Capítulo 4.

55 15 4
                                    

Evan.

Intenté descifrar en muchas ocasiones si era alguna especie de mala pasada en mi imaginación, si el hecho era alguna jodida suerte del destino o de la mera coincidencia. La cuestión era que ella estaba justo ahí, tan ausente y sumergida en su pintura. Como si se analizará de alguna manera.

Pasó su dedo lentamente por sobre ésta, justo donde estaba la firma plasmada, suspiró.

Metió ambas manos a los bolsillo de su sudadera lila. Mientras paseaba hacia los demás cuadros aún sin inmutarse tan siquiera de mi presencia, casi como si no estuviera allí. Movía su cabeza de un lado a otro al compás de alguna canción en sus auriculares.

Se sentó en la pequeña banca de al frente aún dándome su espalda, girando la cabeza de lado y detallando los detalles de su obra.

Bajo la cabeza y de repente el espacio cerrado fue inundado de sus sollozos. Fruncí el entrecejo, extrañado. No era la reacción que esperaba, no entendía.

¿Que estaba mal en ellos?

Mientras aquella pelirroja lloraba, ajena a todos. con alguna canción reproduciendose en su ipod, que a mí considerable distancia era difícil de diferenciar. Lloraba como si en esas cuatro paredes nadie fuera oírla, como si con un solo empuje hacia las puertas de cristal, nadie pudiera descubrir el estado de ánimo, ella juraba estar sola en este espacio con miles de retratos suyos.

Tomándola desprevenida, tomé asiento a su lado, en aquella banca que le daba la decoración y el descanso a las personas para algo tan simple como admirar o sencillamente mirar.

Que cabe destacar lo mismo no es.

Hipo y bajo sus auriculares a su cuello, secó con las mangas de su sudadera las pequeñas lágrimas traicioneras que aún descendían de sus despampanantes ojos zafiros. Al lograr calmar su respiración, fijo su atención en mí y tímidamente comenzó a jugar con los pulgares salientes de su gran sudadera. Nerviosa. Algo tan totalmente natural en ella.

—Con que luego de dos eternos años, al menos a mi parecer. Tengo la dicha de volver a verte selene, no en las condiciones que me gustarían o imaginaba, pero aquí estás.— Batió sus largas pestañas y me miró con sus ojos un tanto brillosos y apagados por su llanto. Tomé con delicadeza su mano y una vez más besé el dorso de ésta, justo como hace años cuando estuvo por marcharse, clavando mis ojos con los de ella hasta que mis labios se despegaron de ésta. Antes de dejarla sobre mi pierna para acariciar sus nudillos. Acto que la relajó.

—¿Con que pintor, eh?. — Me encogí de hombros y le sonreí
—Tenías una pinta más empresarial debo admitir; no esperaba... — Hizo una seña con su mano tratando de dar a entender su punto —Esto —Finalizó y reí

—Bueno, debe ser porqué también soy un empresario.— Me encogí de hombros, y solté su mano delicadamente —¿Tan malo soy pintando? —inquiri dudoso.

—Todo lo contrario Evan, eres bueno en lo que haces. Mira a tu alrededor nada más —alzó uno de sus brazos señalando los cuatro cuadros que daban frente a nosotros —Es decir soy yo. Tienes talento, nunca nadie me había tan siquiera dibujado.

—Tremendos idiotas entonces, posees una belleza digna de una jodida obra mujer, una obra que cualquiera sería dichoso de tener colgado en sus paredes. Digno incluso de ser admirado.

Me miró asombrada y con sus mejillas totalmente sonrajadas. Desvío la mirada hacia al frente, analizando su retrato sonriente.
En ese, ella sonreía enteramente mientras la dona estaba sobre su mano a punto de ser devorada, su larga melena alisada estaba algo alborotada y las pequeñas pecas en su nariz le daban el toque final al retrato que mentalmente hice sobre ella en ese momento.

—Es uno de mis favoritos.

—¿Pero por qué yo? — su mirada seguía atenta a esta pintura, embelesada. Como si le costará creer que es ella la que está plasmada en ese cuadro.

—Esa pregunta es curiosa, incluso yo debería hacérmela. No lo sé selene, solo puedo decirte que hacía mucho tiempo que no pintaba... —giro su rostro a mi dirección y me miró sorprendida —Pero luego de conocerte sentí de nuevo esa necesidad de retomarlo; fui a la tienda más cercana al acabar la dona que dejaste sobre el platillo de la mesa, compré lo necesario y al estar preparado creí que cualquier otra cosa seria plasmada sobre éste.

—Pero inconsciente, el resultado fue esté. —Señale el cuadro que minutos atrás miraba. Mordió su labio y me abrazo. Rodee mis brazos aceptando el cálido abrazo que me brindaba.

Hasta que me soltó y recostó su cabeza sobre mí hombro. Así permanecimos durante un par de minutos. En un silencio que no era nada incómodo, todo lo contrario incluso era gustoso.

—Bueno...—Me levanté, acomodé mi cazadora y puse mi mano frente a ella. Me miró confusa —¿Procedemos a retirarnos de este lugar o observamos un rato más su despampanante belleza señorita?.

La chica de los auriculares violetas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora