que no sabemos que os habéis intentado hacer con ella porque es importante para nosotros? ¿Que todo lo demás es una excusa? Y ni siquiera sabéis por qué es importante. Que a vosotros no os serviría de nada.

–¿Entonces por qué no nos lo habéis explicado? ¿No somos vuestros aliados?– acusó el embajador.

No sabía cómo salir de aquel embrollo, así que se lanzó al ataque en lugar de responder a las acusaciones. Era una táctica que solía funcionar.

–No es eso lo importante– suspiró el duende –. Pero te responderé igualmente. Es simple, no podemos confiar en vosotros. ¿Acaso puedes asegurarme que la información se mantendría secreta? ¿Que no llegaría de una forma u otra a todos los nobles? ¿Que no podría llegar a los oídos que no deben llegar?

–¡Claro que...!– quiso protestar.

–Krufil, ya te he dicho que no estoy para juegos– le interrumpió –. Ambos sabemos que no puedes. Y que algunos nobles tienes contactos con fuerzas que no podéis controlar. De todas formas, todos eso carece de importancia ahora mismo. Lo que está en juego es si rompemos toda relación con Engenak. Y sabes perfectamente que no hablo sólo en nombre de Narzerlak. Déjate de diplomacias o medias verdades. Ahora mismo, sólo podéis responder con hechos.

El humano tragó saliva. La amenaza era más que seria. Las fuerzas que formaban la alianza eran muy poderosas y numerosas. Sólo con prohibir todo comercio con ellos les pondría en una difícil situación. Si decidían tomar otras medidas, podía ser el fin de Engenak.

–¿Qué... queréis...?– se rindió.

–Para empezar, retirar la recompensa por ella. Y más te vale hacerlo de forma discreta, no queremos que haya más interés en su persona. No nos importa si la dais por muerta o capturada, pero debe dejarse de hablar de ella. No más intentos de acercarse a ella, de investigarla o de nada. A partir de ahora, para vosotros, ella no existe. Hacedlo de forma que no genere sospechas. ¿He sido suficientemente claro?.

–Sí– aceptó el embajador.

Inmediatamente, el duende se marchó, aunque eso no significaba que no lo tuvieran bajo vigilancia, algo que éste suponía. También suponía que no era al único al que tendrían supervisado. Lo que no entendía era qué tenía aquella elfa de especial, pero le habían dejado claro los peligros de intentar saber más.

Nunca hubiera esperado que llegaran a aquel extremo. Que la alianza al completo hubiera decidido actuar. Que todos aquellos seres protegieran a una simple elfa. Lo que tenía claro era que ignorar las advertencias no era algo asumible. Ahora, el problema era como transmitir aquella información rápidamente y sin levantar sospechas. No sabía qué sucedería si cometía un error, pero tampoco quería averiguarlo.

Así que dio las órdenes que le permitían su autoridad, poniendo en hibernación a los agentes en la zona. Luego envió información respecto a que la elfa probablemente había muerto y decidió volver rápidamente al reino, pues debía hablar con el rey y, sobre todo, el primer ministro en persona. No podía confiar en otros canales para enviar aquella información.



No tardaron mucho en calmarse las aguas, en retirarse la recompensa, en surgir tanto rumores de que aquella elfa había sido capturada, como muerta, o que todo había sido un error.

Como fuera, el reino de Engenak se abstuvo de cualquier otro movimiento, pues el miedo era grande, ya no por el propio reino, sino por sus posiciones privilegiadas en la realeza o la nobleza. Una cosa era ir a la guerra y la otra arriesgar su posición. Y eran conscientes que, sin saberlo, se habían colocado en una situación muy delicada. Que durante mucho tiempo, estarían vigilados con lupa.

Si quien no debía puso su punto de mira en la elfa o no, era algo que ninguno sabía, aunque confiaban en que no fuera así, que no hubieran descubierto o supusieran que era alguien capaz de combatir la corrupción directamente, que era la amiga de las hadas. Una de sus armas más poderosas era la sorpresa, la ignorancia de sus enemigos ante aquella amenaza.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora