Todo comenzó como un virus en un punto de China.
Al principio se creía que era algo similar a la gripe, pero que se cobraba unas pocas más de vidas.
Recuerdo este comienzo de año, estar sentada en mi puesto de clase, y como todas las mañanas, leer el periódico junto a mis compañeros y tutor.
Jamás le dimos demasiada importancia. Era algo sin gravedad que pasaría con el tiempo.
Solíamos hacer chistes y bromas respecto a ese virus. Nos reíamos. No lo tomábamos en serio.
Confinaron Wuhan. Pensamos que aquello no saldría de allí. Que se iría tal cual había venido.
Confinaron China. Nadie podía entrar ni salir.
No recuerdo haber visto muchas noticias sobre cómo avanzaba el virus en aquel país.
Llegó el turno de Italia. Las noticias no dejaban de hablar de ello.
Decenas de muertos. Centenares. E incluso miles. Ciudades cerradas a cal y canto. La gente en sus casas sin apenas salir al exterior para hacer algo más que no sea lo estrictamente necesario.
Tampoco nos preocupamos mucho.
Seguíamos haciendo chistes malos y bromas sin gracia. Aquello no se movería de Italia. Otra vez no saldría de un país.
Que ilusos.
Un caso en España.
Luego dos.
Luego media ciudad.
Luego una entera.
El mes de febrero avanzaba veloz, al igual que el virus.
No habían demasiados muertos por aquel entonces, pero daba un poco de miedo.
¿Por qué no había desaparecido ya?
Bah. Solo lo pillan los viejos. Nosotros somos jóvenes y fuertes. Esta nueva gripe la pasamos sin problemas.
Llegó marzo, y con ello, el cierre de centros educativos y de ciudades.
Comenzaba la verdadera pesadilla.
Recuerdo como si fuera ayer cuando estábamos tan tranquilos debatiendo sobre este virus llamado Covid-19, más vulgarmente, Coronavirus.
Nosotros también queríamos faltar a clase.
Creímos que si cerraban el instituto, tendríamos unas pequeñas vacaciones antes del verano.
Sobre las doce llegó una encargada del instituto al aula.
Cerraban nuestro instituto.
Estallamos en aplausos y vítores. ¡Por fin nos tocaba a nosotros no asistir! Que felices éramos. ¿Quién no querría faltar dos semanas justificadas a clases?
Algunos ni siquiera recogieron sus cosas. Total, volveríamos en nada.
Salimos ordenados, tranquilos pero felices.
Yo con mi mochila al hombro y como todos los días, agarrada al brazo de quien en aquel entonces era mi amiga.
Me dirigí feliz y escuchando música al bar en el que me esperaban mis padres. Nunca había salido tan temprano del instituto.
Aquel mediodía, viendo las noticias, se anunció que las muertes crecían sin parar.
Y aquel mismo día, confinaron España entera.
De la noche a la mañana se nos prohibió salir a la calle.
Bah. Dos semanas. Aguantaremos. No es nada.
Pero conforme los días pasaban, los contagiados y los fallecidos aumentaban sin control.
Los sanitarios comenzaban a estar al límite, y los hospitales rebosaban de pacientes.
Se agregaron catorce días más.
Bueno, pues un mes en casita.
Pero menudo fastidio que me cancelaran las prácticas. Me hacían mucha ilusión.
Debo confesar que aquí comenzábamos todos a estar ya un poco asustados.
Y llegó el 26 de marzo.
Los contagiados superaban ya los nueve mil en un solo día.
Aquel día hubieron unos novecientos fallecidos.
La sanidad estaba desbordada. No había personal médico para todos. Ni pruebas. Ni protección.
E incluso el famoso Palacio de Hielo de Madrid llegó a usarse de morgue.
La gente no sabía donde llorar a los suyos.
Era todo devastador.
Miedo. Pánico. Pero un poco de esperanza.
A las ocho de la tarde, salimos todos a nuestros balcones y ventanas.
Las calles estaban vacías y silenciosas.
Y comenzamos a aplaudir.
Por nosotros. Por los enfermeros. Por los farmacéuticos. Por la seguridad. Por los enfermos y fallecidos. Por todos.
Aquello se convirtió en un ritual de cada día.
Y la verdad es que emocionaba oír a un país unido.
Los fallecidos descendieron, al igual que los contagios, y comenzó la desescalada.
¿Significaba aquello que ya estábamos casi al final de un túnel tan negro?
La cosa comenzaba a pintar bien.
Habían casos y fallecidos, pero nada demasiado alarmante cómo para tener que confinarnos otra vez.
Hoy, 23 de agosto del 2020, tras el verano más raro de nuestras vidas, los nuevos datos vuelven a preocupar.
Todo asciende y a muchos nos da miedo.
¿Seremos capaces de resistir una nueva ola?
¿Estamos más preparados que antes?
Sinceramente, creo que no.
Lo que en su momento creímos que era el final de una pandemia, apenas era el comienzo.
No sabemos lo que nos espera.
Y muchos, por desgracia, nunca lo sabrán.