A veces, cuando la miraba, sentía ganas de llorar.
Porque era preciosa.
Sus cabellos castaños y lisos relucían bajo los rayos del atardecer, y su mirada ensoñadora la saludaba a través del cristal de las gafas.
Apretó su mano y la condujo por ese camino hacía el ocaso, donde ambas podían perderse y esconderse de miradas acusadoras.
Sus pies se hundían bajo la arena y esta los abrazaba con opresión, como si no quisiera que se fuera, como si su presencia fuese lo único que importaba.
Pero tenían que seguir. Porque, por ella, iría hasta el mismísimo infierno. Por ella, era capaz de morir, y de vivir.
Le regaló una amplia sonrisa, enseñándole sus dientes, y sintió cómo su corazón daba un vuelco. Ese gesto iba dedicado a ella, y el sonrojo en sus mejillas le pertenecía. La suerte la bendecía por primera vez en su vida.
Ibone... hasta su nombre le encantaba. Arquera, le dijo que significaba, y le encontraba sentido, porque ella era fuerte y capaz de todo, protectora de su corazón, fiera con sus flechas ante todo lo que las amenazara. Con ella a su lado se sentía segura.
Se sentaron cerca de la orilla, disfrutando de la humedad de la arena dura contra sus cuerpos. Sabía que luego les costaría limpiarse, pero en ese momento no importaba nada. Solo ella, y su reflejo en el agua bailando al son de las olas, y su figura perfilada por los colores amelocotonados del crepúsculo.
"¿De verdad me quieres?", solía preguntarle, y la miraba con esos ojos brillantes de cachorrito a los que era imposible negarles nada.
"No, no te quiero", respondía ella, y un sádico placer la devoraba cuando observaba esa confusión en su rostro. "Te amo", corregía al momento, y volvía a ser elogiada con esa sonrisa amplia y sincera.
Apoyó su cabeza en su hombro, sintiendo su respiración contra su frente, y giró lentamente la cabeza, buscando eso que tanto anhelaba y que tanto la llenaba.
Besó sus labios con suavidad y timidez, y se fundió con ella en esa danza que las poseía y encantaba. Sus cabellos se fundieron en una cascada de tonos cobrizos y azabaches, y sus manos se acariciaron como si fuera la última noche.
Cuando se separaron y la miró a los ojos, vio amor. Un amor que lo derrumbaba todo y que explotaba como las olas salvajes del océano, hasta llenar todo de espuma y producir escalofríos.
Era su diosa, y daría todo por ella, hasta fundirse con la salitre del mar y llorarle a la luna.
Pero ella no le pedía más que un poco de todo ese cariño, y con eso la bastaba, y eso era muy adorable. La hacía aún más linda.
En el silencio de una playa silenciosa y nocturna, resonó su voz.
-Gracias por esto, Maeve.
-Gracias a ti por todo. Te quiero.
Sí, la quería. Y ahora todo estaría bien.