Capítulo 8 (Borrador)

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Máquina

Terminando de asistir a Rubén, la voz parlante volvió a escucharse, esta vez con mayor claridad. Provenía del sótano, un detalle que incomodó visiblemente a Blackwood.

—Viene de allí —dijo Owen, señalando la puerta con su arma—. Voy a bajar. Quédense aquí hasta que les dé una señal.

Lisa y Blackwood intercambiaron miradas. Blackwood se encogió de hombros con indiferencia, pero sus ojos traicionaban una pizca de curiosidad.

Apretando la mandíbula, Owen abrió la puerta que conducía al sótano. Las escaleras se sumían en la oscuridad, interrumpida apenas por un fino haz de luz que se filtraba desde una ventana en la parte superior. El primer escalón gimió bajo su peso, un sonido que pareció resonar en el silencio. Descendió con cuidado, el arma lista y los sentidos alerta, mientras su respiración se hacía cada vez más pesada. Algo crujió detrás de él, y giró bruscamente, apuntando hacia las sombras. Nada. Solo su propio aliento, atrapado entre dientes apretados.

Al llegar al piso de cemento, encendió la linterna y barrió el lugar con un haz de luz titilante. Estanterías llenas de trastos cubiertos de polvo, neumáticos viejos y cajas apiladas llenaban la habitación. Pero lo que llamó su atención fue la puerta de metal al fondo, parcialmente oculta por una manta blanca. Dio un paso hacia ella, pero algo más capturó su mirada: un pequeño agujero en la pared, del cual emanaba una débil luz roja que parpadeaba en intervalos regulares.

—¡Oigan! ¡Vengan a ver esto!

Lisa bajó las escaleras corriendo, con una expresión que mezclaba miedo y confusión. Blackwood suspiró y, con un aire de resignación teatral, encendió las luces del sótano. La escena se reveló por completo: una habitación de paredes grises y baldosas agrietadas, con estanterías desordenadas y, al fondo, una fila de cápsulas metálicas cubiertas por mantas blancas.

—¿Qué demonios...? —Lisa se detuvo al ver cómo Owen arrancaba una de las mantas con un movimiento rápido.

Debajo, el cuerpo de una persona descansaba inmóvil dentro de una cápsula llena de un líquido translúcido.

—Esto es una locura —murmuró Lisa, llevándose una mano a la frente mientras comenzaba a caminar en círculos.

—Y no es el único —dijo Owen, iluminando con su linterna las otras cápsulas, dispuestas en dos líneas ordenadas. Todas parecían idénticas, salvo por una diminuta luz roja que parpadeaba en cada una. A ambos lados de las cápsulas, robots cubiertos de polvo permanecían erguidos, como centinelas oxidados.

La voz robótica volvió a escucharse, esta vez acompañada de un leve zumbido. Uno de los robots abrió y cerró sus ojos mecánicos, proyectando una luz verde que iluminó la estancia.

—Descarga de archivos completa. Por favor, inserte la contraseña.

Owen dio un paso hacia el robot, ignorando las miradas de advertencia de Lisa y Blackwood.

—¿Qué haces? ¿A dónde vas? —preguntó Blackwood, cruzando los brazos con una expresión de exasperación.

—Voy a nadar con los cisnes —respondió Owen, sarcástico—. ¿Qué crees? Voy a insertar la contraseña.

—Perfecto. Y si este montón de chatarra decide convertirnos en su merienda, no olvides que te advertí.

—¿Tienes alguna idea mejor, genio? —replicó Owen, mientras Lisa lo observaba con creciente ansiedad.

—No tengo ideas mejores, solo ideas menos estúpidas —Blackwood sonrió con sorna—. Pero adelante, sorpréndenos.

Con la mano temblorosa, Owen presionó un botón en el pecho del robot. Al instante, la voz mecánica llenó la habitación:

—Soy el androide AT-11000. He sido activado para proteger a las pruebas Dove. Identifíquense para configurar los archivos.

Owen dio un paso al frente, aún sujetando el arma.

—Soy el oficial Owen. Estamos atrapados en la casa de la señorita Lisa Marie Browns porque el pueblo ha sido invadido por criaturas inhumanas. ¿Sabes qué está sucediendo?

—Negativo —respondió el androide, su voz metálica e inexpresiva—. Mi protocolo me prohíbe proporcionar información a personas no identificadas. Inserte la contraseña para continuar.

Lisa tragó saliva y miró a Blackwood, quien levantó las cejas en un gesto de incredulidad.

—Por supuesto, una máquina más inútil que un microondas sin enchufe —murmuró Blackwood, encendiendo un cigarro imaginario con sus dedos mientras observaba al androide como si estuviera evaluando una obra de arte fallida.

Lisa se llevó las manos al cuello, tocando un colgante que colgaba bajo su camisa. Lo desabrochó con dedos temblorosos y reveló una pequeña llave con forma de corazón. Lentamente, se acercó al robot y encontró un orificio del mismo tamaño en su pecho metálico.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Owen, observándola fijamente.

—No. Pero, ¿qué más podemos hacer? —Lisa insertó la llave.

El androide se iluminó por completo, proyectando un tenue brillo verde que llenó la habitación.

—Contraseña aceptada. Por favor, solicite información sobre la sociedad Dove.

Blackwood suspiró profundamente y murmuró:

—Claro, porque nada dice "día normal" como activarse un robot vintage en un sótano lleno de cápsulas humanas.

Después de eso, el sótano quedó envuelto en un silencio tan denso que parecía oprimirlos, como si manos invisibles se cerraran lentamente alrededor de sus gargantas. El aire estaba cargado de humedad y un tenue olor a moho, lo que provocó que Lisa comenzara a toser mientras intentaba taparse la boca con la mano.



The Dove Society: Los Mutantes Del Nuevo Mundo © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora