Epílogo - Siempre va a ser él

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- ¿Estás nervioso? – le pregunto, aunque sea absurdo porque soy capaz de notar el tembleque de su mano a través de la mía.

- Me va a dar algo – se recoloca las gafas, el pelo y la camiseta por decimoctava vez desde que estamos aquí.

- Venga, no es pa' tanto – intento animarle, aunque por la mirada airada que me lanza, no lo consigo.

Frente a nosotros, una puerta nos espera. Ni siquiera he llamado al timbre aún, estoy esperando a que Flavio me de el visto bueno mientras intenta tranquilizarse. Me dedico a mirarle mientras esto pasa. ¿Es normal que cada día lo vea más guapo? Ayer discutimos cuando apareció por casa calvo. Iba a cortarse un poco el pelo porque empieza a hacer calor y lo tenía excesivamente largo, pero yo no me esperaba que "cortarse un poco" fuese tantísimo. Lo peor es que ni siquiera a él le gustó el corte, pero si que fue el que le dio la idea al peluquero. Yo me ofendí, por supuesto, porque el pelo es una de las cosas que más me gustan de él, bueno y sus ojitos achinados, su nariz ancha, sus labios carnosos, su mandíbula cuadrada... En realidad, me gusta todo, pero el pelo especialmente. Ahora, no para de intentar recolocárselo, como si el aspecto de su pelo fuese a ayudarle en algo para lo que está a punto de ocurrir.

- Vale, ya – me da el pistoletazo de salida.

Antes de llamar a la puerta, me veo en la obligación de agarrarle de los mofletes, haciendo que mire hacia mí, y plantarle un beso en esa boca que parece que siempre me llama a gritos.

- Qué guapo eres, coño – esta es una de esas frases de las que me he apropiado de su repertorio. Me sonríe en respuesta y, cuando es liberado de mis manos, antes de separar su cara de la mía, deposita un beso en mi frente que hace que lo quiera un poco más, si cabe.

Allá vamos.

Por desgracia para Flavio, es mi padre quien abre la puerta, aunque no lo hace con una expresión amenazadora como me esperaba, ha tenido tiempo para hacerse a la idea. En cuanto Flavio y yo retomamos la relación, tuve que ser sincera con mi padre y contarle todo lo que había pasado. De eso hace ya varios meses. Me vi obligada a alejarme un poco porque no quería verme en la tesitura de tener que elegir entre la persona de la que estoy enamorada y mi familia. Casi le da algo cuando le informé de que Flavio y yo habíamos decidido irnos definitivamente a vivir juntos, pero era lo más lógico, estábamos manteniendo dos casas distintas cuando nos pasábamos el noventa por ciento del tiempo juntos en su piso. Era la opción más sensata.

Desde aquel día que me planté en su piso sin avisar con intención de arreglar las cosas, todo había cambiado mucho. La comunicación ahora fluía de una forma distinta, pero mejor, siempre mejor. La relación se había afianzado de tal manera que algunos de nuestros amigos nos decían que parecíamos una pareja de las que llevan juntos una vida y media. Y sí, yo ahora siento que conozco incluso aún más a Flavio de lo que lo conocía, y a él le pasa lo mismo.

La reunión con mi familia es algo que lleva atormentando a Flavio desde hace semanas, en cuanto le avisé de que tenía que ocurrir. Él no quiere admitirlo mucho en voz alta, pero le da miedo que mi padre decida que no quiere tenerlo en la familia y eso suponga un problema en nuestra relación. Yo tengo claro que no va a ser así, mi padre ya está cediendo sólo con habernos invitado a venir, aunque tarde algún tiempo más en abrirse del todo y volver a mantener con Flavio la relación que tenían al principio.

- Hombre – dice mi padre como si fuese una sorpresa vernos y no le hubiese avisado antes de venir. Viene directamente hacia mi para darme un abrazo, de estos que te hacen sentir en casa, y echarse para atrás para dejarnos espacio para entrar en casa. Flavio por todo saludo recibe un movimiento de cabeza. Pobrecito mío.

La comida transcurre con normalidad, aunque el ambiente se mantenga algo tenso. Mi hermana y mi madre intentan que la conversación no decaiga, pero mi padre no está por la labor y Flavio tiene miedo hasta de abrir la boca. Bueno, podría haber sido peor. Estoy segura de que en unos meses las cosas serán como antes, pero mi padre ha decidido ponérselo difícil a Flavio y no hay más que yo pueda hacer para que relaje la tensión. Aunque salgo contenta, para ser sincera, la familia es lo más importante para mi y el hecho de volver a poder pasar tiempo juntos, incluyendo a Flavio, me produce una paz que no se explicar.

La familia de Flavio, por su parte, me ha vuelto a aceptar en ella como si nunca nada hubiese pasado entre nosotros, y a mi me van a faltar las maneras de agradecérselo. A Bea me la tenía ya ganada de antes, aunque no hablásemos mucho ni mantuviésemos una relación tan estrecha, lo cierto es que reencontrarnos siempre era sencillo, como si fuésemos dos amigas que no se ven hace tiempo. Quizá aquí lo más complicado fue que su madre se volviese a hacer a la idea de que habíamos retomado la relación, porque con tanta ida y venida tenía un cacao... Pero sé que se alegra por nosotros y eso ya es suficiente. Su padre nos felicitó en cuanto se enteró y poco más, el nunca era de meterse demasiado en la vida privada de Flavio.

Después de un largo camino, ya de vuelta en Madrid y en la tranquilidad de ahora nuestra casa, poco tardamos en tumbarnos en el sofá, como siempre, y quedarnos dormidos, agotados por el viaje. La primera en despertarse soy yo, cosa bastante extraña, pero aprovecho estos momentos de tranquilidad para reflexionar sobre lo que ha estado pasando y, sobre todo, para admirar a la persona que tengo al lado. Aún durmiendo me tiene atrapada, como si tuviese miedo de que en cualquier momento me fuese a escapar, con brazos y piernas generando un nudo entre nosotros. Esto es algo en lo que aún estamos trabajando. Vamos bien, pero nos queda un largo camino por delante.

Estamos aprendiendo a entendernos y a aceptar que todo lo que ha pasado ha sido por algo y que ahí está, no podemos renegar del pasado, por muy doloroso o incomodo que sea.

Sonrío cuando veo la expresión de paz que tiene al dormir y soy incapaz de quedarme quieta: mi mano se levanta para ir a trazar el contorno de su nariz y sus labios, lo que hace que él se revuelva.

- ¿Qué pasa? – pregunta sin siquiera abrir los ojos, con la voz adormilada. Seguramente ni siquiera recordará esto después.

- Nada, bebé, sigue durmiendo – me aprieto más contra él, metiendo mi cara en el hueco de su cuello y aspirando su olor.

Si de algo he sido consciente durante este camino que hemos estado recorriendo es de que, sin yo saberlo, hace ya bastante tiempo que le entregué mi corazón en bandeja a Flavio, aunque es ahora cuando estamos aprendiendo a sumar juntos.

Lo respiro hasta que los pulmones se me llenan de él. Es que es él, siempre va a ser él

Siempre túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora