Reencuentro (I)

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El trayecto por la selva fue tranquilo y agradable, dado que Maldoa estaba en nivel 75, aunque aún le quedaba más energía que asimilar. Sin duda, la velocidad de su crecimiento era asombrosa, pero también necesitaba tiempo para absorber y estabilizar su cuerpo, dejar que se acostumbrara. Por ello, aquel nivel era todo lo que había podido forzar durante el tiempo en el que había estado esperando el regreso de la elfa.

Es cierto que Goldmi y sus hermanas podían enfrentarse a los peligros sólo unos pocos niveles más altos que ellas, pero la presencia de la drelfa lo hacía innecesario y aceleraba su trayecto.

Se permitieron pasar por varias aldeas, pues, aunque impacientes, tampoco tenían tanta prisa como para no disfrutar de la compañía de los elfos, de poder comerciar con ellos, de compartir recetas y comida, de comprar suministros.

Cuando no había aldeas, simplemente dormían en la selva, protegidas por las plantas. Descansaban en la tienda de campaña, de la que Maldoa se impresionaba cada vez que entraba.

Se podía decir que era una sencilla y plácida excursión, pero la elfa se sentía cada vez más nerviosa. Aunque estaba arropada por sus hermanas, amiga y hada, no podía evitar la ansiedad, el miedo a perder lo que ni siquiera sabía si era real.

Por ello, cuando llegaron a su destino, Goldmi permaneció varios minutos delante de la puerta, petrificada, incapaz de hacer un solo movimiento, mientras el resto la miraban y animaban desde lo lejos.

Junto a ellos, había una elfa llamada Elenksia, mirando a Goldmi con una radiante sonrisa. Era quien les había indicado la dirección de la casa, y alguien que le resultaba familiar a Goldmi, aunque no sabía exactamente de qué. Supuso que la había visto en el juego, pero no recordaba dónde.



Elendnas suspiró de nuevo. Había vuelto hacía poco y se había sentado a descansar, pero no tardó en levantarse. Estar sin hacer nada le hacía pensar en ella, y eso le carcomía.

Era tanta la incertidumbre que no sabía qué hacer. Probablemente, nunca volvería a verla. Era perfectamente posible que todo lo que él había vivido no fuera nada para ella. E incluso, si volvía, quizás él no fuera alguien especial para ella. De hecho, aun si lo era, temía no ser digno. Él estaba manchado.

Lo peor de todo era que no podía hacer nada. No podía salir a buscarla, no sabía dónde. Tampoco tenía ningún medio de saber si volvería a aquel mundo, a aquella aldea, de si la espera serviría de algo, de si debía tratar de olvidarla.

–Toc, toc.

Los suaves golpes en la puerta le hicieron olvidarse por un momento de su sufrimiento, preguntándose quién debía ser. Era evidente que no era su hermana, ella simplemente entraba sin llamar, por mucho que él se quejara. Y tampoco parecía ser ninguno de sus amigos, pues solían llamar con mucha más contundencia, y con otro ritmo. Aquellos golpes casi parecían hechos con miedo.

Se acercó a la puerta, llevando por si acaso sus armas en el cinto. Quien lo había atacado en el pasado podía estar buscándolo aún. Aunque era difícil que lo encontrara allí, o que lograra entrar en la aldea, nunca podía descartarlo.

Abrió de golpe, preparado para actuar si fuera necesario, pero no pudo reaccionar ante lo que se encontró. Incrédulo, sus ojos se perdieron en aquellos profundos ojos azules que nunca había olvidado. En aquel pelo rubio que caía en una hermosa trenza a la espalda de ella. En aquella preciosa y delicada nariz que parecía culminar una obra de arte. En aquellos labios que no podía mirar sin agitarse. En aquellas delicadas orejas, cuya peculiar forma en punta siempre le había parecido singularmente hermosa.

Se quedó sin habla, sin ser capaz de pronunciar una sola palabra mientras la miraba, sin acabar de creérselo. Reconocía aquel rostro, aquel cuerpo, aquella mirada que lo atravesaba.

Deseaba alargar la mano y acariciar su mejilla. Tener aquel pelo sedoso entre sus dedos. Aunque era algo que nunca había hecho, y que ni siquiera sabía si tenía permitido. Quería decir algo, pero era incapaz, estaba paralizado. Su cuerpo no parecía responderle. Sólo podía quedarse mirándola

Tampoco ella decía nada. Totalmente absorbida por la súbita aparición. Era como lo recordaba. No como salía en la pantalla del juego, sino como realmente lo recordaba.

Sus ojos azules como los de ella. Su cabello rubio, algo más claro que el suyo, atado en una cola. Sus orejas puntiagudas plenamente visibles. La peculiar forma de su rostro. Su cuerpo visiblemente entrenado, pero no exageradamente musculoso.

Sintió sus mejillas arder ante la mirada penetrante de él. Pero, aunque quiso apartar el rostro, esconderlo, tampoco era capaz de moverse. Sólo una leve sonrisa apareció en su rostro al sentir su mirada. Al sentir que él la reconocía. Que él también se sonrojaba.

En ese momento, Elendnas estuvo a punto de conseguir decir algo, pero aquella leve sonrisa tuvo el efecto de dejarlo totalmente embobado.

–Hola– dijo finalmente ella, tímidamente, casi en un susurro.

–Ho... ¡Hola!– respondió éste, sintiéndose incómodo, incluso ridículo.

–¿Me... Me recuerdas?– preguntó ésta, con algo de miedo.

–¡Claro! ¿¡Cómo podría olvidarte!?– exclamó éste, avergonzándose inmediatamente tras sus palabras.

Pero si se puso rojo no fue por ello, sino por la enorme sonrisa que apareció en el rostro de ella. Era demasiado hermosa. Demasiado deslumbrante.

Ella también se puso más roja. Sin darse cuenta, inconscientemente, él también había sonreído. Y si bien mirarlo la avergonzaba, no podía dejar de hacerlo.

–Menos mal. Yo temía que no hubiera sido real y...– pero Goldmi no se atrevió a continuar, a expresar lo que realmente sentía.

–¡Claro que fue real! Pero... No estaba seguro si también para ti... Si tú... Si volverías...– expresó Elendnas sus temores.

Ambos se quedaron mirando unos instantes. En un silencio incómodo. En una situación que les resultaba embarazosa, pero no por ello dejaban de sentirse en un sueño, en un sueño del que no querían despertar.



–En serio. Este hermano mío... ¿No la va a hacer entrar? ¿Piensa dejarla en la puerta?– criticó la elfa pelirroja.

–No me dirás que no son monos. Los dos tan tímidos. Parecen adolescentes– se burló la drelfa.

Elenksia había reconocido a la elfa al instante, y se había acercado al grupo. Su actitud y la de la drelfa le habían permitido descubrir con facilidad la razón por la que habían venido, algo que la había entusiasmado. Quería mucho a su hermano, y sabía cuánto había sufrido en una espera incierta.

Drelfa y hermana habían congeniado enseguida, comprendiendo la situación y conspirando a espaldas de Goldmi. Ahora observaban aliviadas, pero con algo de impaciencia.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora