Aunque nos lleve toda la vida.

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Luisita llevaba todo el día enfadada. No podía creer que Otilia le estuviera haciendo aquello a su familia tan solo por apoyarla, por quererla tal y como era. Le hervía la sangre de pura frustración al pensar que, aquella cara conocida del barrio, fuera la precursora de lanzar odio hacia todas las personas que ella quería, pero casi peor era saber que el resto del barrio la escuchaba y le daba la razón.

No se arrepentía de haber organizado aquella manifestación y se le llenaba el pecho de orgullo al recordar como los Gómez, al completo, habían acudido a apoyarlas a reivindicar lo que, estaba segura, era justo. Les dieron palos y siguieron ahí, de pie, gritando por ella y por Amelia y por todas las personas que eran como ellas. Aún recuerda como Marce se puso encima de Isabel para protegerla con su propio cuerpo de los golpes de la policía y como Manolita intentaba agarrar a aquel energúmeno del brazo para que se detuviera, sin éxito. Sus padres estaban peleando para que ella tuviera el mismo derecho a amar que sus hermanas. Tener, simplemente, los mismos derechos. Estaban recibiendo golpes para que sus dos hijas, las dos adoptadas, fueran libres y felices, aunque aquello pareciera hoy más lejano que nunca.

A veces había soñado que iba con Amelia por la calle de la mano, riendo. Que los vecinos las saludaban y las aceptaban. Aquel barrio donde se crio, aquellas personas que la habían visto crecer, le estaba dando la espalda solo por amar a Amelia y en su cabeza no cabía aquello ¿Cómo podía ser que lo más maravilloso que le había sucedido jamás, fuera lo que ellos señalaran como erróneo, como depravado, como una desviación? Aberrantes, las había llamado. No. Ellos se equivocaban.

Llegó a casa enfadadísima con el mundo, buscando a la única persona que sabía que necesitaba ver, la única que podría calmarla. Amelia llegó más tarde de lo normal y se encontró a la rubia muy nerviosa en el salón del piso. Luisita le explicó qué había pasado con la vecina cotilla, pero no recibió la respuesta de su novia que ella esperaba. Amelia parecía tranquila, como si estuviese esperando que aquel momento llegase más temprano que tarde.

- Deberíamos tomarnos esto de otra manera, Luisita. No ir tan de frente con las reivindicaciones – le dijo la morena.

Luisita no entendía nada. su novia, la persona más valiente que ha conocido jamás, le decía que dieran un paso atrás.

- No podría soportar que te pasara algo, Luisita. – dijo Amelia, casi con dolor

- Pero, mi amor, que a mí no me va a pasar nada – la rubia no podía creer la suerte que tenía.

- Bueno, eso espero, pero de verdad que se me rompe algo aquí en el pecho – dijo señalándoselo - si pienso que te pueden hacer daño, cariño – la imagen de Luisita en el suelo de la librería rodeada de llamas, inundaba la mente de la morena y sus ojos se humedecieron – y no podría soportar que le pasara algo a la persona que más quiero en este mundo. – Luisita la miraba suavemente - Ni por esto, ni por nada. No sé, creo que esa gente no merece que nos pongamos en peligro ¿me entiendes?

- No lo sé – estaba confusa - Es que me da la sensación de que me estás pidiendo que nos rindamos. – Luisita negaba con la cabeza.

- No, no, no, te estoy pidiendo que combatamos con las armas que tenemos, Luisita y que esperemos a que llegue el día en que podamos salir a la plaza y besarnos en público. Cariño... - Amelia extendió su mano para agarrar la mano de Luisita - ¿me prometes que no vas a ponerte en peligro con esos energúmenos?

- Está bien. – dijo Luisita después de unos segundos de reflexión. No quería que Amelia sufriera por aquello.

- Gracias.

La morena se levantó de su asiento y acortó la distancia que la separaba de Luisita. La ayudó a levantarse del brazo del sillón tirando de ella hasta que la tuvo a la misma altura.

- Te quiero. – la besó con suavidad – Algún día lo conseguiremos, cariño.

- Algún día – repitió Luisita y aquellas palabras tan lejanas le supieron metálicas.

****

Luisita había quedado con Amelia en la plaza después del trabajo. Iban a ir a dar un paseo juntas. Era curioso que estuviera nerviosa. Por mucho tiempo que pasase, y aunque vivieran juntas, a la rubia siempre se le llenaba la tripa de mariposas, cuando quedaba con ella.

Caminaba de un lado a otro, esperándola, como siempre llegaba tarde, cuando la vio caminando hacía a ella. Estaba preciosa, lo cierto era que Amelia tenía el don de estar perpetuamente preciosa, y aquellos ojos y esa sonrisa, que solo reservaba para ella, hicieron que el corazón se le acelerara "La besaría aquí mismo" pensó al oírla llamarla cariño.

Estaban hablando de su día cuando Luisita vio a Otilia salir de la tienda, justo a la espalda de Amelia. Las miraba con desprecio, como si el solo hecho de compartir el mismo espacio que ellas fuera una ofensa.

Algo dentro de la rubia empezó a arder. La veía ahí, cuchicheando con otra vecina, mirándolas con aquel desdén y aquella superioridad insoportables. En la garganta se le estaban acumulando las palabras. Intentó acallarlas, que no salieran de su escondite, pero no pudo más.

- Otilia, ¿qué le dices a tu amiga? – le gritó con ira.

Amelia intentó pararla, lo intentó por todos los medios, pero cuando Luisa Gómez empezaba una pelea, no la paraba nada ni nadie hasta que la creía acabada. Se gritaron las dos. Otilia las llamó sinvergüenzas, invertidas. Y hasta ahí llegó la última gota de paciencia que le quedaba en el cuerpo a la rubia.

- ¿Sabes qué? Qué sí, Otilia, fíjate que te digo.

- Luisita... - Amelia hizo el último intento para pararla, aunque sabía que no lo conseguiría.

- No, Amelia. Se lo tengo que decir, porque se me va a atragantar – le dijo a su novia antes de volver su mirada a la tal Otilia – Te decía, Otilia, que sí, que soy todo lo que me quieras llamar, pero, a diferencia de ti, soy feliz. – Luisita dejo aquello tan alto que los vecinos que paseaban por la plaza se pararon a mirar que pasaba - No necesito faltarle el respeto a nadie para sentirme superior y cada día, vuelvo a mi casa con ilusión y con ganas, porque me espera alguien a quien quiero con toda mi alma y que sé que me quiere igual. Y ahora mismo, lo único que siento es lástima por ti... - Otilia intentaba hablar, pero la rubia no iba a permitirlo – Me das pena, porque veo que jamás vas a poder sentir eso a pesar de que tienes el marido que la sociedad te ha dicho que es correcto tener. A pesar de que eres una privilegiada por poder decir, sin miedo, quien es tu pareja y lo peor es que ni siquiera lo aprecias. Pero, ¿sabes qué? Ahora mismo lo veo clarísimo y te tengo que dar las gracias por ello. Porque esta mujer que veas aquí – dijo apuntando a Amelia – y yo nos queremos, somos pareja, somos novias, somos una familia y algún día vamos a conseguir ser tan libres como lo eres tú. Vamos a luchar para que, los que vengan después, no tengan que preocuparse de personas retrógradas y amargadas como tú, aunque nos lleve toda la vida.

Luisita se dio la vuelta, le ofreció el brazo a Amelia ante la estupefacta mirada de aquella desagradable mujer. A estas alturas, la plaza estaba llena de vecinos, algunos las miraban con desagrado y otros con un claro gesto de aprobación.

- ¿Vamos, cariño? – le dijo a la morena con una gran sonrisa.

Amelia se enganchó de su brazo negando con la cabeza y sonriendo.

- Vamos, mi amor. – echaron a andar agarradas.

Y atravesaron así la plaza, con la cabeza bien alta y la sonrisa puesta. No las iba a parar nadie. Ya no.

Aunque nos lleve toda la vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora