2. Menosperdida

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Salió a la habitación envuelta en una toalla y con el pelo mojado. Gorka la miró desde el sofá con tristeza; estaba preciosa y en cualquier otra circunstancia, le habría arrancado la toalla sin pensarlo dos veces. Pero ya no. Su acuerdo de "ojos que no ven, corazón que no siente", que les permitía tener algún escarceo que otro cuando pasaban cierto tiempo separados, esta vez les había salido caro.

Cuando le llegaron noticias de la famosa libreta no se preocupó en absoluto, pues ya imaginaba que algo podría ocurrir allí dentro y supuso que era pasajero. La verdad, salvo casos contados no veía nunca el 24 horas. Era su manera de darle intimidad. Sin embargo, el día de las firmas algo cambió. Los pocos minutos que pasó con ella la notó diferente, de alguna manera distante a pesar de su cercanía física. El cambio era muy sutil, pero ocurrió, y en cuanto llegó a casa rompió su promesa y puso el dichoso canal.

Los primeros días le pareció que se había preocupado en exceso, pero después fue testigo de una complicidad innegable. Que la llamara Mailen y Mágilen y la acariciara por debajo de la ropa como sólo él solía hacer le parecía un descaro, pero era evidente que ella ya estaba demasiado involucrada como para darse cuenta. También descubrió la canción que él había compuesto. Demasiado para ser casualidad, ¿no? El día en que Mai le regaló su inmunidad, ya tuvo la total certeza de que no lo era.

Vio su cuerpo desnudo reflejado en el espejo mientras la toalla caía a sus pies. Joder. No podía negar que tenían una conversación pendiente.

Mai se vistió, se secó el pelo por encima y se calzó unas zapatillas de deporte. Necesitaba respirar aire puro y le dijo que ella sacaría a Murphy a pasear. Él no opuso resistencia. Tras nueve años juntos, no les hacía falta intercambiar palabras para entenderse. Maialen sabía que le estaba dando la oportunidad de ser ella quien se explicara, y agradecía en el alma que no la presionara.

Esperaba que salir la ayudara a ordenar sus pensamientos. Agarró la correa, se la puso al perro que ladraba impaciente y se despidió, como de costumbre, con un breve beso en los labios.

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Se dio cuenta a medio camino de que ir al parque no era una opción. Con el dichoso confinamiento el acceso estaría prohibido, así que caminó sin rumbo por las calles aledañas. Verlas desiertas extrañamente la reconfortaba. Al fin y al cabo, era la primera vez en meses que estaba completamente sola.

Mientras Murphy olisqueaba los arbustos, volvió a leer el mensaje que había recibido:

"Sé que te prometí tiempo, y prometo no volver a escribirte, pero estoy en el tren camino a Alicante pensando en los últimos días a tu lado, y quiero decirte que te llevo conmigo. El recuerdo de tu voz y tu adiós me acompaña y acaricia el alma. Lo que decidas va a estar bien. Yo voy a apoyarte siempre, pase lo que pase. Te quiero, Maialen. Nunca lo dudes."

Se rio pensando en lo intenso que podía ser Bruno a veces. Desde luego, acariciar el alma era de sus expresiones favoritas cuando hablaba de lo que ella le hacía sentir. Siempre se sonrojaba porque le parecía una cursilada, pero esta vez no le importó. El resto del mensaje era perfecto. Su bondad y su capacidad de estar ahí siempre de forma desinteresada eran algunos de los motivos por los que se había enamorado de él.

Ese pensamiento la asustó. ¿De verdad estaba enamorada? Se había dejado llevar sin pensar en las consecuencias, pero hasta ahora nunca había admitido que era así como se sentía. Se lo repitió a sí misma: "Sí, Maialen, te has enamorado de él. Acéptalo de una vez. No hay otra posibilidad."

Reconocerlo por fin le proporcionó cierto alivio, pero al mismo tiempo la inundó la culpa. Ahora que lo había aceptado, seguía sin saber qué hacer. Por un momento, deseó poder ser una niña de nuevo y no tener que tomar decisiones. Alguien iba a salir herido hiciese lo que hiciese, y no le gustaba nada.

Siguió callejeando, a sabiendas de que ya debía volver a casa. Pensó en Bruno. En cómo lo inundaba todo de luz con su eterna sonrisa. En que, en pocos meses, se había convertido en su gran soporte. Todos los altibajos que había tenido en su encierro voluntario habrían sido mucho peores de no ser por él. Bruno la estabilizaba como si fuera una medicina. A excepción de los pocos días en los que estuvieron distanciados porque ella no se aclaraba, los últimos meses no se habían separado, y ahora que llevaba veinticuatro horas sin hablar con él sentía que le faltaba una parte de sí misma. Como si le costara respirar.

Se paró a pensar también en Gorka, en todos los momentos que había vivido a su lado. Eran muchos. Su graduación del instituto, la entrada a la universidad que después tanto la había decepcionado, la creación de su alter ego Chica Sobresalto, su primer disco... ¡La adopción de Murphy! Se acordó de sus sonrisas cuando a duras penas llegaban a fin de mes y comían patatas todas las noches, y de que Gorka nunca, nunca le había impedido volar. Sin él, ella sería hoy una persona diferente. Y sin su apoyo, su sueño de entrar a la academia para mejorar su proyección profesional jamás se hubiera hecho realidad. ¿No merecían, acaso, intentar superar esta crisis y darse una segunda oportunidad? Al fin y al cabo, llevaban media vida juntos.

Le parecía una locura renunciar a todo por algo que, aunque real e intenso, no tenía ningunas garantías de funcionar. No entendía por qué, cada vez que se lo repetía, como un mantra, su instinto se empeñaba en recordarle que quizás, sólo quizás, merecería la pena arriesgarse.

Mientras pensaba en lo caprichoso que era el destino, acarició a Murphy y emprendió el camino de regreso a casa.

Desorden sistemático (Brunalen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora