Capítulo 8: La migración

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-Los galos sois duros de pelar ¿eh?-y Labieno le propinó otro latigazo-¡Vamos habla, qué hacías traficando armas!

El galo callaba. Lo único que le habían conseguido sonsacar era su nombre, Vercingetórix. La espalda era una amasijo de carne destrozada tras varias horas de interrogatorio a base de la tigazos, la sangre corría como si de agua que fluye en un río se tratase. El interrogador, el lugarteniente de César, Tito Labieno, manaba chorros de sudor por todo el cuerpo y tenía la mano con la que sujetaba el látigo completamente dislocada, hasta tal punto, que parecía normal. Labieno decidió acabar con el interrogatorio y mandó que encarcelaran al traficante galo hasta que hablase.

-Si nuestros soldados tuviesen la resistencia de los galos, ni los dioses podrían vencernos, por Júpiter Óptimo Máximo, ¡qué resistencia!.- dijo un cansado Labieno, el cuál se dispuso a descansar tras aquel fatigoso y nada agradable interrogatorio.- Habéis hecho una estupenda labor tu y tus hombres Marco, por ello a ti te aumentaré la paga para cuando te jubiles y te daré a escoger un optio para tu centuria, ya que el que tenías por desgracia murió en esa pequeña refriega.

Una vez establecidas las órdenes y lo que se debía hacer, Marco empezó a meditar sobre a quién elegir como optio, y no se lo pensó mucho. Escogió a Máximo.

Finales de marzo. Labieno recibió noticias de que una gran masa migratoria pretendía cruzar el puente de Ginebra, y posteriormente recibió instrucciones de César de lo que debía hacer: construir una red de fuertes y murallas de madera de unas 20 millas de longitud, para defender el paso en caso de ataque, y la creación de numerosas levas por toda la provincia.

Cada día que pasaba, los helvecios estaban más cerca del paso y los informes decían que se trataba del formidable número de 200.000 personas. Los legionarios se afanaban en construir rápido la red de fortificaciones, antes de que llegase el posible enemigo, mientras a la centuria de Marco se le había encargado que construyese vados en las zonas por las que no pasaba el Ródano, y allí estuvieron durante una semana, trabajando ardúamente y sin apenas descanso, hasta que les llegó la noticia de que César había llegado a Ginebra y que se disponía a distribuir las tropas en los fortines construidos para que siguiesen ampliando las murallas, ya que era muy probable el ataque galo, y que había mandado que la centuria de Marco fuese al fortín central, para apoyar a la primera cohorte con 100 hombres más, mientras que el resto se dividió entre los fuertes construidos dejando a una pequeña fuerza auxiliar de caballería en la retaguardia, lista para intervenir allá donde necesitasen ayuda.

Tras una espera de unas cuatro semanas, que se hizo larga y tediosa para la legión, se avistaron indicios tanto de humo como de una gran masa de personas que eran encabezadas por guerreros y nobles. La espera había terminado, aquí empezó una guerra que le daría a Julio César un prestigio y una fama mundial que sigue perdurando hasta nuestros tiempos. La Guerra de las Galias, ha comenzado...

El soldado de Roma: Los orígenes de la leyendaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora