Capítulo 7 - Vaya coñazo.

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Hombres vestidos con trajes elegantes y mujeres con vestidos refinados inundaban la sala principal de la mansión perteneciente al ducado Drummond. Algunos consideraban esta familia como una de las potencias económicas más grandes después de la familia real, por lo que no estaba de más asistir a una fiesta organizada por ellos y conseguir su favor.

La mitad de los invitados venían por ese motivo, aprovechando su título y ocasional invitación para ganar prestigio. La otra mitad habían acudido por el verdadero motivo de la fiesta, el de admirar a la señorita más hermosa del reino (o así la apodaban) que había despertado sana de su repentina decaída.

Muchas señoritas jóvenes aristócratas allí presentes eran "amigas" de Vivienne Drummond, o afirmaban serlo. Tomaban el té con ella de tarde en tarde, y charlaban sobre el príncipe o discriminaban a los plebeyos descaradamente. Aunque estaban un poco consternadas porque en las últimas semanas la hija del duque no había quedado con ninguna.

"¿Acaso se está distanciando? ¿Ya se cree tan superior que ni siquiera puede hablarnos a nosotras?" Pensaban todas secretamente en sus diminutas cabezas.

Algo las detuvo de sus equívocos pensamientos: una figura que deslumbraba con su inalterable apariencia entraba por la puerta principal. Al instante, todos supieron que no se trataba de un invitado común. Era el que todos esperaban, el más importante. El príncipe Leonardo Bythesea de Goryan, acompañado de cuatro guardias. Todos los presentes se asombraron ante su llegada, puesto que no esperaban que vendría de verdad. Habían sido anunciados de su posible presencia, pero la fiesta ya había comenzado hace más de media hora, y el normalmente puntual no llegaba. Aunque había llegado tarde, al menos estaba ahí.

El único al que permitieron acercarse al príncipe fue al embajador de la fiesta, al duque Drummond, que saludó con un apretón de manos formal al heredero.

—Buenas noches, alteza. Es un honor tenerlo presente aquí. —A pesar de que sonaba muy agradecido, mantenía la misma expresión de amargura en su rostro.

—Buenas noches, duque. Lamento haber llegado tarde.—

Los cuchicheos de las señoritas nobles emocionadas se esparcieron. Algunas nunca habían visto en persona al príncipe, aunque sí en pinturas. Como todo el mundo estaba en silencio, pudieron escuchar su voz, que catalogaron de varonil y misteriosa. También decían que su melena pelirroja era semejante a un fuego ardiente de pasión.

—No se preocupe por eso. Y si no es mucha molestia para usted, ¿aceptaría que le presentase algunos de los condes aquí presentes? Tengo entendido que no los conoce todavía.

—No, no es necesario. Agradezco sus intenciones, pero... Pensé que la figura principal de este evento era su hija.

—Ah, siento no haberle avisado. Ella se está retrasando un poco. Debería de llegar en poco tiempo.

—Está bien, no me molesta esperar.

—Si me disculpa, iré a preguntar a alguno de los sirvientes sobre su extraño retraso. Volveré en un instante.—

Hace veinticinco minutos, en la habitación de Vivienne (21:05):

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—Hola, Chloe, Khloe y Cloey. ¿Habéis visto a la señorita? Creo que vosotras sois las últimas que la visteis.— Olga parecía ligeramente alterada. La fiesta ya había empezado, y se estaba llenando poco a poco. Solo quedaban cinco minutos para la entrada triunfal de Vivienne, y no la veía por ningún lado. ¿Dónde podría haberse metido?

La luna es una acosadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora