En un ayer tan lejano necesité decirte tantas cosas, abrazarte tantas veces o simplemente dedicarte un “Te quiero”, que ahora que te tengo en frente no quiero decirte nada; no puedo. Los años de silencio y lágrimas no derramadas se agrupaban en mi garganta impidiendo que pueda hacer o decir.
Sé que llorar no valdrá de nada, nunca pude encontrar tu lado sentimental y los sollozos por más amargos y desgarradores que sean no sirven de nada contigo. Te marcharás una vez más, lo tengo presente. Dejarás atrás todo el camino que recorrimos juntos de la mano, dejarás las penas a mi cargo y te llevarás las alegrías contigo para presumirlas en un futuro; como siempre, siendo egoísta, buscando tu propio beneficio en cualquier momento.
Me parece estar escuchándote, diciendo tu letanía de siempre; esa adorada: “Lo siento”. Pero no, no te disculpes. No comprendo el motivo y, sinceramente, no quiero comprenderlo. No deseo que mi mente registre ninguna excusa de esas que tienes bien ensayadas. No quiero que mi corazón pueda agarrarse de ello para martirizarme, para hacerme sentir culpable como siempre intentaste.
Sé que no has cambiado, que sigues siendo el mismo y me da mucha lástima. Me enteré que otra vez saliste por la puerta chica. Otra vez con la cola entre las piernas y la cabeza caída.
Siempre me pregunté: ¿Por qué darte otra oportunidad? ¿Para qué? ¿Por qué olvidar el pasado cuando me hizo tanto daño y volver a empezar? No soy tan benevolente como piensas, no soy de las que pone la otra mejilla, no soy más la que llora tu pérdida. Y no es que no pueda, siempre me has dado motivos para hacerlo; simplemente, no quiero. No me apetece en lo más mínimo seguir siendo tu muñeca rota.
Para variar un poco el panorama, te diré que el arco iris de mi vida volvió a nacer, a brillar y no gracias a ti; claramente. Como siempre, te perdiste entre la bruma. Fuiste el viento que borra las huellas de la arena. Huellas que como tus abrazos y cariños, fueron poco sinceros, estudiados y siempre certeros para el beneficio propio. ¿Te he dicho ya, lo egoísta que eres? Sí, creo que sí. Quedó claro.
Hoy, es un día importante para mí y deberías agradecerle estas palabras a Martín. ¿No sabes quién es? No me sorprende que no lo sepas, ni me entristece; por el contrario, me alegra mucho.
Cuando cerraste por última vez esa puerta a pesar de mi llanto desolado, a pesar de ser consciente de la destrucción de mi mundo; perdiste muchas cosas, muchos derechos que con mi nacimiento se te otorgaron. Perdiste mi amor, mi respeto y mi consideración.
Pero, mírale el lado positivo. Así lograste otra familia, hijos increíbles de los que sí te puedes y debes sentirte orgulloso. Ellos que lo son todo para ti. No, no trates de negarlo. Ya no soy una niña pequeña a la que embaucas con tu palabrería barata. Tampoco mamá es culpable de ello, nunca intentó influenciar en mis decisiones. Ellas son solo mías, de “A” a “Z”.
Sonríe, sé feliz. Vive tranquilo y bien con tu propia elección.
Le prometí a Martín que no te atacaría, pero resulta tan difícil no verter sobre ti y tu conciencia —si es que la tienes— estos biliosos sentimientos que tendría que desarrollar más mi tolerancia y paciencia. Pero, no, contra todo pronóstico, no lo haré. Me limitaré a darte la buena noticia: Me casaré.
¡Venga, correcto! Sabía que eras un tipo inteligente. Martín es él. Aquel valiente que saltó la muralla antártica que había rodeado mi corazón para no salir herida, aquel que con una sola sonrisa transforma mis días en algo más ameno, más humano.
Me pidió que te telefoneara y agradezco que el servicio telefónico de este país sea una mierda, pues no quiero escuchar tu voz, porque recordaré tus promesas vacías, las alegrías rotas y ese timbre bajo y profundo de estrella de los setenta. Seré sincera en admitir que no esperé ni al tercer pitazo para colgar y decir: No contesta, que lástima. Más que gustosa, me sentí obligada a hacerlo. A que Martín piense que lo intenté, cuando nunca estuvo en mis planes perdonarte.