Trechiv caminaba con la cabeza levantada hacia el cielo, los ojos levemente abiertos, con una expresión que lo hacía ver atontado. Le dolía el cuello por repetir una y otra vez el mismo movimiento, pero era la única forma de satisfacer la constante curiosidad que estaba sintiendo allí, en esa enorme metrópolis.
«Era verdad», pensó. «El viejo búho tenía razón».
Ante él, y a sus rincones, y a sus espaldas, como lanzas afiladas queriendo romper el cielo, se erguían edificios refinados. Monstruosidades de roca gris, con elegantes salientes y relieves. Las magníficas catedrales que rendían tributo a Lord Dimatervk se hallaban por montones, pero era más que eso, pues la mayoría de las edificaciones no eran templos religiosos. La ciudad entera de Terunai relucía por su arquitectura. Una urbe infinita que parecía desafiar las leyes naturales. Si la mirabas desde lejos, de seguro que parecería un millar de cuchillas afiladas. Estaban por todas partes; Trechiv solo necesitaba imaginarlo un poco, porque en la práctica era imposible de comprobar. Allí abajo, en una calle junto a una multitud de personas moviéndose como insectos, lo único que podía hacerse era doblar la cabeza hacia arriba y dejarse sorprender.
Cerró la boca, avergonzándose por mostrarse así en público.
Luego de comprobar sus alrededores y no ver a nadie burlándose de él, Trechiv empuñó la correa de su bolso, la cual le cruzaba el pecho, y retomó su viaje.
Aunque había decidido seguir adelante, continuó (de forma más disimulada) observando las maravillas que ofrecía la capital de Veliska. No podía culparse, era la primera vez que se adentraba en una urbe con este nivel de complejidad. Después de todo había venido hasta Terunai, la que todos conocían como la ciudad más innovadora, próspera e interesante de todo Hayinash.
Terunai poseía enormes edificios largiruchos y siniestros, te intimidaba sin que pudieras apartar la mente de su esencia. Trechiv se sentía abrumado. Tan pequeño, como un ratón que huía de un grupo de humanos dentro de un comedor, sin siquiera una ranura miserable para cobijarse. Y obviamente no era solo eso. La gente de este lugar iba con la cabeza levantada, luciendo cabelleras rubias y lavanda. Rostros con rasgos cuadrados, bien definidos. Era común en hombres y mujeres ver cejas remarcadas por su grosor. Pómulos inflados y rostros orgullosos.
Los hombres, en su mayoría, llevaban chaquetones azul oscuro y pantalones con bordados. Predominaba el mismo tono de colores en la mayoría de la gente. Solo cambiaba el hecho de que unos eran refinados, y otros no tanto. Sin embrago, Trechiv no era capaz de indicar si alguno de los que veía era pobre. Quizá no había nadie, o tal vez la escala de clases estuviera muy alta con respecto a otras naciones.
El caso de las mujeres era un poco más diferente. Ellas vestían tonos azules más claros. Azul rey, la media general. Las prendas preferidas solían ser vestidos con costuras que bajaban por la cadera, los que también tenían una abertura cerca de la clavícula izquierda. Los diseños eran diferentes unos de otros, pero había un estándar: todos llegaban como máximo hasta la rodilla.
El muchacho siguió caminando sin dejar de chequear sus alrededores, luego llegó a una intersección de calles y dobló hacia la izquierda. Su memoria no debería fallarle: le habían dicho que su destino probablemente, estaba cerca de donde iba en ese momento.
Trechiv ahogó un suspiro, y luego respiró hondo a través de su nariz; el aroma del aire frío trajo consigo algo parecido a la humedad. Una sensación como después de llover. Miró el suelo, nervioso, entonces se detuvo y golpeó la dura roca con la planta de su bota.
ESTÁS LEYENDO
Crónicas de Hayinash
FantasyUn muchacho llamado Trechiv se adentra en una gigante ciudad voladora: Terunai, la capital de Veliska. Aquel reino que ha prosperado como jamás lo había hecho desde hace quince años atrás. El motivo de su visita debería ser claro, pero grande es su...