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—¡Pásala, Yael! 

Mi hermano soltó un mugido cuando Yael no le hizo el pase.

—No entiendo por qué les gusta tanto corretear una pelota —renegué.

—Vete al carro si no te gusta. Ni pa'qué viniste —dijo mi hermano menor.

—A ti tampoco te gusta el fútbol, solo estás con el celular en ese jueguito.

—¡Me caí y ahora estoy esperando mi turno para entrar a la cancha! Belen tomó mi lugar y ya no quiere salirse.

Desvié la mirada hacia la cancha. Belen en enserio se veía muy emocionada, pero no iba a dar mi brazo a torcer.

—Sí como no.

Me crucé de brazos y le hice señas a mi mamá, que estaba en las gradas de más arriba, para que se acercara a mí. Ella le dice a Francis, su amiga de toda la vida, que le dé un momento y viene conmigo.

—Ma, ya vamonos. Está haciendo mucho viento. Tengo frío y parece que va a llover.

—Vamos a tener que esperar un ratito más. Tu papá y hermano dijieron que quieren estar mínimo hasta las seis. Todavía falta.

—¿Hasta las seis? ¿Puedo ir mejor al carro y hablar con Aya?

—Yael tenía razón, eres una aburrida —dijo mi hermano menor—. No debí defenderte cuando lo dijo.

Se me detuvo el corazón... bueno algo así.

—¡Enrique, ve con Fei! —lo regañó mamá.

—¿Ma?

Ella puso los ojos en blanco y suspiró.

—Kike, que vayas a jugar con los demás niños —mamá señaló hacia el grupo de los más chicos, niños entre seis y trece años... Bueno y Feirel.

—Ama, no quiero, a ellos solo les gusta hacer cosas raras. Mira a Fei, ya se subió a ese árbol.

—¡Yuju! ¡Soy el rey del mundo! —gritó Feirel, el hijo menor de Francis.

—¡Fei, bájate de ahí! ¡Te vas a romper la maceta! —le advirtió Francis desde más atrás.

—Ve y dile que se baje, Enrique.

—No quiero, ma...

—Ve o voy a confiar ese teléfono.

Enrique gruñó y se levantó a regaña dientes.

—¿Ma? —insisto para qué me diga lo quiero saber y cuando me lo dice me voy al carro para hablar con Ayalis.

—A ver...¿Cómo? ¿Cómo sabes que el piensa eso de ti? —preguntó mi amiga al teléfono.

—Es que el otro día, cuando fuimos a su casa. Yael le preguntó al Enrique: "¿Por qué tu hermana es tan aburrida?". Mi hermano se enojó y lo pellizcó.

Aya soltó una carcajada y yo me recosté en el asiento trasero del carro.

—Oye...No te rías.

—Ese Enrique. Se pasó.

—Ni siquiera habla conmigo ¿cómo sabe eso?

—Pues por eso, porque nunca hablan. Creo que yo he hablado más con él en las pocas veces que nos hemos visto que ustedes que se conocen de toda la vida y se ven seguido. ¿Por qué?

—No sé... A veces quiero hablarle pero me pongo muy nerviosa y...

—Ay, Viry. ¿Qué voy a hacer contigo? Yo creo debes buscar la forma de olvidarte de él.

—Olvidarme de él... —repetí mientras me iba enderezado.

—Eso u armarte de valor. Ya son muchos años.

—¡Yo no le voy a decir que el gusta!

—No digo que lo hagas, pero puedes ayudar. Puedes ser un poco más flexible y amable con él. No tiene que ser una guerra.

—¿Tú crees que le gusto?

—Yo estoy igual de confundida que tú. A veces parece que te amaaaa, que se le disparan corazones de los ojos cuando te ve. Pero otras veces, por lo que dice, parece que le caes mal. Sus acciones y palabras no concuerdan.

Miré a través del cristal de la ventana. Estaba empañado así que lo limpié con la palma de mi mano y, cuando lo hice, lo miré.

Yael Grispo Barrera.

Él le dio una patada y anotó un gol... otro. Los de su equipo gritaron y él esbozó una sonrisa que dejó a la vista todos sus dientes.

Yael desvió la mirada hacia el auto y me asusté cuando estuvimos a punto de hacer contacto visual.

Se me aceleró el corazón y me agaché de inmediato.

—Creo que me miró...

—Otra vez... Eso no es nuevo. ¡Quiero algo nuevo!

Volví a alzar la cabeza, pero Yael ya se había dado la media vuelta. Estaba hablando con mi papá.

Nuestros padres eran muy buenos amigos. Mi mamá conoció a la suya durante su primer embarazo cuando Francis estaba embarazada de Yael. Ambas tenían el mismo ginecólogo y pasaban el tiempo de espera conversando porque sus citas coincidian. Raúl nació en Abril y Yael en Junio, del año mismo año. Luego, casi dos después, volvieron a embarazarse. Como estaban en contacto telefónico y, de vez en cuando, salían a tomar un café para conversar sobre "los niños y la escuela" decidieron programar sus citas con el ginecólogo los mismos días, al menos durante los últimos meses de embarazo de Francis y los primeros de mamá. Belén nació en mayo y yo en octubre. Para esas alturas ya se habían dado cuenta de que sus maridos se conocían desde la secundaria.

Pasaron unos meses de mi nacimiento y Francis volvió a quedar embarazada por lo que Feirel nació al año siguiente, en agosto. Ya se preveía que mi mamá tendría un nuevo bebé muy pronto, afortunadamente eso no ocurrió sino hasta unos cuatro o cinco años más tarde, lo que convertía a Enrique, en el más pequeño de ambas familias.

¡¿Y para que les cuento más?!

El punto es que, desde entonces, nos vemos forzados a participar en muchas reuniones y eventos que involucran a nuestras familias. Comidas o cenas semillas en alguna casa, días de campo, idas a la playa, fogatas a la luz de la luna, fiestas, aniversarios, viajes a la sierra y cualquier cosas que se le ocurriera organizar. Nuestras familias pasaban mucho tiempo juntos, muchooo.

A veces me gustaba y otras veces quería que no me gustara.

Era cansando fingir que me caía mal... Es mas, en ocasiones, yo misma llegaba a creerme mi propia mentira.

De una cosa estaba segura, Yael no era mi mejor amigo. Él no era mi amigo y punto.

Él solo fue mi... Mi primer amor.

—Yo también —dije, recordando que Aya seguía al teléfono.

—Yo también.

—¿Tú también qué?

—Yo también quiero algo nuevo.

Ustedes que atrapan cenzontles... ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora