Aquella noche Carolina no durmió muy bien pensando en lo que había ocurrido en el cementerio así que se levantó tarde. Había quedado en que Guillermo la iría a buscar después de comer a las cuatro, para lo que quedaban dos horas y la comida aún no estaba hecha. Tuvo que hacer lo que le costaba 60 minutos en un cuarto de hora. Hizo charcos de agua por mover la ducha de forma demasiado brusca para tratar de ducharse cuanto antes, se estiró del pelo mientras se lo peinaba de lo rápido que lo hacía queriendo prepararse en un tiempo récord, se calló al suelo mientras trataba de ponerse los pantalones en dos saltos y la cabeza se le quedó enganchada al tratar de ponérsela con el botón más alto todavía abrochado. Ni siquiera se había hecho la cama cuando corría escaleras abajo hacia la cocina.
Resvaló al pasar por delante de la puerta cuando fue a girar y tuvo que apoyarse en el marco para no caer al suelo de nuevo. Su padre estaba sentado contemplando el café con el ceño fruncido. "Al menos no es cerveza" se dijo la chica a sí misma antes de esbozar una sonrisa. Anteriormente, se habría acercado y le habría dado un beso en la frente mientras se ponía a preparar su desayuno, de hecho dio un paso en su dirección por puro instinto aunque en seguida retrocedió, él le había llamado mosca cojonera demasiadas veces cuando intentaba dar alguna muestra de cariño.
-Buenos días- le deseó con una voz cantarina mientras encendía el fuego y apartaba los platos sucios de la cena de la noche anterior que le tocaba limpiar a él- ¿Has dormido bien?
El hombre le contestó con un gruñido y su hija que estaba de espaldas se permitió poner los ojos en blanco mientras encendía el grifo para que la suciedad de los platos se fuera un poco. En seguida empezó a oler el hedor que surgía de la basura y al abrirla, además de demasiadas latas de cerveza y una botella vacía de vodka había también algo de vómito en la bolsa. Hizo una mueca de asco casi sin darse cuenta pensando en lo mal que debía estar como para no llegar al váter como de costumbre y cerró la puerta que tapaba la basura.
-Así que... ¿te lo pasaste bien anoche?- preguntó con voz fúnebre, mordiéndose la lengua para no decir de más.
-¿Qué pasa? ¿tú puedes irte toda la tarde por allí pero yo no puedo divertirme?- le dijo su padre con asco.
"Por mí puedes irte a la mierda si quieres" le quería decir ella pero tuvo que volver a tragarse sus palabras y su ira mientras echaba unos filetes en la sartén.
-No quería decir eso- masculló casi a punto de pedir perdón pero se frenó a tiempo.
-¿Ah, no? ¿y qué querías decir, Carolina? ¿que soy un borracho?
"Sí"
-No- se obligó a decir bajando la cabeza mientras lavaba la lechuga.
Empezó a picar un tomate escuchando tan sólo el chisporroteo del aceite saltando en la sartén. Su padre estaba más hostil de lo acostubrado, no sólo por la resaca sino por el cambio que estaba pegando su hija. Carolina estaba segura de que su padre se había dado cuenta de su nuevo comportamiento educado pero frío. De que ya no iba detrás de él en busca del afecto que le debía. Y estaba segura también de que eso le molestaba, que aunque no quería pasar tiempo con ella si que quería que ella se desviviera para que lo hiciera.
Le dio la vuelta a la carne a la vez que su padre se terminaba el café y dejaba la taza allí mismo y se recostaba en la silla. Cuando se tiró un ercuto de las mismas dimensiones que su barriga dejó aún el hedor a vómito y a alcohol mezlados, lo que le hizo estar segura a la chica de que el hombre aún seguía algo borracho. Agitó la cabeza para ahuyentar a los fantasmas de su cabeza, no quería odiar más a su padre de lo que ya lo hacía. Dolía quererle pero también dolía odiarle.
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La felicidad no tiene nombre.
RomancePasar el verano en un pueblo donde la media de edad pasa de los 40 años no es, ni por asomo, un buen plan para una chica de 17 años. Con lo que Carolina no contaba era que todas las vacaciones tienen sus sorpresas.