CAMILA'S POV
-Lauren, estamos en un ascensor- le dije mientras ella besaba mi cuello intensamente
-Faltan 5 pisos, tenemos que aprovechar cada segundo- respondió ella con su respiración agitada mientras su mano bajaba por mi cintura.
-Lauren- entre besos y caricias-tenemos que ser más cuidadosas
Sonó la señal del ascensor que indicaba nuestro piso. Doy un paso para salir del elevador, y de la nada, caigo en un abismo.
* * * *
Un grito ahogado se desprende de mi garganta, al mismo tiempo me levanto violentamente de la cama. Trato de calmarme respirando profundamente cuando siento una mano en mi hombro, y una voz que pregunta
-Camila? Qué pasó? Estás bien?
-trato de responder mientras recupero el ritmo cardiaco normal- Sí, Shawn, no te preocupes, fue sólo un... una pesadilla. Volvé a dormir que es tarde
Mi cuerpo se había rociado con sudor y mi pecho ardía con un calor inexplicable pero tan familiar.
Agarré el celular para ver la hora pero mis ojos se desviaron al día.
27 de Junio
Mi cabeza se partió en dos y todo tuvo sentido por un instante. Mi inconsciente sabía perfectamente que día era, a quién iba a engañar?
Apoyé el celular en la mesa de noche y me acomodé en la cama de espaldas a Shawn. Era imposible que pudiera conocer mis pensamientos pero de todos modos, no podía siquiera mirarle la cara.
Ay, Lauren, estarás pensando en mí como yo en vos?
Aún recuerdo los cumpleaños que pasamos juntas años atrás antes de que todo se desmoronara, antes de que el cuento de hadas se transformara en pesadilla.
Esa noche no pude dormir, y a pesar de que por la mañana tenía grandes círculos negros al rededor de mis ojos, lo único que ocupaba mi mente eran esos luceros esmeralda que me mantuvieron despierta tantas noches.
Por mucho que quisiera que la realidad fuera diferente, por mucho que imaginara a otra persona en mi cama, por mucho que me arrepintiera de como terminó todo, ni siquiera nos seguíamos en las redes sociales. Eramos dos extrañas, sólo que ya no éramos más adolescentes; y pensar que ella solía ser todo mi mundo.
Mis ganas de hablar con ella, de recuperar ese vínculo tan especial que compartíamos, crecía día a día y esta era la ocasión perfecta. Me aferré a mi orgullo por cuatro largos años, sin decirle más que un cortés hola en alguna alfombra roja, pero era 27 de junio y estaba dispuesta a dar el brazo a torcer.