Splitelium.

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Corría por los pasillos desesperadamente esperando no encontrarse con aquel ser tan ruín. Su única esperanza había sido depositada en sus piernas débiles y cansadas. No se atrevía a mirar atrás, estaba demasiado asustado y la más mínima sombra lo haría desplomarse en un segundo. 

Su confusión aún estaba latente. Tenía moretones y rasguños, los cortes causados por el bisturí de su captor estaban a sangre viva. Un corte profundo en su antebrazo derecho y por debajo de las costillas. Aún con las líneas marcadas en su cabeza y en sus piernas, no sabe que pretendía aquel sujeto extraño, solo pensaba en correr hasta más no poder.

Solo tenía diescisiete años, no esperaba terminar así. Recuerdos por fragmentos se amontonan en su mente, había visto sombras extrañas en el bosque cercano de su casa y, pensando que podía ser  aque fastidioso gato salvaje fue a darle una paliza. Quizá de esta manera lo castiga el destino. Antes de sentir sus ojos cerrarse sintió una pequeña aguja clavarse en su nuca. Se había despertado y atado sin vestimenta alguna a excepción de su ropa interior. 

Aquel ser definitivamente no era humano. Sus brazos eran desproporcionadamente largos, sus dedos eran delgados y tan largos como la antena de mi viejo celular. Nunca le ví los pies, poque no los tení, ni siquiera las piernas. Su cuerpo estaba solo de la cadera para arriba. Y lo peor, ¡Oh! ¡Lo peor era su cabeza! Su forma ovalada y desproporcionada me daba naúseas, aquellos ojos malditamente rojos que amenazaban por salirse de sus órbitas, su cabellera mugrienta y cutre parecían pequeños gusanos negros. Aquella boca ¡Por dios! ¡Su boca estaba totalmente cosida! una cosedura perfecta en forma de "u" invertida. Sentir esos asquerosos dedos rozar mi piel fue lo peor de todo. Eran como la lengua de los gatos pero unas diez veces más filosas. Por un momento se quitó el traje que traía y  su corazón, sus pulmones, sus costillas ¡Todo sobresalía! La piel parecía una blanquecina hoja posada sobre sus órganos.

Sus cortos recuerdos fueron interrumpidos por un crujido. Él estaba cerca...Otra vez. 

Uno...

Dos...

¡Crack!

No sabía como se movilizaba sin piernas pero de un segundo a otro estaba encima suyo. Tenía su particular bisturí en las manos. Pensando que volvería a cortarlo cerro fuertemente los ojos pero la sorpresa fue grande cuando aquella criatura sujetó fuertemente aquel bisturí y lo presionó contra sus cosidos labios.  Era raro, no había sangre, no había dolor. Con la fuerza de su mandíbula terminó de abrir su boca y con una suave voz se acercó a mi oído y susurró "Otra vez".

Se levantó y se devolvió a su guarida. Se desplazaba lentamente sin quitarle la mirada, sus ojos desbordantes eran menos aterradores a comparación de aquella sonrisa. 

Él chico solo corrió, parece que solo servía para eso. Su corazón había dado un vuelco cuando vió su casa desde lejos, estaba salvado. O eso creía.

Sus preocupados padres insistían con ir a la estación policial más cercana pero aquel chico no estaba preparado para contar lo sucedido. Todavia estaba paralizado del miedo. Pero su sorpresa mayor fue la cara del doctor al revisarlo, no se podía explicar como había logrado correr tanto después de la extracción de una costilla. 

Pasaron meses y sus padres no se explicaban porque su hijo se levantaba gritando. Porque se le estaba cayendo el pelo o porque amanecía todo magullado. 

Él si sabía. Esa cosa volvería.

Una vez...

Y otra...

Y otra.

¡Todas las malditas veces que necesitara alimentarse!

Era su platillo favorito que degustaba poco a poco. 

Volver a degustar presas tan sabrosas era lo más placentero que podía sentir.

Al final, valió la pena. 

Quizá no se convirtió en uno de ellos. Era mucho mejor. Era su fuerza.

Retratos de una mente insanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora