Tácticas evasivas

928 52 12
                                    

Estaba tumbada boca arriba en su cama, en ropa interior, dudando. Por supuesto podía no ir e inventar alguna excusa para disculparse con sus compañeros. 

Llevaba todo el día atrasando el momento de alistarse; se había inventado un trabajo de extrema urgencia en la mañana, le costó horas desayunar, e incluso, había reorganizado y desempolvado algunos libros de su estantería, a sabiendas que no era el momento adecuado. Por esta distracción tuvo que cancelarle a su roomie, con la que había acordado ir a comprar el regalo, justo unos minutos antes de que salieran, porque ni siquiera estaba bañada. 

Su amiga se mostró condescendiente, posiblemente intuyendo lo que le sucedía, tomó camino sola en busca del regalo perfecto.

En cuanto la pelinaranja salió, se dispuso a acomodar la variedad de tés que tenían en la alacena, además, le había tomado el doble de tiempo su baño habitual, y encima, se había quedado tumbada en la cama, esperando que se le secara el pelo, sin hacer prácticamente nada, hasta que la luz que entraba por la ventana empezó a teñirse de rojo, anunciando el inminente crepúsculo.

No era tonta, sabía perfectamente que estaba postergándolo adrede, reconocía sus propios mecanismos, pero estaba postergando lo inevitable: Podría evitar este incómodo momento, aunque después se convirtiera en una bola de nieve, que tal vez fuera incapaz de detener. 

Frunció el ceño, disgustada por la sola posibilidad de aquel panorama desalentador. 

No, eso no podría permitírselo.

Se levantó de golpe, como para disipar un poco las dudas; tenía que acabar con este sentimiento, tenía que ser aquí y ahora, no podía seguir con esta situación. 

No perdería su lugar en el mundo por un chico.

Sacó varias prendas para combinarlas, sabía que ella misma se había recortado el tiempo, pero tendría que probar, la invitación decía atuendo gótico requerido sin ninguna especificación más; estaba cansada de hacer las cosas a medias, habría que encontrar el atuendo que cumpliendo con las especificaciones la hicieran sentir cómoda, no saldría a la calle disfrazada, mucho menos inconforme. 

Cerró los ojos e inhaló profundamente, se dio unas fuertes palmadas en las mejillas para espabilarse.

Se paró frente al espejo y comenzó a desfilarse las ropas a ver que la convencía.

Por mucho tiempo enterró las palabras, a modo de promesa que le había dedicado su amigo Saul antes de ayudarla a escapar, porque simplemente era demasiado triste que no se cumplieran, le daba miedo pensar que de verdad estaba destinada a estar sola y que nunca encontraría esos esperados compañeros que la atesorarían siempre, y ella a ellos.

Escogió un top corto con tirantes y cierre enfrente, subió el cierre juntando sus pechos y dejándolos a la vista en un sugerente escote. Miró al espejo, observando desde distintos ángulos, dándole finalmente el visto bueno.

Había huido el resto su vida de todos los lugares donde pudo haber encontrado refugio. Desconfiaba de todas las personas. Sin embargo, habiendo ya perdido las esperanzas y pese a cualquier pronóstico, lo prometido había llegado: se había unido a un nuevo grupo, uno alegre y libre, donde ella era también alegre y libre... y confió en ellos, como nunca había confiado jamás.

Tomó un par de medias negras y se las subió hasta los muslos, le apretaban ligeramente; lo meditó un segundo y optó por agregar un liguero.

Hubo un momento que su pasado la alejó de ellos, y pese a sus esfuerzos por disuadirlos fueron tras ella, liberándola por fin de todos sus miedos; dándole sentido a esas palabras que había enterrado; no la abandonarían jamás y ella ya no estaba dispuesta a perderlos: estaba segura de haber encontrado su lugar en el mundo, no eran solo sus amigos, eran sus compañeros, más cercanos que familia, eran su hogar.

Abrir con Bisturí una FlorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora