Capítulo 62.

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Nuestras manos entrelazadas era lo único que me mantenía a salvo y con vida, estable y fuerte. Mantuve los ojos cerrados sabiendo que de esa manera mi corazón no podría sufrir al ver lo que tenía delante, mientras escuchábamos a nuestro alrededor como las olas chocaban contra las rocas, rompiéndose y salpicándonos. No nos importaba el mundo a nuestro alrededor.

Sentí como me daba un apretón más fortalecido.

—Te quiero, nena —dijo a mi lado y casi pude ver la amplia sonrisa que había en sus labios. Esa fugaz imagen me hizo extender una también.

—Yo más —le contesté, solo a él, solo con él.

Otra ola rompió y nos salpicó con mucha más cantidad de agua, haciéndonos reír.

—Eres perfecta —le escuché decir en medio de nuestra risa.

—¿Soy perfecta?

Abrí los ojos de repente y me giré hacia él, solo para encontrarme con el vacío más absoluto que jamás he podido presenciar. Bajé la mirada hacia mi mano y vi que nadie me la estaba sujetando.

¿Qué...?

Me giré rápidamente con un nerviosismo corriendo por mis venas a la velocidad de la luz.

—¡Castiel! —lo llamé a gritos, pero lo único que obtuve como respuesta fue mi propia voz resonando en eco por el acantilado.

—Realmente perfecta... —lo volví a escuchar hablar.

Me llevé las manos a los oídos para tapármelos. No quería escuchar eso, no podía escuchar eso.

—¿Maddie? —su voz ahora sonó temblorosa, confundida y asustada, haciéndome desviar la mirada en dirección al precipicio.

Castiel estaba en el borde mirándome con los ojos más abiertos de lo normal y preocupados.

—No te muevas... —me dijo con un tono lento y pausado poniendo la mano abierta en mi dirección para que hiciera lo que acababa de pedir.

Fruncí el ceño sin entender a lo que se refería.

De repente dio un paso hacia atrás y vi de lejos su cuerpo caer por el precipicio. Un grito desgarrador e histérico salió de mis labios a la misma vez que corría hacia él, pero entonces el suelo bajo mis pies se hundió haciéndome caer también.

—Lo siento... —escuché su voz lejana mientras me sentía caer a un vacío desolador que no tenía fin.

Me desperté con un taladrador dolor de cabeza que hizo que lo primero que hiciera al ser consciente de mis articulaciones fuera llevarme la mano hacia la frente para sobármela como si eso fuera a reducir el dolor, pero no pude mover mi mano. Fue solo al abrir los ojos cuando verdaderamente me percaté de lo que estaba pasando a mi alrededor.

Estaba sentada sobre el colchón en una posición algo incómoda como de haber estado peleando con un tigre. Unos brazos me rodeaban desde la parte de atrás y ahí fui consciente de las palabras tranquilizadoras que eran arrastradas por los labios de Castiel con un notable temblor que captaban mis oídos continuamente.

Mi cuerpo estaba agotado, mis brazos eran sujetados por los suyos y me noté las mejillas ardiendo y empapadas en lágrimas.

¿Qué me está pasando?

—¿Qué ha pasado? —le pregunté con un hilo de voz enronquecido, me dolía la garganta como si me hubiera pasado horas gritando sin parar.

Sentí su respiración pesada sobre la piel de mi hombro.

Un perfecto verano © (Completa, en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora