Después del funeral improvisado las cosas mejoraron; ambos amigos empezaron a quedar todos los días, a veces con Paula y su novio, otras solos y otras quedaban con los amigos de Guillermo que resultaron ser especialmente bromistas sobre la condición de "amistad" entre un chico y una chica. Ninguno de los dos amigos hablaban sobre lo que había pasado, sobre lo que habían dicho cada uno esos días, era como si algo que había quedado grabado a fuego en sus corazones durante el resto de su vida hubiera llegado a ser tan íntimo, tan personal y suyo que no pudieran nombrarlo en voz alta. Sin embargo, allí estaba en realidad; cada momento y cada lágrima, cada palabra y cada sentimiento se reflejaba en todas y cada una de sus miradas intensas en las que sobraba cualquier comentario inútil sobre cualquier cosa intranscendente que a ninguno de los dos les importaba.
Carolina disfrutaba de todos los instantes que pasaba con el chico al que cada vez miraba de una manera diferente porque cada vez que estaban juntos le hacía sentir algo diferente que nunca antes se había dejado sentir a sí misma. Seguía sin dejarse sentir algo de ese estilo, el problema era que no podía controlarlo. No, si que podía controlarlo pero no quería controlarlo. Tratar de controlarlo sería peor. Mucho peor. Si pretendía ser capaz de pronunciar su nombre sin esa sonrisilla tonta que trataba de evitar en su reflejo cada vez que se ponía en frente del espejo tendría que alejarse, poner una distancia entre ambos que no debía existir.
Cada día se decía a sí misma que al día siguiente iba a encerrarse en su habitación y meterse tanto en cualquiera de los libros que allí guardaba que le costaría diferenciar si la realidad es lo que lee o si el libro es en realidad su vida. Pero entonces se le ocurría un plan maravilloso o él proponía una tarde demasiado difícil de ignorar y todo se iba a la mierda. Primero fue ir a la piscina y ese día (nublado) resultó ser demasiado caluroso como para decir que no. Luego a alguien se le ocurrió una gran tarde de películeo en casa de Carlos y la película en cuestión era demasiado "épica" y no se podía ignorar aunque la muchacha ya la hubiera visto tres veces en su infancia. Después fue una excursión a unas pozas donde un plan demasiado gracioso en el tenían que engañar a Paula y asustarla con una serpiente falsa sí o sí que al final se les olvidó. Excusa tras excusa Guillermo fue consiguiendo sonrisa tras sonrisa.
Incluso aquella tarde, después de ocho días quedando con planes que no podían quedarse simplemente en palabras vacías, en la que habían quedado para jugar a los videojuegos en casa del chico. Resultó ser algo que tenía que hacer aunque nunca le hubieran interesado los videojuegos; no era que no le gustasen, ni que le encantasen, simplemente ni le iban ni le venían. No encontró ninguna excusa para decir que sí pero tampoco para decir que no así que acudió diciéndose una vez más que aquella iba a ser la última tarde que quedarían, mintiéndose de nuevo.
Estaban los dos tirados en el sofá color marrón que había resultado ser muy cómodo como para levantarse y alejarse un poco del muchacho aunque siguiera sintiendo ese cosquilleo que sabía que no debía sentir cada vez que, por error, sus rodillas chocaban al celebrar una victoria o sus dedos se rozaban cuando le volvía a explicar por octava vez los controles del juego. Que era más complicado de lo que parecía en un principio; que si la X, que si el cuadrado, que si el círculo, que si el R1, que si la Y... los controles se mezclaban en su cabeza y ya no sabía si uno era para avanzar o para disparar o para cambiar la cámara de posición.
-¡Pero para que necesito yo mirar detrás! El muñeco este es tonto... ¡no ve que hay un barranco! ¿para que avanza?- se indignó Carolina cuando el personaje que ella guiaba en el multijugador de Far Cry se murió por enésima vez.
-¡Porque se lo has ordenado tú!- le respondió su amigo divertido por la irritación de la chica.
Ella tiró el mando enfandada a un cojín, donde no sufrió ningún daño y se cruzó de brazos poniendo morritos.
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La felicidad no tiene nombre.
Любовные романыPasar el verano en un pueblo donde la media de edad pasa de los 40 años no es, ni por asomo, un buen plan para una chica de 17 años. Con lo que Carolina no contaba era que todas las vacaciones tienen sus sorpresas.