Capítulo 14 | Tai

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Cuando entramos, la puerta desapareció. Estábamos en una especie de bosque sobre lo que parecía ser una montaña. A lo lejos solo se veía el cielo.

–Vamos –dijo Tai con seriedad.

Empezamos a caminar adonde nos llevara el destino porque no teníamos ningún sitio claro al que ir. Estábamos muy cansados y, sobre todo, muertos de hambre. Llevábamos horas sin comer y dormir, y Agumon y Gatomon estaban agotados. Casi no podían caminar.

–Oye, Tai –dijo Agumon después de un largo rato de silencio–, ¿no podemos descansar un poco? Tengo hambre y sueño –añadió bostezando.

–Pero E.D. nos dijo que no podíamos tomarnos esos descansos.

–Pero, Tai –me quejé–, ¿desde cuándo le hacemos caso a un desconocido? Que yo sepa no es nuestro padre, y tú ni siquiera le haces caso a tu padre.

Sonrió.

–Tienes razón –dijo–. A descansar.

Y nos paramos en un claro a descansar, mientras que Gatomon buscaba comida.

–¡Miren lo que encontré! –dijo la gata a los cinco minutos, apareciendo de entre los árboles con varias manzanas.

–¡Genial, Gatomon! –le agradeció Agumon comenzando a comer– ¡Muchas gracias!

Comimos y nos acostamos a dormir un poco. Aunque yo no podía dormir, conseguí descansar algo.

A los veinte minutos aparecieron... adivinen quién.

Sí, los mismos pesados de siempre.

–Buenas tardes –dijo el encapuchado más alto. Su voz sonaba nerviosa y A.D. no le quitaba la mano del hombro.

–E.D., ¿qué pasa? –preguntó Tai despertándose.

–Lo de siempre. Demasiado tiempo perdido.

–Bien. Ya vamos, ya vamos –añadió el muchacho de mala gana, levantándose.

–Bien –dijo E.D., para seguidamente desaparecer junto con su queridísimo compañero mudo.

Seguimos caminando durante un rato, hasta que nos encontramos en una especie de barranco. De nuevo un barranco, qué bien. Pero esta vez era diferente. Estaba más separado y era más profundo. Daba vértigo mirar al fondo.

–Genial. ¿Y ahora qué?

–Pues, como no volemos... –dijo Agumon.

–Chicos, ¿qué es aquello? –preguntó Gatomon, que señalaba algo a nuestra derecha.

Fuimos donde se encontraba aquello que había visto Gatomon y descubrimos que era una especie de tronco que iba desde donde estábamos nosotros hasta el otro lado. Creo que pasar por ahí resultaría una forma más lenta y peligrosa de cruzar que simplemente ir volando.

–Entonces, ¿vamos por ahí? –preguntó Agumon.

–Es imposible –contestó Tai–. Es muy peligroso.

–Pero, por algún lado tenemos que cruzar, ¿no?

–Sí, Agumon, pero pasar por aquí es muy peligroso.

–Tai –interrumpí–, tenemos que cruzar de una u otra forma. No podemos quedarnos aquí parados sin hacer nada. Hay que arriesgarse.

–Tiene razón, Tai –añadió Gatomon–. Tendremos mucho cuidado.

–Bueno, pero de uno en uno y despacito. Gatomon, tú primera.

–Claro.

La gata se subió al tronco y, en un movimiento rápido y ágil, llegó al otro lado como si nada. Gata tenía que ser.

–¡Gatomon, te dije que fueras despacio! –le recriminó Tai– Bueno, ahora tú, Kari. Ten cuidado.

Kari se acercó al borde lentamente, miró hacia abajo y se asustó. La verdad era que estaba bastante alto, y a mí me daba miedo el momento en el que me tocase seguir.

–¡No mires abajo! –le dijo su compañera desde el otro lado.

La chica posó un pie en el tronco con cuidado, y luego otro. Se quedó parada, respiró un poco de aire y continuó lentamente, intentando mantener el equilibrio. Estuvo así varios minutos, avanzando lentamente esos cinco o seis metros eternos.

–Kari, por lo que más quieras, ten cuidado –susurró Tai a mi lado, nervioso y asustado por su hermana.

Kari se detuvo por la mitad, suspiró con cuidado, sin cerrar los ojos y continuó. Y por fin llegó al otro lado y se sentó en el suelo, aliviada por haber llegado al final sin problemas.

–Ahora tú –me dijo Tai más confiado.

Me acerqué al tronco y miré al vacío. Vi que era muy hondo y entonces me entró vértigo y retrocedí un paso.

–Venga, Ari. No mires abajo –me dijo Agumon.

Asentí con la cabeza, cogí aire y lo eché por la boca con lentitud. Me temblaban las manos, pero no me hice caso y empecé a caminar: un paso, dos pasos, tres pasos, cuatro pasos... y así sucesivamente. Iba bien.

Pero, si algo había aprendido de esa aventura junto a los niños elegidos era que todo lo que iba bien, podía ir mal en tan solo un segundo. Mi pie derecho se resbaló, hizo que el izquierdo lo imitara y provocó que cayera del tronco, pero me agarré como pude y cerré los ojos con fuerza.

–¡Ari! –gritaron todos a la vez.

–¡Maldita sea! –gritó Tai– ¿Estás bien, Ari?

–Sí. Un poco incómoda, pero bien –le contesté. Creo que la broma era más para tranquilizarme a mí que a él.

–Voy para allá; no te muevas.

El chico se subió al tronco y se acercó lentamente. Yo casi no podía aguantar. Me dolían las manos y se me resbalaban, y mi cuerpo pesaba demasiado para mis brazos debiluchos. Tai ya estaba, casi había llegado adonde yo me encontraba.

–Dame la mano.

Le tendí mi mano izquierda y apoyé todo mi peso en la derecha. Tai tiró fuerte de mí, intentando subirme al tronco de nuevo, pero, entonces, un digimon salió de entre los árboles, por la parte por donde habíamos llegado.

–¡Agumon, ten cuidado! –le gritó Tai sin dejar de tirar de mí en ningún momento.

–¡Sí, Tai! –contestó este, que se subió al tronco para no pelear.

Tai tiró de mí, y con la pésima ayuda de mi mano derecha, conseguimos que yo volviera al tronco. Los dos suspiramos aliviados.

–Ve, ve con Kari –me dijo mirando a su compañero digimon–. Yo me quedaré con Agumon. Ahora voy.

Le asentí con la cabeza y me acerqué a donde estaban Kari y Gatomon con mucho cuidado y todo mi cuerpo temblando. La caída me había asustado demasiado.

Por fin llegué y me acerqué a Kari, sin quitar ojo de Tai y Agumon, que peleaban para no caerse.

Entonces, el digimon golpeó el tronco con el puño y este se rompió. Kari, Gatomon y yo nos acercamos corriendo, intentando ayudar a los chicos, pero se nos hizo imposible y Tai y Agumon cayeron al vacío, el primero gritando el nombre de Kari.

–¡Tai! –gritó esta.

–¡Agumon! –gritó la gata.

Pero lo único que pudimos hacer fue ver cómo Tai y Agumon caían rápidamente hasta que los perdimos de vista.

–¡Hermano! –volvió a gritar, y empezó a llorar sin poder evitarlo.

No lo podía creer. Tai y Agumon habían caído por ese precipicio y obviamente no habrían podido sobrevivir a tal caída. Kari sollozaba a mi lado, ahogándose en sus propias lágrimas, mientras que a mí se me escapaba una sola, silenciosa, que me limpié enseguida. Gatomon y yo intentamos consolar a la chica en vano y el digimon al otro lado dio vueltas de una punta a otra hasta que se cansó y se fue. Estuvimos ahí paradas durante horas. Entonces me acordé de la tarde en la que Kari discutió con TK, cuando alcanzó cuarenta con uno de fiebre y yo solo pude quedarme con ella para acompañarla. Pero esta vez era peor. No había discutido con su mejor amigo, sino que había visto a su hermano caer por un profundo y oscuro barranco.

De pronto, una luz apareció detrás de nosotras. Me di la vuelta y allí estaba la puerta. Había aparecido como si nada.

–Vamos, Kari –le dije.

–No. Mi hermano... –seguía llorando.

–Kari, tenemos que salvar a TK. Es más, si salvamos a TK, no solo nuestros amigos podrán volver, si no que Tai también volverá.

–¿De verdad? –preguntó, aún sin mirarme.

–Claro –dudé. ¿Y si no?–. Recuerda lo que dijo E.D.

–No... no puedo... –y seguía así, todo el rato. Su estado era completamente normal, pero yo no sabía cómo podía ayudarla esta vez.

–Kari, por favor...

–¡No! –gritó, para después llorar con más fuerza.

–Kari... –susurré. Gatomon tampoco parecía saber lo que hacer. Me levanté y me fui a la puerta.

La abrí y asomé mi cabeza para ver qué se veía. ¡No me lo podía creer!







Sombra&Luz

Gracias por su apoyo.  🖤

Dudo que hoy haya capítulo de Whisimbell, pero si se da el milagro ya los avisaré. 

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